El griego Yorgos Papandreu, hijo y nieto de políticos socialistas, ha dimitido y lo ha hecho en condiciones terribles, lleno de oprobio, cargando con la culpa de haber engañado, falseado las cuentas públicas y de haber arruinado a Grecia, aunque la verdad es que él no ha sido el único culpable de esa tragedia griega, reina del despilfarro, el endeudamiento y la mentira política, porque sus predecesores en el poder, de izquierdas y de derechas, también han acumulado no pocos méritos. Pero Papandreu pasará a la Historia como "recordman" de la estafa y abanderado de una estirpe de políticos chorizos, mentirosos e ineptos que ha destruido la fama y el prestigio del socialismo europeo, a la que han pertenecido también el francés Mitterrand, el italiano Bettino Craxi y muchos otros políticos, incluyendo a dirigentes del socialismo español como Felipe González, Corcuera, Barrionuevo, Roldán, los hermanos Guerra, los actuales Zapatero, Rubalcaba y Pepiño Blanco y otros muchos, todos ellos culpables de haber destruido la prosperidad de sus pueblos o de haber metido las manos en el Tesoro Público o de haberse enriquecido con el poder. Son tantos que para citarlos haría falta el espacio de un grueso libro o muchos gigas de memoria.
Nadie ha sabido explicar de manera convincente por qué los socialistas han perdido sus principios y su decencia, tan necesarios para Europa y el mundo, dando cabida en la cúspide de sus partidos y gobiernos a tantos sinvergüenzas sin escrúpulos. Algunos hablan de mala suerte y otros de que no han existido controles y filtros para impedir que los canallas, los mentirosos y los sinvergüenzas controlen los partidos y lleguen a ocupar puestos de ministros y hasta presidentes. Nosotros creemos que la clave está en la herencia leninista que el socialismo europeo arrastra desde su nacimiento. Para Lenin y sus discípulos, lo único importante es tomar el poder para,desde l cúspide, transformar la sociedad. Para ese tipo de gente, peligrosa y profesional del dominio, el fin siempre justifica los medios y lo único importante es lo que se consigue, no como se consigue, lo que convierte a ese tipo de socialismo en inmoral y enemigo de la democracia.
El socialismo español nació como una gran esperanza para los muchos desposeídos y aplastados, pero pronto empezó a causar frustración y desencanto, quizás porque valoró el poder por encima de cualquier otra cosa y porque se cobijó más en la sombra de Lenin que ningún otro socialismo europeo. Pablo Iglesias, el fundador, era leninista ferviente y lo confirmó en el Congreso cuando explicó a gritos que los socialistas cumplirían las leyes siempre que sirvieran para hacer la revolución, pero que no las cumplirían cuando fueran un obstáculo, una afirmación que convierte a los socialistas en potenciales malhechores y delincuentes.
El socialismo español nunca creyó en la democracia, ni hizo el menor esfuerzo por comprender sus reglas y leyes. Se adaptó a ella porque no tuvo otro remedio, pero sin abandonar el leninismo, creyendo siempre que lo importante no era cumplir la ley, ni adaptarse al sistema, sino transformar la sociedad, cambiar el mundo, anteponiendo lo colectivo a lo individual, el Estado al ciudadano.
Esas doctrinas hicieron posible que muchos sinvergüenzas y mentirosos tomaran el poder en el PSOE, un partido que, fiel a su concepto leninista, valoraba, por encima de todo, incluso de la decencia y el respeto a las leyes, la capacidad de liderazgo de sus líderes, la sonrisa, la elocuencia, el atractivo físico y otros rasgos que facilitaban la victoria en las elecciones y el ansiado control del Estado.
Con ese bagaje de partida, ya todo lo demás es explicable. Los canallas, los mentirosos y los chorizos eran tolerados e, incluso, admirados porque dominaban al electorado y lograban el poder. No sólo no había exigencias, ni controles, ni castigos para aquellos que metían las manos en las arcas públicas, sino que eran admirados. Centenares de socialistas, con la cabeza alta, se han presentado ante los grandes empresarios exigiéndoles dinero, amparados en la excusa de que "es para el partido", como si ese destino fuera un eximente de culpa en lugar de un agravante.
Los Mitterrand, los Craxi, los González y otros muchos políticos socialistas europeos transgredieron muchas normas y reglas de la democracia con absoluta impunidad. Permitieron en sus gobiernos robos, ayudas a los empresarios amigos, enriquecimientos inexplicables de políticos del bando propio, subvenciones trucadas, concursos amañados, puestos de trabajo otorgados a dedo y la destrucción de todos los controles que impedían el abuso de poder y la corrupción. Algunos se escaparon sin sufrir castigo, como el francés Mitterrand, pero otros, como el italiano Craxi, tuvieron que exiliarse y arruinaron a su partido. El español Felipe González estuvo a punto de ser encarcelado por corrupción aguda y terrorismo de Estado, pero al final se escapó, no sin antes ver como algunos de sus ministros y altos cargos (Corcuera, Barrionuevo, Vera y Roldán) quedaban entre rejas.
Nadie sabe todavía si los protagonistas del presente desastre español, los que han dejado como herencia un país empobrecido, plagado de desempleados y de nuevos pobres, los que han mentido hasta la locura, los que han practicado la corrupción, el soborno y el cohecho y los que han protagonizado escándalos tan sucios y delictivos como los falsos EREs de Andalucía terminarán en la cárcel o se escaparán sin castigo. La historia lo aclarará. Pero lo que es evidente es que su fama quedará marcada por el oprobio y el desprestigio por haber despojado al socialismo de toda su grandeza, de sus valores y su vocación teórica de ser el protector y defensor de los humildes.
