Al igual que la Unión Soviética de tiempos de Gorbachov no tenía remedio y tuvo que ser redefinida, la actual Andalucía socialista está tan dañada que tiene que someterse a una terapia drástica y dolorosa, empezar de nuevo a construir su sistema político, sufrir una profunda perestroika y hasta refundarse como sociedad de hombres y mujeres libres.
El dominio socialista, ejercido de manera implacable y casi sin oposición durante tres largas décadas, no sólo está agotado sino que ha contaminado tanto las instituciones y ha debilitado tanto el sistema que ya no le sirve a Andalucía una reparación profunda, ni siquiera un cambio de motor. El vehículo entero está inservible y tiene que ser sustituido por otro.
La contaminación andaluza es profunda y generalizada, con electos parecidos a los que produce la septicemia en un cuerpo enfermo. Están contaminados el gobierno, la sociedad, las grandes intituciones del Estado, las universidades, las empresas públicas, la convivencia, las costumbres, los sindicatos, la patronal, la clase empresarial, las instituciones financieras, la ciencia, la educación, la justicia y hasta miles de empresas privadas y de asociaciones culturales, recreativas, deportivas y de todo tipo. Ni siquiera se salva el tercer sector, el que funciona sin ánimo de lucro, porque también ha sido sometido y habituado a vivir de las odiosas subvenciones, cuyos efectos paralizantes y castrantes han matado el impulso vital andaluz.
Los escándalos de los falsos EREs, recientemnte descubiertos por una opinión pública que se siente sorprendida por la magnitud, alcance y vileza del robo perpetrado desde el sector público, que ha utilizado el dinero de todos para beneficiar a enchufados del partido y de los sindicatos sometidos, no es más que una parte minúscula del drama profundo de la corrupción andaluza, cuyas espeluznantes terminales empezarán a conocerse poco a poco, hasta que la ciudadanía descubra y asuma que ha vivido, sin darse cuenta, en una auténtica cochinera.
Empresarios que suplican babosamente subvenciones, cargos públicos con historiales laborales falseados, miles de enchufados que cobran de empresas que jamás han pisado, cientos de empresas públicas innecesarias creadas por la Junta sólo para poder endeudarse más, colocar a los amigos y escapar de los escasos y débiles controles que todavía subsisten, institciones que, en democracia, deberían funcionar libremente, pero que han sido ocupadas y controladas por el partido gobernante, sentando a políticos en sus consejos o ejerciendo un férreo control a través de las subvenciones, concursos publicos trucados y concedidos a dedo a empresas amigas, oposiciones trampeadas para que las ganen los amigos del partido o los enchufados de los sindicatos, listas de "disidentes" a los que se les niegan las subvenciones y los contratos públicos solo porque critican el poder establecido, comisiones ilegales, financiación ilegal, urbanismo pirata, ley desigual, jueces amigos del poder a los que se entregaban casos para que se juzgaran con benevolencia y mil tropelías corruptas, muchas de ellas contrarias a la Constitución, a la decencia y, sobre todo, a la democracia, formal el cuerpo enfermo de la Andalucía actual, ya irreparable y necesitado de cirugia invasiva a vida o muerte.
Hay fenómenos en Andalucía que sólo son percibidos por los extranjeros. Ni siquiera los españoles son capaces de captar todo el alcance del desastre. Uno de esos fenómenos es la abrumadora, agobiante y asfixiante presencia del gobierno andaluz en la sociedad, una presencia que lo abarca todo, desde la economía a la televisión, desde la cultura a la misma convivencia. Para encontrar un gobierno tan denso y afincado en la sociedad habría que remontarse a cómo vivían las repúblicas soviéticas en tiempos de Breznev.
La mayoría de los empresarios andaluces, acostumbrados a babear ante el poder, a vivir de las subvenciones y a no asumir riesgos, tiene que ser sustituida por empresarios verdaderos. La clase política andaluza tambien es democráticamente inservible, inclueyndo a una oposición de derecha que no es capaz de plantear la regeneración del tejido andaluz podrido porque no le conviene y porque se parece demasiado al partido en el poder,
El drama andaluz tiene una gravedad sobrecogedora porque la región está acorralada en un callejón sin salida. La sustitución de Griñan por Arenas, del PSOE por el PP, no garantiza el cambio que Andalucía necesita con urgencia. Los empresrios babosos y adictos a las subvenciones no van a desaparecer, ni lo políticos corruptos, ni las comisiones ilegales, ni los sindicalistas mercenarios, ni los representantes empresariales aficionados al dinero público, ni las empresas públicas inútiles, ni los miles de enchufados que ordeñan a las administraciones sin aportar nada, ni los alcaldes indecentes, ni los políticos abandonarán los consejos de instituciones y empresas que son la columna vertebral de la sociedad civil y que, en democracia, necesitan ser independientes del Estado, ni siquiera garantizará que desaparezcan los recaudadores de los partidos, ni la corrupción, ni la financiación ilegal, ni el amiguismo, el nepotismo, el enchufismo y otros muchos males y secuelas del inmenso cáncer andaluz.
Andalucía no necesita ya una perestroika, ni siquiera un cambio en la cúspide del régimen, sino una democracia verdadera, algo desconocido e inédito en esta hermosa tierra del sur.
Nota del autor:
Estoy seguro de que algunos considerarán este análisis axagerado y demasiado radical. Lo mismo ocurrió cuando publiqué mi libro Políticos, los nuevos amos. Sin embargo, todos los que entonces criticaron ese libro por sus análisis radicales, hoy me dicen que la realidad me ha dado la razón y que aquellos planteamientos que entonces parecían osados y radicales, hoy se han quedado cortos.
