Cada partido tiene su manada de imputados y de políticos investigados y sospechosos de haber cometido irregularidades y delitos. Hay mas de mil políticos con cita en los juzgados y otros 704 están siendo investigados por Hacienda, que los considera sospechosos de fraude y blanqueo de capitales. El PSOE y el PP casi empatan en la cúspide del delito, con mas de 300 políticos que esperan su turno ante los juzgados, pero no se escapa ninguno de los partidos que han gobernado España en los últimos años: IU, CIU, ERC, PNV, BNG, etc... un verdadero ejército de chorizos incrustados en el Estado y con la responsabilidad de gobernar España en sus manos.
Si a ese ejército delictivo se agregaran los que están bajo sospecha, estaríamos hablando de legiones enteras de marranos encaramados en las alturas del poder político español, decidiendo sobre concursos, subvenciones, puestos de trabajo, políticas sociales, servicios vitales y un sinnúmero de actividades de alto interés públicos.
El índice de políticos que se han divorciado al menos una vez es sobrecogedor, casi tres veces superior a la media en España. Es un dato que revela la inestabilidad emocional de unas personas a las que confiamos nuestros destinos y el de nuestra nación. En España nadie mira si un político es o no divorciado, pero en Estados Unidos tienen claro que si una persona no es fiel a su cónyuge, tampoco lo será a unos votantes que ni siquiera conoce.
La ausencia de valores y de méritos en la política es espeluznante: los aspirantes a políticos que se acercan a los partidos no llegan para servir a los ciudadanos sino para medrar y hacer carrera. Saben que deben pasar un pequeño calvario de sumisión y sometimiento, cargado de adulaciones y humillaciones para obtener algún cargo con poder. Cuando lo obtienen, se creen con derecho a ser recompensados y a resarcirse con dinero y mando. Durante el camino hasta el cargo público se han corrompido casi inevitablemente porque han visto en su entorno a miles de gusanos que se han enriquecido inexplicablemente y a los que la mediocridad y el pobre curriculum no les ha impedido alcanzar brillo social y poder.
Los datos son terribles: De la Rosa revela al pequeño Nicolás que los ex presidentes Aznar y González se llevaban maletas llenas de billetes y el gobierno de Venezuela acusa a Felipe González de ser un alto dirigente del narcotráfico internacional. Mientras tanto, Andalucía parece una tierra arrasada por los robos del PSOE y la cúspide entera del PP está bajo sospecha de haber recibido pagas en dinero negro, opaco para la Hacienda pública, durante décadas.
Dado el alto índice de delitos en la alta clase política, la lógica nos lleva a concluir que las manzanas están podridas porque el árbol que las produce y el mismo huerto donde crecen los manzanos están también podridos. Es el sistema el que necesita ser rediseñado porque la infección es ya tan profunda que no tiene remedio. Los bichos se han hecho resistentes al antibiótico (la ley) y saben como burlar los anticuerpos.
El principio de que la solución de un drama no puede llegar del mismo que ha causado el drama es aplicable en la política española, donde las soluciones al caos y a la putrefacción jamás llegarán de la mano de la clase política, ni de los jueces. Sólo quedan los ciudadanos para salvar la patria, para imponer una regeneración que si no se fundamente en la virtud y en los valores, que se fundamente en el rigor de la ley y el miedo al castigo.
Si a ese ejército delictivo se agregaran los que están bajo sospecha, estaríamos hablando de legiones enteras de marranos encaramados en las alturas del poder político español, decidiendo sobre concursos, subvenciones, puestos de trabajo, políticas sociales, servicios vitales y un sinnúmero de actividades de alto interés públicos.
El índice de políticos que se han divorciado al menos una vez es sobrecogedor, casi tres veces superior a la media en España. Es un dato que revela la inestabilidad emocional de unas personas a las que confiamos nuestros destinos y el de nuestra nación. En España nadie mira si un político es o no divorciado, pero en Estados Unidos tienen claro que si una persona no es fiel a su cónyuge, tampoco lo será a unos votantes que ni siquiera conoce.
La ausencia de valores y de méritos en la política es espeluznante: los aspirantes a políticos que se acercan a los partidos no llegan para servir a los ciudadanos sino para medrar y hacer carrera. Saben que deben pasar un pequeño calvario de sumisión y sometimiento, cargado de adulaciones y humillaciones para obtener algún cargo con poder. Cuando lo obtienen, se creen con derecho a ser recompensados y a resarcirse con dinero y mando. Durante el camino hasta el cargo público se han corrompido casi inevitablemente porque han visto en su entorno a miles de gusanos que se han enriquecido inexplicablemente y a los que la mediocridad y el pobre curriculum no les ha impedido alcanzar brillo social y poder.
Los datos son terribles: De la Rosa revela al pequeño Nicolás que los ex presidentes Aznar y González se llevaban maletas llenas de billetes y el gobierno de Venezuela acusa a Felipe González de ser un alto dirigente del narcotráfico internacional. Mientras tanto, Andalucía parece una tierra arrasada por los robos del PSOE y la cúspide entera del PP está bajo sospecha de haber recibido pagas en dinero negro, opaco para la Hacienda pública, durante décadas.
Dado el alto índice de delitos en la alta clase política, la lógica nos lleva a concluir que las manzanas están podridas porque el árbol que las produce y el mismo huerto donde crecen los manzanos están también podridos. Es el sistema el que necesita ser rediseñado porque la infección es ya tan profunda que no tiene remedio. Los bichos se han hecho resistentes al antibiótico (la ley) y saben como burlar los anticuerpos.
El principio de que la solución de un drama no puede llegar del mismo que ha causado el drama es aplicable en la política española, donde las soluciones al caos y a la putrefacción jamás llegarán de la mano de la clase política, ni de los jueces. Sólo quedan los ciudadanos para salvar la patria, para imponer una regeneración que si no se fundamente en la virtud y en los valores, que se fundamente en el rigor de la ley y el miedo al castigo.
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