Ciertamente, la lucha por suceder a Zapatero al frente del PSOE ya ha comenzado y la mejor prueba es que las denuncias contra Bono por su inexplicable patrimonio proceden del mismo partido socialista, donde sus muchos enemigos pretenden eliminarlo de la competición. Otro síntoma evidente de que está "acabado" es que le han aconsejado que no haga acto de presencia en Cataluña durante la próxima campaña electoral.
Nadie quiere ya a Zapatero, que es ya un estorbo para todos, tanto en España como en Europa, donde el dirigente español es considerado un "peligro" por Sarkozy, Ángela Merkel, Berlusconi y hasta su correligionario Gordon Brown. En España ya no le quieren ni sus grandes aliados empresariales, ni siquiera la cúpula financiera, que le presiona inútilmente para que tome decisiones audaces contra la crisis y donde ya se habla ya habla abiertamente del "fracaso" del gobierno y de la necesidad urgente de elecciones anticipadas. Ha costado demasiado asumir la evidencia de que un inepto estaba al mando, pero la evidencia ha terminado por imponerse, aunque el retraso haya costado a España un enorme retroceso en su prosperidad y en su posicionamiento internacional.
Pero, a pesar de que los grandes poderes le rechazan, el peligro de un Zapatero tercamente aferrado al poder y acogiéndose a las grandes déficits de la legislación española, que permite que un mal dirigente lleve al país hasta la ruína de manera impune, sigue latente. Su guardia de corps, integrada por gente mediocre que sabe que sin Zapatero no tendrán futuro, y los sindicatos mayoritarios, a los que Zapatero no sólo ha comprado con dinero, sino que también los ha insertado en el corazón del poder, son sus únicos apoyos de cierta entidad. En uno y otro caso, son apoyos desesperados de gente que sabe que la "caída" de Zapatero les arrastraría al abismo.
Los barones socialistas autonómicos están asustados porque saben que la marca Zapatero no funciona y que, por primera vez en la democracia, el liderazgo nacional del partido resta votos a toda la periferia.
El antiguo líder optimista, de mirada azul, ha envejecido en la Moncloa y se le ve demacrado y con el sufrimiento marcado en el rostro. Pero sigue firme en su terquedad insensata, afirmando que él está tocado por la fortuna y que no puede perder. A sus más íntimos les repite como un iluminado que se guarda cartas en la manga y que al final ganará la partida.
Pero ya nadie cree en él y muchos de los que le acompañan lo hacen por inercia, por miedo a abandonar el barco o, incluso, por lástima. Algunos afirman que toma pastillas para combatir la depresión, pero otros lo niegan y dicen que Zapatero tiene tanta capacidad de autoconvencerse que no necesita ayuda química para vivir en las nubes.
Pero los hechos son tozudos y demuestran que no sólo no es un portador de fortuna sino que más bien parece un gafe. De un análisis sensato y desapasionado de su mandato emana un balance aterrador: ha dañado la unidad, la economía, la convivencia, la confianza, la esperanza, el prestigio de los políticos e, incluso, el prestigio del sistema democrático. No sólo ha hecho a los españoles más pobres, sino que también ha conseguido que sean más infelices, que pierdan la esperanza en el futuro y que desconfien de sus dirigentes y del mismo sistema democrático.
No ha solucionado ni uno sólo de los grandes problemas de España y su fracaso como líder de izquierdas es estruendoso si se tiene en cuenta que, durante su mandato, los ricos se han hecho más ricos y los pobres, más pobres. El desempleo, que ha crecido hasta niveles inéditos, es su peor lacra, pero le siguen a corta distancia la destrucción del tejido productivo español, con el cierre de cientos de miles de empresas, el hundimiento de la economía, el desprestigio de la "casta" política, el hedor a corrupción que inunda el sector público, el fracaso escolar, el endeudamiento salvaje, el despilfarro indecente y el crecimiento desproporcionado de una burocracia pagada con el erario público, que se ha convertido en refugio de familiares, amigos, militantes del partidos y enchufados de todo género y especie.
¿Donde están sus éxitos? Él menciona que los subsidios a los desempleados han salvado a España de una catástrofe social, pero olvida que es mil veces más digno y humano tener trabajo que vivir de la caridad del Estado. Esgrime también como logro que ha ampliado los derechos de las minorías, pero lo ha hecho a costa de los derechos de las mayorías, que se sienten olvidadas y hasta ninguneadas por un gobernante al que no le tiembla el pulso al adoptar medidas contra la opinión pública mayoritaria, como la negociación con ETA, la pasividad ante la crisis, la subida de impuestos, la ampliación de la ley del aborto y el anticonstitucional Estatuto de Cataluña, impulsado por él mismo de manera irresponsable, sólo para conseguir apoyos nacionalistas catalanes.
Pero, a pesar de todos sus inmensos errores y fallos, su peor lacra histórica quizás será su demostrada facilidad para comprar votos en el Congreso con dinero público, su falta de escrúpulos y de firmeza ideológica, que le permite cerrar pactos "contra natura" con partidos políticos que están en las antípodas ideológicas del PSOE, incluso con nacionalistas dominados por el interés de destruir España.
Su balance no es el de un ganador, sino el de un pobre diablo al que el poder le viene grande. Sin embargo, sí hay que reconocerle un logro: su virtuosismo a la hora de manejar la propaganda, la mentira y el engaño, gracias a los cuales ganó las elecciones de 2004, a pesar de que España ya se hundía bajo su mal gobierno, y ha popido ocultar, durante más de cinco años, su torpeza, pasividad, ineptitud y escasa capacidad para gobernar un país libre y moderno.