La mayoría de esos socialistas corrompidos españoles lo único que pueden acreditar hoy ante la Historia es su condición de nuevos millonarios.Esa tragedia exige una refundación, desde las raíces, del socialismo español, de la que debería surgir un partido con los valores de la izquierda recuperados, con verdadera fe en la democracia, con libre debate en su vida interna y con controles férreos que impidan que los sinvergüenzas profesionales, los ineptos y los estafadores sin remisión controlen el partido y alcancen el poder en la nación.
Nadie ha sabido explicar de manera convincente por qué los socialistas han perdido sus principios y su decencia, tan necesarios para Europa y el mundo, dando cabida en la cúspide de sus partidos y gobiernos a tantos sinvergüenzas sin escrúpulos. Algunos hablan de mala suerte y otros de que no han existido controles y filtros para impedir que los canallas, los mentirosos y los sinvergüenzas controlen los partidos y lleguen a ocupar puestos de ministros y hasta presidentes. Nosotros creemos que la clave está en la herencia leninista que el socialismo europeo arrastra desde su nacimiento. Para Lenin y sus discípulos, lo único importante es tomar el poder para,desde l cúspide, transformar la sociedad. Para ese tipo de gente, peligrosa y profesional del dominio, el fin siempre justifica los medios y lo único importante es lo que se consigue, no como se consigue, lo que convierte a ese tipo de socialismo en inmoral y enemigo de la democracia.
El socialismo español nació como una gran esperanza para los muchos desposeídos y aplastados, pero pronto empezó a causar frustración y desencanto, quizás porque valoró el poder por encima de cualquier otra cosa y porque se cobijó más en la sombra de Lenin que ningún otro socialismo europeo. Pablo Iglesias, el fundador, era leninista ferviente y lo confirmó en el Congreso cuando explicó a gritos que los socialistas cumplirían las leyes siempre que sirvieran para hacer la revolución, pero que no las cumplirían cuando fueran un obstáculo, una afirmación que convierte a los socialistas en potenciales malhechores y delincuentes.
El socialismo español nunca creyó en la democracia, ni hizo el menor esfuerzo por comprender sus reglas y leyes. Se adaptó a ella porque no tuvo otro remedio, pero sin abandonar el leninismo, creyendo siempre que lo importante no era cumplir la ley, ni adaptarse al sistema, sino transformar la sociedad, cambiar el mundo, anteponiendo lo colectivo a lo individual, el Estado al ciudadano.
Esas doctrinas hicieron posible que muchos sinvergüenzas y mentirosos tomaran el poder en el PSOE, un partido que, fiel a su concepto leninista, valoraba, por encima de todo, incluso de la decencia y el respeto a las leyes, la capacidad de liderazgo de sus líderes, la sonrisa, la elocuencia, el atractivo físico y otros rasgos que facilitaban la victoria en las elecciones y el ansiado control del Estado.
Con ese bagaje de partida, ya todo lo demás es explicable. Los canallas, los mentirosos y los chorizos eran tolerados e, incluso, admirados porque dominaban al electorado y lograban el poder. No sólo no había exigencias, ni controles, ni castigos para aquellos que metían las manos en las arcas públicas, sino que eran admirados. Centenares de socialistas, con la cabeza alta, se han presentado ante los grandes empresarios exigiéndoles dinero, amparados en la excusa de que "es para el partido", como si ese destino fuera un eximente de culpa en lugar de un agravante.
Los Mitterrand, los Craxi, los González y otros muchos políticos socialistas europeos transgredieron muchas normas y reglas de la democracia con absoluta impunidad. Permitieron en sus gobiernos robos, ayudas a los empresarios amigos, enriquecimientos inexplicables de políticos del bando propio, subvenciones trucadas, concursos amañados, puestos de trabajo otorgados a dedo y la destrucción de todos los controles que impedían el abuso de poder y la corrupción. Algunos se escaparon sin sufrir castigo, como el francés Mitterrand, pero otros, como el italiano Craxi, tuvieron que exiliarse y arruinaron a su partido. El español Felipe González estuvo a punto de ser encarcelado por corrupción aguda y terrorismo de Estado, pero al final se escapó, no sin antes ver como algunos de sus ministros y altos cargos (Corcuera, Barrionuevo, Vera y Roldán) quedaban entre rejas.
Nadie sabe todavía si los protagonistas del presente desastre español, los que han dejado como herencia un país empobrecido, plagado de desempleados y de nuevos pobres, los que han mentido hasta la locura, los que han practicado la corrupción, el soborno y el cohecho y los que han protagonizado escándalos tan sucios y delictivos como los falsos EREs de Andalucía terminarán en la cárcel o se escaparán sin castigo. La historia lo aclarará. Pero lo que es evidente es que su fama quedará marcada por el oprobio y el desprestigio por haber despojado al socialismo de toda su grandeza, de sus valores y su vocación teórica de ser el protector y defensor de los humildes.
La mayoría de esos socialistas corrompidos españoles lo único que pueden acreditar hoy ante la Historia es su condición de nuevos millonarios.Esa tragedia exige una refundación, desde las raíces, del socialismo español, de la que debería surgir un partido con los valores de la izquierda recuperados, con verdadera fe en la democracia, con libre debate en su vida interna y con controles férreos que impidan que los sinvergüenzas profesionales, los ineptos y los estafadores sin remisión controlen el partido y alcancen el poder en la nación.
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