El zapaterismo agoniza ofreciendo a los españoles ejemplos deplorables de egoísmo, elitismo y desprecio al bien común. En lugar de otorgar prioridad absoluta a la búsqueda de soluciones para el drama de España, un país que cada día se acerca más al abismo de la quiebra y el fracaso, los gobernantes socialistas están obsesionados por mantenerse en el poder, agrupar a los suyos, disputarse el control del partido y recuperar la identidad como fuerza de izquierda, demostrando que para el PSOE e más importante el poder que España, el partido que la sociedad.
Cuando la convocatoria de elecciones anticipadas se ha convertido ya en un clamor de la mayoría de los ciudadanos, ellos están en otra onda. Cuando resulta evidente que los mercados no confían en el gobierno de Zapatero, se apalancan en el poder, rechazando la única salida democrática y decente al problema, que es dar la palabra al pueblo soberano para que hable en las urnas y elija a los que deben dirigir el país en el proceso de recuperación. Hasta se aprecian ya roces y enfrentamientos entre Zapatero y Rubalcaba, luchas que, en las actuales circunstancias de emergencia nacional, son obscenas.
Están en desbandada y buscan acomodo en las instituciones españolas y mundiales. Casi todos los organismos reguladores españoles están en manos de socialistas. Bibiana Aido se ha colocado en la ONU, quitando el sitio a profesionales mejor preparadas y con mejor curriculum. Moratinos, tras haber fracasado como ministro de exteriores, ha fracasado también en su asalto a la FAO.
Ni siquiera han pedido perdón por sus errores, por haber conducido a la sociedad española hasta la pobreza y el descrédito mundial. Para colmo de males, someten los destinos de España a una inoperante y absurda bicefalia, sin que nadie sepa a ciencia cierta si el que manda es Zapatero o Rubalcaba.
España es un juguete roto en manos de estos socialistas en desbandada, aterrorizados ante la terrible travesía del desierto que se les avecina. Se niegan a anticipar las elecciones, pero resistir hasta la primavera de 2012 en el gobierno, hundiendo al país cada día un poco más, significa, con seguridad, el hundimiento final del socialismo, que conseguiría menos de cien escaños en el Congreso.
El futuro del socialismo español es casi tan terrible como el de España bajo su gobierno. Un partido que ha renunciado a las ideas para convertirse en una oficina de reparto de puestos de trabajo y de privilegios entre los suyos carece de resistencia y solvencia ante la escasez y la crisis. ¿Cómo va a sobrevivir el PSOE sin poder gobernar ni repartir dinero público entre los suyos, cuando ese reparto de dinero y privilegios ha sido la columna vertebral del partido en los últimos siete años?
Hay quien dice que resisten en el poder, en contra de la voluntad popular, sólo para situar a los suyos en puestos de supervivencia y para llenar bien las alforjas para que la travesía del desierto sea más llevadera, pero esa actitud, si fuera cierta, sería de una vileza que ni siquiera sus enemigos más acérrimos podrían imaginar.
La excusa de que permanecen en el poder para culminar el proceso de reformas es falsa e hipócrita porque en realidad las reformas que hacen son tan suaves que no surten efecto alguno. La reforma laboral no ha generado empleo; las medidas de austeridad no han detenido el hundimiento de la economía, los recortes no han convencido a los mercados, ni la supresión de servicios y ventajas sociales ha tranquilizado a los inversores internacionales. Lo de Zapatero es puro teatro en espera de un milagro exterior que haga retornar al mundo por la senda de la prosperidad. Toda la filosofía del zapaterismo en estos momentos es esperar hasta que Alemania, Francia, China y Estados Unidos tiren del carro y España vuelva a ser una economía viable. Si eso ocurriera, veríamos a un Zapatero fatuo afirmar que sus medias han dado resultado y que su lucha contra la crisis ha sido un éxito.
