La inmensa mayoría de los españoles están convencidos de que hay que cambiar muchas cosas y ha elegido al PP para que realice esos cambios, incluso si conllevan grandes sacrificios. La predisposición de los españoles al cambio, detectada por todas las investigaciones sociológicas, ha frenado las intenciones del PSOE, de los sindicatos y de otros colectivos rabiosamente anti PP de desgastar rápidamente al nuevo gobierno con manifestaciones y revueltas callejeras.
Cuando el PP llegue poder, España tendrá una oportunidad, probablemente la última, para enderezar su rumbo y evitar el desastre. Los socialistas derrotados, los sindicatos, los lobbyes radicales y los cientos de miles de paniaguados y corruptos que habrán perdido el acceso a la teta del Estado no se atreverán a salir a las calles para desgastar a la derecha porque saben que los ciudadanos quieren un cambio de rumbo y una política que signifique el principio de la regeneración.
La situación española está tan mal que el gobierno del PP tendrá no sólo 100 días, sino todo un año, por lo menos, para demostrar que sabe reconducir el país. Transcurrido ese tiempo, si no hay cambios visibles, si la economía no empieza a recobrar el pulso, si queda demostrado que los de derechas son tan corruptos e ineptos como los de izquierdas, se abrirá la veda y el sociedad se echará a la calle para provocar el caos y la revolución, producto de la desesperación y de la angustia.
Ojalá la derecha comprenda la situación y asuma que tiene una oportunidad histórica en sus manos. Si hace lo que hizo Aznar, que demostró pronto que la derecha era casi idéntica a la izquierda en todo, incluyendo la fácil convivencia con la corrupción, el distanciamiento del ciudadano, la violación de las reglas de la democracia y la afición a la manipulación y la mentira, entonces la oportunidad de España se habrá volatilizado y el país entrará de lleno en la ruta del caos.
El PP tiene poco tiempo para demostrar muchas cosas, entre ellas que quiere regenerar el sistema, podrido y envilecido, que heredan de los socialistas. Tendrán que inyectar independencia en la Justicia, devolver protagonismo al ciudadano, establecer controles y frenos al poder de los partidos, reformar la educación, recuperando la abandonada cultura del esfuerzo, apostar por las empresas, únicas creadoras de empleo y riqueza, adelgazar al Estado, adaptándolo a la nueva realidad de una España que se empobrece y que necesita ser austera, apelar al esfuerzo colectivo, a la unidad y a la decencia, para que, juntos y éticamente rearmados, salgamos de una crisis que más que económica es política y de valores.
No es fácil, pero es posible. Hay mucha gente esperando la oportunidad de sumar su esfuerzo al del resto de los españoles para, justos, salir del pozo al que nos han arrojado Zapatero y sus socialistas degradados. Pero sólo lo haremos si el PP demuestra con realidades tangibles, su vocación de cambiar la sociedad, de acabar con la corrupción, de imponer la austeridad, de encarcelar a los canallas, de erradicar la injusticia institucionalizada, de perseguir y desenmascarar a los muchos que se han hecho ricos de manera ilícita, de restablecer la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades y el carácter impecable de la administración pública, de sus concursos, ayudas, subvenciones y contrataciones.
Si el PP únicamente se dedica a gobernar mejor, fracasará. España ya no necesita remedios paliativos, sino una cirugía profunda y agresiva que extirpe las enormes dosis de vileza que los malos políticos han inyectado en la sociedad.
Un PP que, una vez más, apueste por la partitocracia y relegue la democracia, que olvide que el ciudadano es el soberano del sistema y que se parezca demasiado al socialismo en el poder, abrirá las puertas a los millones de derrotados de la izquierda, a los sindicalistas resentidos y a los muchos que han dejado de ser mantenidos del Estado para que se lancen a las calles y emprendan una reconquista del poder que nos conducirá, directamente, hacia África y el Tercer Mundo. El país quedará, entonces, sembrado y arrasado por huelgas, manifestaciones y movimientos callejeros desestabilizadores, que traerán consigo el hundimiento definitivo de la economía, un desempleo todavía más masivo, el fracaso de la esperanza, la frustración generalizada y tal vez una revuelta ciudadana que quizás ya no pueda ser pacífica y que se parezca a las vividas recientemente por Egipto, Túnez y Siria.