Hablemos dentro de un año sobre este artículo y revisémoslo entonces. seguro que habrá sido pasmosamente superado por la realidad.
El dominio socialista, ejercido de manera implacable y casi sin oposición durante tres largas décadas, no sólo está agotado sino que ha contaminado tanto las instituciones y ha debilitado tanto el sistema que ya no le sirve a Andalucía una reparación profunda, ni siquiera un cambio de motor. El vehículo entero está inservible y tiene que ser sustituido por otro.
La contaminación andaluza es profunda y generalizada, con electos parecidos a los que produce la septicemia en un cuerpo enfermo. Están contaminados el gobierno, la sociedad, las grandes intituciones del Estado, las universidades, las empresas públicas, la convivencia, las costumbres, los sindicatos, la patronal, la clase empresarial, las instituciones financieras, la ciencia, la educación, la justicia y hasta miles de empresas privadas y de asociaciones culturales, recreativas, deportivas y de todo tipo. Ni siquiera se salva el tercer sector, el que funciona sin ánimo de lucro, porque también ha sido sometido y habituado a vivir de las odiosas subvenciones, cuyos efectos paralizantes y castrantes han matado el impulso vital andaluz.
Los escándalos de los falsos EREs, recientemnte descubiertos por una opinión pública que se siente sorprendida por la magnitud, alcance y vileza del robo perpetrado desde el sector público, que ha utilizado el dinero de todos para beneficiar a enchufados del partido y de los sindicatos sometidos, no es más que una parte minúscula del drama profundo de la corrupción andaluza, cuyas espeluznantes terminales empezarán a conocerse poco a poco, hasta que la ciudadanía descubra y asuma que ha vivido, sin darse cuenta, en una auténtica cochinera.
Empresarios que suplican babosamente subvenciones, cargos públicos con historiales laborales falseados, miles de enchufados que cobran de empresas que jamás han pisado, cientos de empresas públicas innecesarias creadas por la Junta sólo para poder endeudarse más, colocar a los amigos y escapar de los escasos y débiles controles que todavía subsisten, institciones que, en democracia, deberían funcionar libremente, pero que han sido ocupadas y controladas por el partido gobernante, sentando a políticos en sus consejos o ejerciendo un férreo control a través de las subvenciones, concursos publicos trucados y concedidos a dedo a empresas amigas, oposiciones trampeadas para que las ganen los amigos del partido o los enchufados de los sindicatos, listas de "disidentes" a los que se les niegan las subvenciones y los contratos públicos solo porque critican el poder establecido, comisiones ilegales, financiación ilegal, urbanismo pirata, ley desigual, jueces amigos del poder a los que se entregaban casos para que se juzgaran con benevolencia y mil tropelías corruptas, muchas de ellas contrarias a la Constitución, a la decencia y, sobre todo, a la democracia, formal el cuerpo enfermo de la Andalucía actual, ya irreparable y necesitado de cirugia invasiva a vida o muerte.
Hay fenómenos en Andalucía que sólo son percibidos por los extranjeros. Ni siquiera los españoles son capaces de captar todo el alcance del desastre. Uno de esos fenómenos es la abrumadora, agobiante y asfixiante presencia del gobierno andaluz en la sociedad, una presencia que lo abarca todo, desde la economía a la televisión, desde la cultura a la misma convivencia. Para encontrar un gobierno tan denso y afincado en la sociedad habría que remontarse a cómo vivían las repúblicas soviéticas en tiempos de Breznev.
La mayoría de los empresarios andaluces, acostumbrados a babear ante el poder, a vivir de las subvenciones y a no asumir riesgos, tiene que ser sustituida por empresarios verdaderos. La clase política andaluza tambien es democráticamente inservible, inclueyndo a una oposición de derecha que no es capaz de plantear la regeneración del tejido andaluz podrido porque no le conviene y porque se parece demasiado al partido en el poder,
El drama andaluz tiene una gravedad sobrecogedora porque la región está acorralada en un callejón sin salida. La sustitución de Griñan por Arenas, del PSOE por el PP, no garantiza el cambio que Andalucía necesita con urgencia. Los empresrios babosos y adictos a las subvenciones no van a desaparecer, ni lo políticos corruptos, ni las comisiones ilegales, ni los sindicalistas mercenarios, ni los representantes empresariales aficionados al dinero público, ni las empresas públicas inútiles, ni los miles de enchufados que ordeñan a las administraciones sin aportar nada, ni los alcaldes indecentes, ni los políticos abandonarán los consejos de instituciones y empresas que son la columna vertebral de la sociedad civil y que, en democracia, necesitan ser independientes del Estado, ni siquiera garantizará que desaparezcan los recaudadores de los partidos, ni la corrupción, ni la financiación ilegal, ni el amiguismo, el nepotismo, el enchufismo y otros muchos males y secuelas del inmenso cáncer andaluz.
Andalucía no necesita ya una perestroika, ni siquiera un cambio en la cúspide del régimen, sino una democracia verdadera, algo desconocido e inédito en esta hermosa tierra del sur.
Nota del autor:
Estoy seguro de que algunos considerarán este análisis axagerado y demasiado radical. Lo mismo ocurrió cuando publiqué mi libro Políticos, los nuevos amos. Sin embargo, todos los que entonces criticaron ese libro por sus análisis radicales, hoy me dicen que la realidad me ha dado la razón y que aquellos planteamientos que entonces parecían osados y radicales, hoy se han quedado cortos.
Hablemos dentro de un año sobre este artículo y revisémoslo entonces. seguro que habrá sido pasmosamente superado por la realidad.
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