Nadie quiere ya a Zapatero, que es ya un estorbo para todos, tanto en España como en Europa, donde el dirigente español es considerado un "peligro" por Sarkozy, Ángela Merkel, Berlusconi y hasta su correligionario Gordon Brown. En España ya no le quieren ni sus grandes aliados empresariales, ni siquiera la cúpula financiera, que le presiona inútilmente para que tome decisiones audaces contra la crisis y donde ya se habla ya habla abiertamente del "fracaso" del gobierno y de la necesidad urgente de elecciones anticipadas. Ha costado demasiado asumir la evidencia de que un inepto estaba al mando, pero la evidencia ha terminado por imponerse, aunque el retraso haya costado a España un enorme retroceso en su prosperidad y en su posicionamiento internacional.
Pero, a pesar de que los grandes poderes le rechazan, el peligro de un Zapatero tercamente aferrado al poder y acogiéndose a las grandes déficits de la legislación española, que permite que un mal dirigente lleve al país hasta la ruína de manera impune, sigue latente. Su guardia de corps, integrada por gente mediocre que sabe que sin Zapatero no tendrán futuro, y los sindicatos mayoritarios, a los que Zapatero no sólo ha comprado con dinero, sino que también los ha insertado en el corazón del poder, son sus únicos apoyos de cierta entidad. En uno y otro caso, son apoyos desesperados de gente que sabe que la "caída" de Zapatero les arrastraría al abismo.
Los barones socialistas autonómicos están asustados porque saben que la marca Zapatero no funciona y que, por primera vez en la democracia, el liderazgo nacional del partido resta votos a toda la periferia.
El antiguo líder optimista, de mirada azul, ha envejecido en la Moncloa y se le ve demacrado y con el sufrimiento marcado en el rostro. Pero sigue firme en su terquedad insensata, afirmando que él está tocado por la fortuna y que no puede perder. A sus más íntimos les repite como un iluminado que se guarda cartas en la manga y que al final ganará la partida.
Pero ya nadie cree en él y muchos de los que le acompañan lo hacen por inercia, por miedo a abandonar el barco o, incluso, por lástima. Algunos afirman que toma pastillas para combatir la depresión, pero otros lo niegan y dicen que Zapatero tiene tanta capacidad de autoconvencerse que no necesita ayuda química para vivir en las nubes.
Pero los hechos son tozudos y demuestran que no sólo no es un portador de fortuna sino que más bien parece un gafe. De un análisis sensato y desapasionado de su mandato emana un balance aterrador: ha dañado la unidad, la economía, la convivencia, la confianza, la esperanza, el prestigio de los políticos e, incluso, el prestigio del sistema democrático. No sólo ha hecho a los españoles más pobres, sino que también ha conseguido que sean más infelices, que pierdan la esperanza en el futuro y que desconfien de sus dirigentes y del mismo sistema democrático.
No ha solucionado ni uno sólo de los grandes problemas de España y su fracaso como líder de izquierdas es estruendoso si se tiene en cuenta que, durante su mandato, los ricos se han hecho más ricos y los pobres, más pobres. El desempleo, que ha crecido hasta niveles inéditos, es su peor lacra, pero le siguen a corta distancia la destrucción del tejido productivo español, con el cierre de cientos de miles de empresas, el hundimiento de la economía, el desprestigio de la "casta" política, el hedor a corrupción que inunda el sector público, el fracaso escolar, el endeudamiento salvaje, el despilfarro indecente y el crecimiento desproporcionado de una burocracia pagada con el erario público, que se ha convertido en refugio de familiares, amigos, militantes del partidos y enchufados de todo género y especie.
¿Donde están sus éxitos? Él menciona que los subsidios a los desempleados han salvado a España de una catástrofe social, pero olvida que es mil veces más digno y humano tener trabajo que vivir de la caridad del Estado. Esgrime también como logro que ha ampliado los derechos de las minorías, pero lo ha hecho a costa de los derechos de las mayorías, que se sienten olvidadas y hasta ninguneadas por un gobernante al que no le tiembla el pulso al adoptar medidas contra la opinión pública mayoritaria, como la negociación con ETA, la pasividad ante la crisis, la subida de impuestos, la ampliación de la ley del aborto y el anticonstitucional Estatuto de Cataluña, impulsado por él mismo de manera irresponsable, sólo para conseguir apoyos nacionalistas catalanes.
Pero, a pesar de todos sus inmensos errores y fallos, su peor lacra histórica quizás será su demostrada facilidad para comprar votos en el Congreso con dinero público, su falta de escrúpulos y de firmeza ideológica, que le permite cerrar pactos "contra natura" con partidos políticos que están en las antípodas ideológicas del PSOE, incluso con nacionalistas dominados por el interés de destruir España.
Su balance no es el de un ganador, sino el de un pobre diablo al que el poder le viene grande. Sin embargo, sí hay que reconocerle un logro: su virtuosismo a la hora de manejar la propaganda, la mentira y el engaño, gracias a los cuales ganó las elecciones de 2004, a pesar de que España ya se hundía bajo su mal gobierno, y ha popido ocultar, durante más de cinco años, su torpeza, pasividad, ineptitud y escasa capacidad para gobernar un país libre y moderno.
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