La casa de García Márquez en La Habana está situada en una paradisíaca zona residencial, donde está prohibido transitar a los ciudadanos comunes. Es una urbanización de élite para los altos cargos del régimen y algunos amigos de la revolución, celosamente guardada por postas militares.
¿Es ese uno de los regalos de Fidal Castro a su amigo Gabo por el apoyo irrestricto que le ha prestado el premio Nobel a la Revolución Cubana, incluso en los peores momentos? La respuesta es "SÍ".
García Márquez declaró en varias oportunidades que admiraba a Fidel Castro y que hablaba con él de literatura. No le importaba que los cubanos tuvieran prohibido el acceso a las obras de los autores que no resultaban del agrado del dictador, cuyos libros no estaban a la venta ni se podían consultar en las bibliotecas. Gabo conversaba de literatura con un hombre que encarcelaba a todo cubano al que se le encontrara un libro de cualquier autor prohibido, por ejemplo de Guillermo Cabrera Infante.
Fidel Castro, campeón, como Stalin, del pensamiento único, no tolera la menor crítica y disenso. De su guadaña no se escapó ni el comunista Pablo Neruda, cuyas obras fueron prohibidas en la isla, a pesar de que el Nobel chileno le dedicó el libro Canción de gesta, en 1960. Seis años después, la obra de Neruda fue borrada del mapa cubano.
Las generaciones de cubanos crecidas bajo el castrismo nunca pudieron leer a Jorge Luis Borges y a Octavio Paz, entre otros muchos escritores. Hay centenares de autores destacados en el mundo de los que los cubanos ni siquiera saben que existen.
García Márquez elogiaba a Fidel Castro cada vez que podía y fue una especie de ministro itinerante de cultura, siempre activo entre los escritores. Su servilismo ante el tirano no es nuevo en la Historia. Máximo Gorki y Maiakovski lamieron el trasero de Stalin, Gabriele D’Annunzio y Ezra Pound apoyaron a Benito Mussolini, Salvador Dalí admiraba a Hitler y a Franco.
El 20 de marzo de 1971 fueron arrestados el laureado poeta Heberto Padilla y su esposa, la poetisa y escritora Belkis Cuza Malé. Ambos fueron acusados por la policía política de los hermanos Castro de realizar actividades subversivas contra el régimen imperante en Cuba. Dos meses después se dio a conocer la carta del 20 de mayo de 1971, dirigida a Fidel Castro, firmada por sesenta y dos intelectuales europeos y latinoamericanos, en la que le expresaron su alarma por el arresto de Heberto Padilla, autor de Fuera del juego, uno de los más célebres poemarios escritos en el siglo XX.
“Creemos un deber comunicarle nuestra vergüenza y nuestra cólera. El lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto Padilla sólo puede haberse obtenido por medio de métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionarias. (…) lo exhortamos a evitar a Cuba el oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el sistema represivo que impuso el estalinismo en los países socialistas, y del que fueron manifestaciones flagrantes sucesos similares a los que están sucediendo en Cuba”, se expresa en la carta. Entre los firmantes estaban renombrados socialistas como Susan Sontag, Margarite Duras, Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre.
García Márquez se negó a firmar esa carta, después que lo había hecho inicialmente.
García Márquez siempre guardó silencio cómplice durante la represión a los intelectuales cubanos. Especialmente lamentable fue su actuación en la Primavera Negra de 2003, cuando setenta y cinco opositores pacíficos –entre ellos veintisiete periodistas independientes-, fueron detenidos y condenados a penas de hasta 28 años de prisión, por el ‘delito’ de informar fuera del control del Estado, lo que provocó sonadas protestas en todo Occidente.
La Primavera Negra de 2003 también motivó la protesta de varios intelectuales que siempre habían sido aliados incondicionales de la tiranía de los hermanos Castro, como el portugués José Saramago y el uruguayo Eduardo Galeano, quienes publicaron artículos al respecto. Saramago dijo: “Hasta aquí llegué”. Galeano escribió Cuba duele, que comenzaba: “Son visibles, en Cuba, los signos de decadencia de un modelo de poder centralizado, que convierte en mérito revolucionario la obediencia a las órdenes que bajan, bajo la orientación, desde las cumbres”.
Gabo, a pesar de su grandeza como escritor, olvidó que el primer deber de todo intelectual es servir a la sociedad con la verdad y ser portador de ideas y doctrinas que estimulen la libertad y fortalezcan los valores y los derechos humanos básicos. Guardar silencio ante la represión, la tiranía y el crimen siempre es un lastre vergonzoso. El apoyo de García Márquez a los crímenes de la tiranía castrista fue su gran drama como hombre y su mayor déficit como intelectual.
