Si las calles de España se llenan de indignados es porque existe una clase política indigna que genera indignación. No valen ya las típicas fintas oportunistas de mimetizarse con la indignación y capitalizar la rabia popular desde una política camaleónica. La gente está hasta los "congojos" de malos dirigentes y de gente indecente en la política. El gran autor de la indignación de la sociedad se llama Zapatero y él es el principal culpable del actual desastre de España, un país lleno de miedo ante el futuro y poblado de desesperados que no tienen trabajo, que temen perderlo, que no se fían de sus dirigentes y que odian a la casta gobernante, culpable de negligencia, mal gobierno, abuso de poder, arrogancia, despilfarro y otras canalladas.
Después de Zapatero, los grandes responsables del desastre son los socialistas, que le sostienen y que se han convertido en los cómplices del nefasto. La Corona, los paniaguados, la oposición y los grandes poderes del país, desde los militares a los empresarios, incluyendo a las iglesias y a la sociedad civil, son también culpables. La Corona se ha mantenido al margen del desastre, ofreciendo a los españoles el espectáculo insoportable de su lujo y su presencia sin compromiso en la cúspide del Estado, como si la descomposición no le afectara, como si la monarquía estuviera por encima del bien y del mal, demostrando justo lo contrario, que la Corona está por debajo de todo. Los paniaguados, simbolizados por los sindicatos comprados con dinero público pero integrados por los cientos de miles de sometidos, sobre todo los periodistas portadores de mentiras y engaños, los amigos y los parientes del poder que ordeñan al Estado a diario, tienen una responsabilidad repugnante por haber apoyado desde dentro del sistema la demolición de España. La oposición es culpable por no haber sabido ofrecer a los españoles una alternativa ilusionante de poder y por haber apostado por la estrategia fácil y cobarde de esperar a que el gobierno se cueza en su propia salsa indigna. Los grandes poderes del país, desde los banqueros a los militares, sin olvidar a los empresarios y a los profesionales de mayor prestigio, sobre todos los que viven del derecho y la ley, son culpables por haberse mantenido al margen o en complicidad con el desastre de España, de haber guardado silencio mientras se violaba la Constitución, se practicaba la desigualdad, se arruinaba la economía, se sembraba la deconfianza y el miedo en la sociedad, el país se llenaba de pobres y de gente sin trabajo y se perdía la dignidad y el prestigio internacional.
Los manifestantes que salieron ayer las calles de Barcelona, Madrid y otras ciudades españolas fueron muchos, aunque sólo tuvieran presencia física unos 150.000. Detrás de ellos estaba una masa enorme y creciente de indignados que, por el momento exige cambios drásticos en el sistema y elecciones anticipadas, pero que pronto exigirá responsabilidades a los muchos canallas que han hecho de España una pocilga.
Su principal mérito es que se manifiestan sin la tutela asquerosa de los partidos políticos, desde la noble y saludable independencia activa de una sociedad civil española que está resurgiendo, después de haber sido castrada y mantenida en estado de coma por la sucia partitocracia que nos gobierna. El movimiento 15 M, a pesar de su contaminación y de sus desviaciones preocupantes y sectarias, tiene el mérito indiscutible de haber despertado a los españoles y hacerles ver que viven en una pocilga, gobernados por una clase política donde abunda los ladrones, los trileros, los bellacos y los rufianes.
La manifestaciones de ayer demostraron que si bien el movimiento 15 M está contaminado e infiltrado por los partidos de izquierda, la sociedad española está llena de rebeldía y de ganas de arrojar del poder a toda la inmundicia que lo ocupa. La simple existencia de la indignación popular es un síntoma evidente de regeneración, aunque todavía en estado embrionario.
Después de Zapatero, los grandes responsables del desastre son los socialistas, que le sostienen y que se han convertido en los cómplices del nefasto. La Corona, los paniaguados, la oposición y los grandes poderes del país, desde los militares a los empresarios, incluyendo a las iglesias y a la sociedad civil, son también culpables. La Corona se ha mantenido al margen del desastre, ofreciendo a los españoles el espectáculo insoportable de su lujo y su presencia sin compromiso en la cúspide del Estado, como si la descomposición no le afectara, como si la monarquía estuviera por encima del bien y del mal, demostrando justo lo contrario, que la Corona está por debajo de todo. Los paniaguados, simbolizados por los sindicatos comprados con dinero público pero integrados por los cientos de miles de sometidos, sobre todo los periodistas portadores de mentiras y engaños, los amigos y los parientes del poder que ordeñan al Estado a diario, tienen una responsabilidad repugnante por haber apoyado desde dentro del sistema la demolición de España. La oposición es culpable por no haber sabido ofrecer a los españoles una alternativa ilusionante de poder y por haber apostado por la estrategia fácil y cobarde de esperar a que el gobierno se cueza en su propia salsa indigna. Los grandes poderes del país, desde los banqueros a los militares, sin olvidar a los empresarios y a los profesionales de mayor prestigio, sobre todos los que viven del derecho y la ley, son culpables por haberse mantenido al margen o en complicidad con el desastre de España, de haber guardado silencio mientras se violaba la Constitución, se practicaba la desigualdad, se arruinaba la economía, se sembraba la deconfianza y el miedo en la sociedad, el país se llenaba de pobres y de gente sin trabajo y se perdía la dignidad y el prestigio internacional.
Los manifestantes que salieron ayer las calles de Barcelona, Madrid y otras ciudades españolas fueron muchos, aunque sólo tuvieran presencia física unos 150.000. Detrás de ellos estaba una masa enorme y creciente de indignados que, por el momento exige cambios drásticos en el sistema y elecciones anticipadas, pero que pronto exigirá responsabilidades a los muchos canallas que han hecho de España una pocilga.
Su principal mérito es que se manifiestan sin la tutela asquerosa de los partidos políticos, desde la noble y saludable independencia activa de una sociedad civil española que está resurgiendo, después de haber sido castrada y mantenida en estado de coma por la sucia partitocracia que nos gobierna. El movimiento 15 M, a pesar de su contaminación y de sus desviaciones preocupantes y sectarias, tiene el mérito indiscutible de haber despertado a los españoles y hacerles ver que viven en una pocilga, gobernados por una clase política donde abunda los ladrones, los trileros, los bellacos y los rufianes.
La manifestaciones de ayer demostraron que si bien el movimiento 15 M está contaminado e infiltrado por los partidos de izquierda, la sociedad española está llena de rebeldía y de ganas de arrojar del poder a toda la inmundicia que lo ocupa. La simple existencia de la indignación popular es un síntoma evidente de regeneración, aunque todavía en estado embrionario.
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