La sociedad española, acobardada y miedosa, debería rebelarse y exigir a los sátrapas que abandonen el poder y que dejen de causar más daño a la nación, abrigando a Zapatero y a su banda a que devuelvan el poder al pueblo, que debe pronunciarse con urgencia en las urnas para resurgir o, al menos, para corresponsabilizarse de la catástrofe.
Cuando la convocatoria de elecciones anticipadas se ha convertido ya en un clamor de la mayoría de los ciudadanos, ellos están en otra onda. Cuando resulta evidente que los mercados no confían en el gobierno de Zapatero, se apalancan en el poder, rechazando la única salida democrática y decente al problema, que es dar la palabra al pueblo soberano para que hable en las urnas y elija a los que deben dirigir el país en el proceso de recuperación. Hasta se aprecian ya roces y enfrentamientos entre Zapatero y Rubalcaba, luchas que, en las actuales circunstancias de emergencia nacional, son obscenas.
Están en desbandada y buscan acomodo en las instituciones españolas y mundiales. Casi todos los organismos reguladores españoles están en manos de socialistas. Bibiana Aido se ha colocado en la ONU, quitando el sitio a profesionales mejor preparadas y con mejor curriculum. Moratinos, tras haber fracasado como ministro de exteriores, ha fracasado también en su asalto a la FAO.
Ni siquiera han pedido perdón por sus errores, por haber conducido a la sociedad española hasta la pobreza y el descrédito mundial. Para colmo de males, someten los destinos de España a una inoperante y absurda bicefalia, sin que nadie sepa a ciencia cierta si el que manda es Zapatero o Rubalcaba.
España es un juguete roto en manos de estos socialistas en desbandada, aterrorizados ante la terrible travesía del desierto que se les avecina. Se niegan a anticipar las elecciones, pero resistir hasta la primavera de 2012 en el gobierno, hundiendo al país cada día un poco más, significa, con seguridad, el hundimiento final del socialismo, que conseguiría menos de cien escaños en el Congreso.
El futuro del socialismo español es casi tan terrible como el de España bajo su gobierno. Un partido que ha renunciado a las ideas para convertirse en una oficina de reparto de puestos de trabajo y de privilegios entre los suyos carece de resistencia y solvencia ante la escasez y la crisis. ¿Cómo va a sobrevivir el PSOE sin poder gobernar ni repartir dinero público entre los suyos, cuando ese reparto de dinero y privilegios ha sido la columna vertebral del partido en los últimos siete años?
Hay quien dice que resisten en el poder, en contra de la voluntad popular, sólo para situar a los suyos en puestos de supervivencia y para llenar bien las alforjas para que la travesía del desierto sea más llevadera, pero esa actitud, si fuera cierta, sería de una vileza que ni siquiera sus enemigos más acérrimos podrían imaginar.
La excusa de que permanecen en el poder para culminar el proceso de reformas es falsa e hipócrita porque en realidad las reformas que hacen son tan suaves que no surten efecto alguno. La reforma laboral no ha generado empleo; las medidas de austeridad no han detenido el hundimiento de la economía, los recortes no han convencido a los mercados, ni la supresión de servicios y ventajas sociales ha tranquilizado a los inversores internacionales. Lo de Zapatero es puro teatro en espera de un milagro exterior que haga retornar al mundo por la senda de la prosperidad. Toda la filosofía del zapaterismo en estos momentos es esperar hasta que Alemania, Francia, China y Estados Unidos tiren del carro y España vuelva a ser una economía viable. Si eso ocurriera, veríamos a un Zapatero fatuo afirmar que sus medias han dado resultado y que su lucha contra la crisis ha sido un éxito.
La sociedad española, acobardada y miedosa, debería rebelarse y exigir a los sátrapas que abandonen el poder y que dejen de causar más daño a la nación, abrigando a Zapatero y a su banda a que devuelvan el poder al pueblo, que debe pronunciarse con urgencia en las urnas para resurgir o, al menos, para corresponsabilizarse de la catástrofe.
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