¿Es ese uno de los regalos de Fidal Castro a su amigo Gabo por el apoyo irrestricto que le ha prestado el premio Nobel a la Revolución Cubana, incluso en los peores momentos? La respuesta es "SÍ".
García Márquez declaró en varias oportunidades que admiraba a Fidel Castro y que hablaba con él de literatura. No le importaba que los cubanos tuvieran prohibido el acceso a las obras de los autores que no resultaban del agrado del dictador, cuyos libros no estaban a la venta ni se podían consultar en las bibliotecas. Gabo conversaba de literatura con un hombre que encarcelaba a todo cubano al que se le encontrara un libro de cualquier autor prohibido, por ejemplo de Guillermo Cabrera Infante.
Fidel Castro, campeón, como Stalin, del pensamiento único, no tolera la menor crítica y disenso. De su guadaña no se escapó ni el comunista Pablo Neruda, cuyas obras fueron prohibidas en la isla, a pesar de que el Nobel chileno le dedicó el libro Canción de gesta, en 1960. Seis años después, la obra de Neruda fue borrada del mapa cubano.
Las generaciones de cubanos crecidas bajo el castrismo nunca pudieron leer a Jorge Luis Borges y a Octavio Paz, entre otros muchos escritores. Hay centenares de autores destacados en el mundo de los que los cubanos ni siquiera saben que existen.
García Márquez elogiaba a Fidel Castro cada vez que podía y fue una especie de ministro itinerante de cultura, siempre activo entre los escritores. Su servilismo ante el tirano no es nuevo en la Historia. Máximo Gorki y Maiakovski lamieron el trasero de Stalin, Gabriele D’Annunzio y Ezra Pound apoyaron a Benito Mussolini, Salvador Dalí admiraba a Hitler y a Franco.
El 20 de marzo de 1971 fueron arrestados el laureado poeta Heberto Padilla y su esposa, la poetisa y escritora Belkis Cuza Malé. Ambos fueron acusados por la policía política de los hermanos Castro de realizar actividades subversivas contra el régimen imperante en Cuba. Dos meses después se dio a conocer la carta del 20 de mayo de 1971, dirigida a Fidel Castro, firmada por sesenta y dos intelectuales europeos y latinoamericanos, en la que le expresaron su alarma por el arresto de Heberto Padilla, autor de Fuera del juego, uno de los más célebres poemarios escritos en el siglo XX.
“Creemos un deber comunicarle nuestra vergüenza y nuestra cólera. El lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto Padilla sólo puede haberse obtenido por medio de métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionarias. (…) lo exhortamos a evitar a Cuba el oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el sistema represivo que impuso el estalinismo en los países socialistas, y del que fueron manifestaciones flagrantes sucesos similares a los que están sucediendo en Cuba”, se expresa en la carta. Entre los firmantes estaban renombrados socialistas como Susan Sontag, Margarite Duras, Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre.
García Márquez se negó a firmar esa carta, después que lo había hecho inicialmente.
García Márquez siempre guardó silencio cómplice durante la represión a los intelectuales cubanos. Especialmente lamentable fue su actuación en la Primavera Negra de 2003, cuando setenta y cinco opositores pacíficos –entre ellos veintisiete periodistas independientes-, fueron detenidos y condenados a penas de hasta 28 años de prisión, por el ‘delito’ de informar fuera del control del Estado, lo que provocó sonadas protestas en todo Occidente.
La Primavera Negra de 2003 también motivó la protesta de varios intelectuales que siempre habían sido aliados incondicionales de la tiranía de los hermanos Castro, como el portugués José Saramago y el uruguayo Eduardo Galeano, quienes publicaron artículos al respecto. Saramago dijo: “Hasta aquí llegué”. Galeano escribió Cuba duele, que comenzaba: “Son visibles, en Cuba, los signos de decadencia de un modelo de poder centralizado, que convierte en mérito revolucionario la obediencia a las órdenes que bajan, bajo la orientación, desde las cumbres”.
Gabo, a pesar de su grandeza como escritor, olvidó que el primer deber de todo intelectual es servir a la sociedad con la verdad y ser portador de ideas y doctrinas que estimulen la libertad y fortalezcan los valores y los derechos humanos básicos. Guardar silencio ante la represión, la tiranía y el crimen siempre es un lastre vergonzoso. El apoyo de García Márquez a los crímenes de la tiranía castrista fue su gran drama como hombre y su mayor déficit como intelectual.
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