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Cuando el PP llegue poder, España tendrá una oportunidad, probablemente la última, para enderezar su rumbo y evitar el desastre. Los socialistas derrotados, los sindicatos, los lobbyes radicales y los cientos de miles de paniaguados y corruptos que habrán perdido el acceso a la teta del Estado no se atreverán a salir a las calles para desgastar a la derecha porque saben que los ciudadanos quieren un cambio de rumbo y una política que signifique el principio de la regeneración.
La situación española está tan mal que el gobierno del PP tendrá no sólo 100 días, sino todo un año, por lo menos, para demostrar que sabe reconducir el país. Transcurrido ese tiempo, si no hay cambios visibles, si la economía no empieza a recobrar el pulso, si queda demostrado que los de derechas son tan corruptos e ineptos como los de izquierdas, se abrirá la veda y el sociedad se echará a la calle para provocar el caos y la revolución, producto de la desesperación y de la angustia.
Ojalá la derecha comprenda la situación y asuma que tiene una oportunidad histórica en sus manos. Si hace lo que hizo Aznar, que demostró pronto que la derecha era casi idéntica a la izquierda en todo, incluyendo la fácil convivencia con la corrupción, el distanciamiento del ciudadano, la violación de las reglas de la democracia y la afición a la manipulación y la mentira, entonces la oportunidad de España se habrá volatilizado y el país entrará de lleno en la ruta del caos.
El PP tiene poco tiempo para demostrar muchas cosas, entre ellas que quiere regenerar el sistema, podrido y envilecido, que heredan de los socialistas. Tendrán que inyectar independencia en la Justicia, devolver protagonismo al ciudadano, establecer controles y frenos al poder de los partidos, reformar la educación, recuperando la abandonada cultura del esfuerzo, apostar por las empresas, únicas creadoras de empleo y riqueza, adelgazar al Estado, adaptándolo a la nueva realidad de una España que se empobrece y que necesita ser austera, apelar al esfuerzo colectivo, a la unidad y a la decencia, para que, juntos y éticamente rearmados, salgamos de una crisis que más que económica es política y de valores.
No es fácil, pero es posible. Hay mucha gente esperando la oportunidad de sumar su esfuerzo al del resto de los españoles para, justos, salir del pozo al que nos han arrojado Zapatero y sus socialistas degradados. Pero sólo lo haremos si el PP demuestra con realidades tangibles, su vocación de cambiar la sociedad, de acabar con la corrupción, de imponer la austeridad, de encarcelar a los canallas, de erradicar la injusticia institucionalizada, de perseguir y desenmascarar a los muchos que se han hecho ricos de manera ilícita, de restablecer la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades y el carácter impecable de la administración pública, de sus concursos, ayudas, subvenciones y contrataciones.
Si el PP únicamente se dedica a gobernar mejor, fracasará. España ya no necesita remedios paliativos, sino una cirugía profunda y agresiva que extirpe las enormes dosis de vileza que los malos políticos han inyectado en la sociedad.
Un PP que, una vez más, apueste por la partitocracia y relegue la democracia, que olvide que el ciudadano es el soberano del sistema y que se parezca demasiado al socialismo en el poder, abrirá las puertas a los millones de derrotados de la izquierda, a los sindicalistas resentidos y a los muchos que han dejado de ser mantenidos del Estado para que se lancen a las calles y emprendan una reconquista del poder que nos conducirá, directamente, hacia África y el Tercer Mundo. El país quedará, entonces, sembrado y arrasado por huelgas, manifestaciones y movimientos callejeros desestabilizadores, que traerán consigo el hundimiento definitivo de la economía, un desempleo todavía más masivo, el fracaso de la esperanza, la frustración generalizada y tal vez una revuelta ciudadana que quizás ya no pueda ser pacífica y que se parezca a las vividas recientemente por Egipto, Túnez y Siria.
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