Los ciudadanos rechazan el poder político en las democracias occidentales de muchas maneras. Una de ellas es votando contra lo que desea y propone la clase política que gobierna. Contra el Tratado de Maastricht votó nada menos que el 50.7 por ciento del electorado danés, en junio de 1992. Francia rechazó el mismo tratado, meses después, con un 49 por ciento de los votos. Pocos meses más tarde, los ciudadanos suizos se enfrentaron a sus élites políticas y se opusieron en referéndum a estrechar los lazos con la Unión Europea. En Italia, los plebiscitos de abril de 1993 demostraron que nada menos que el 82 por ciento exigía cambios radicales en el sistema electoral diseñado por los políticos. En Canadá, cerca del 55 por ciento de los votantes rechazaron el acuerdo constitucional de Charlottetown, a pesar de que era apoyado por todos los presidentes provinciales y por los tres mayores partidos del país. Más tarde, la nueva Constitución Europea, diseñada por políticos con alardes de éxito y apoyada por los parlamentos y gobiernos, fue rechazada por la mayoría de los electorados de Francia y Holanda, demostrando que el divorcio entre políticos y ciudadanos era ya alarmante y escandaloso.
Pero la corriente de oposición a los nuevos amos políticos, arrogantes, escasamente valorados y claramente enemistados con amplios sectores ciudadanos, tuvo muchas más manifestaciones en otros muchos países del mundo, entre ellos Polonia y España. En este último país, el gobierno que presidía el socialista José Luis Rodríguez Zapatero fue humillado dos veces seguidas por los ciudadanos, que se negaron a acudir a las urnas para pronunciarse en referéndum sobre los estatutos de Cataluña y Andalucía, propuestos por el gobierno, los cuales fueron finalmente aprobados con porcentajes vergonzosos, que apenas alcanzaban el tercio del electorado.
No es una expresión del cansancio o un desinterés circunstancial, como afirman los políticos, sino un verdadero movimiento "antisistema" que tiene múltiples aristas y que se plasma también en el ascenso de nuevos partidos populistas y muy críticos con la clase política tradicional. Ahí están para demostrarlo la Liga Norte, en Italia, el Partido Reformista, en Canadá, los grupos que apoyaron a Perot, en Estados Unidos, Ciudadanos y UPD, en España, el triunfo del populismo autóctono en países de América Latina como Venezuela, Bolivia y Ecuador, etc..
El movimiento emite mensajes tan claros como alarmantes: la política, tal como está concebida, no sirve, es ilegítima, concita el rechazo de la ciudadanía y responde a un diseño que sólo interesa a los políticos profesionales y a sus partidos políticos, que ya aparecen señalados en las encuestas entre las instituciones más desprestigiadas y corruptas del planeta.
La primera conclusión que surge espontánea del análisis de este amplio movimiento de resistencia es que mucha gente está pensado que la democracia, en lugar de liberar, oprime y que el régimen que nos imponen los partidos políticos no es una democracia aceptada por la ciudadanía, sino una oligocracia despreciable e impuesta desde el poder y por la fuerza. La segunda conclusión es todavía más alarmante: nuestros gobernantes, teóricamente democráticos, empiezan a ser percibidos claramente como ineficientes y opresores por grandes sectores de la sociedad.
Pero la corriente de oposición a los nuevos amos políticos, arrogantes, escasamente valorados y claramente enemistados con amplios sectores ciudadanos, tuvo muchas más manifestaciones en otros muchos países del mundo, entre ellos Polonia y España. En este último país, el gobierno que presidía el socialista José Luis Rodríguez Zapatero fue humillado dos veces seguidas por los ciudadanos, que se negaron a acudir a las urnas para pronunciarse en referéndum sobre los estatutos de Cataluña y Andalucía, propuestos por el gobierno, los cuales fueron finalmente aprobados con porcentajes vergonzosos, que apenas alcanzaban el tercio del electorado.
No es una expresión del cansancio o un desinterés circunstancial, como afirman los políticos, sino un verdadero movimiento "antisistema" que tiene múltiples aristas y que se plasma también en el ascenso de nuevos partidos populistas y muy críticos con la clase política tradicional. Ahí están para demostrarlo la Liga Norte, en Italia, el Partido Reformista, en Canadá, los grupos que apoyaron a Perot, en Estados Unidos, Ciudadanos y UPD, en España, el triunfo del populismo autóctono en países de América Latina como Venezuela, Bolivia y Ecuador, etc..
El movimiento emite mensajes tan claros como alarmantes: la política, tal como está concebida, no sirve, es ilegítima, concita el rechazo de la ciudadanía y responde a un diseño que sólo interesa a los políticos profesionales y a sus partidos políticos, que ya aparecen señalados en las encuestas entre las instituciones más desprestigiadas y corruptas del planeta.
La primera conclusión que surge espontánea del análisis de este amplio movimiento de resistencia es que mucha gente está pensado que la democracia, en lugar de liberar, oprime y que el régimen que nos imponen los partidos políticos no es una democracia aceptada por la ciudadanía, sino una oligocracia despreciable e impuesta desde el poder y por la fuerza. La segunda conclusión es todavía más alarmante: nuestros gobernantes, teóricamente democráticos, empiezan a ser percibidos claramente como ineficientes y opresores por grandes sectores de la sociedad.
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