El independentismo desprecia al resto de catalanes y de españoles, cae mal y provoca mucho rechazo, pero hay que reconocer que los catalanes independentistas son los únicos osados en este país de cobardes, incapaces de reaccionar ante poderes inicuos. Nos repugna que quieran irse de España, pero si muchos lo pensaran con calma y sin pasión, querer abandonar la España que han construido los González, Aznar, Zapatero y Rajoy es una aspiración lógica y justa para todo ciudadano demócrata y decente, una actitud mucho mas digna que la de someterse a lo injusto y seguir votando a los verdugos que destruyen el país.
La base intelectual del fascismo se parece como dos gotas de agua al pensamiento que domina la Cataluña actual: plantea la sumisión de la razón a la voluntad y la acción, aplicando un nacionalismo fuertemente identitario, con componentes victimistas o revanchistas, lo que conduce a la violencia (ya sea por parte de las masas adoctrinadas o de las corporaciones de seguridad del régimen) contra aquellos que el Estado defina como enemigos mediante un eficaz aparato de propaganda.
Los demócratas españoles miran hacia Cataluña envueltos en dos sentimientos diferentes: con el deseo de que el "capo" corrupto Artur Mas y sus secuaces muerdan hoy el polvo electoral perdiendo las elecciones y también con cierta admiración a que allí le planten cara a la España corrupta y antidemocrática que ha convertido el país en un vertedero desigual e injusto.
La lucha de los catalanes sería admirable si el independentismo, en lugar de tener sus cimientos de cemento corrupto y abuso de poder, luchara por construir un mundo mas justo y decente.
Hay una mezcla de rechazo y de asombro en España ante el desafío catalán. Indigna que sigan a pastores sin decencia ni limpieza, como los Pujol y los Mas, pero nos fascina ver a cientos de miles de ciudadanos movilizados y unidos por un ideal común, en un país sin ideales ni sueños, donde lo único que ya despierta pasión es el fútbol.
Es probable que lo que fascine a los catalanes sea el aroma del verdadero fascismo, con su frescura y teatralidad al servicio del nacionalismo excluyente, de la superioridad de unos sobre otros, con el fervor teatral dueño de las masas fanatizadas. Quizás lo que esté viviendo hoy la sociedad catalana sea muy parecido a lo que sintieron los alemanes ante el ascenso de Adolfo Hítler y sus camisas pardas, en la Alemania de los años veinte del pasado siglo, cuando una sociedad que parecía madura, plural y desarrollada sucumbió ante la osadía imparable de los nazis de Adolfo Hítler, que pasaban, arrogantes e imparables, por encima del Estado y de sus instituciones.
El fascismo catalán de Artur Mas, Jonqueras y sus seguidores es mentiroso, tergiversador, manipulador e hijo del odio, pero también es osado y hábil a la hora de manipular la realidad, construir sueños imposibles y disparar sentimientos de esperanza.
La fascinación del fascismo manipulador siempre es engañosa y peligrosa, sobre todo en países como España, habitado por una sociedad miedosa y convertido en patria de cobardes, que ya no reaccionan frente a la injusticia y la indecencia.
Si en lugar de ser seguidores de un independentismo fascista, sin grandeza ni altura, los catalanes quisieran cambiar honradamente su sociedad y construir una mejor y mas justa, millones de españoles estaríamos a su lado, pero, por desgracia, su bandera es negra y la ruta que transitan es tierra prohibida para todo ciudadano decente.
La base intelectual del fascismo se parece como dos gotas de agua al pensamiento que domina la Cataluña actual: plantea la sumisión de la razón a la voluntad y la acción, aplicando un nacionalismo fuertemente identitario, con componentes victimistas o revanchistas, lo que conduce a la violencia (ya sea por parte de las masas adoctrinadas o de las corporaciones de seguridad del régimen) contra aquellos que el Estado defina como enemigos mediante un eficaz aparato de propaganda.
Los demócratas españoles miran hacia Cataluña envueltos en dos sentimientos diferentes: con el deseo de que el "capo" corrupto Artur Mas y sus secuaces muerdan hoy el polvo electoral perdiendo las elecciones y también con cierta admiración a que allí le planten cara a la España corrupta y antidemocrática que ha convertido el país en un vertedero desigual e injusto.
La lucha de los catalanes sería admirable si el independentismo, en lugar de tener sus cimientos de cemento corrupto y abuso de poder, luchara por construir un mundo mas justo y decente.
Hay una mezcla de rechazo y de asombro en España ante el desafío catalán. Indigna que sigan a pastores sin decencia ni limpieza, como los Pujol y los Mas, pero nos fascina ver a cientos de miles de ciudadanos movilizados y unidos por un ideal común, en un país sin ideales ni sueños, donde lo único que ya despierta pasión es el fútbol.
Es probable que lo que fascine a los catalanes sea el aroma del verdadero fascismo, con su frescura y teatralidad al servicio del nacionalismo excluyente, de la superioridad de unos sobre otros, con el fervor teatral dueño de las masas fanatizadas. Quizás lo que esté viviendo hoy la sociedad catalana sea muy parecido a lo que sintieron los alemanes ante el ascenso de Adolfo Hítler y sus camisas pardas, en la Alemania de los años veinte del pasado siglo, cuando una sociedad que parecía madura, plural y desarrollada sucumbió ante la osadía imparable de los nazis de Adolfo Hítler, que pasaban, arrogantes e imparables, por encima del Estado y de sus instituciones.
El fascismo catalán de Artur Mas, Jonqueras y sus seguidores es mentiroso, tergiversador, manipulador e hijo del odio, pero también es osado y hábil a la hora de manipular la realidad, construir sueños imposibles y disparar sentimientos de esperanza.
La fascinación del fascismo manipulador siempre es engañosa y peligrosa, sobre todo en países como España, habitado por una sociedad miedosa y convertido en patria de cobardes, que ya no reaccionan frente a la injusticia y la indecencia.
Si en lugar de ser seguidores de un independentismo fascista, sin grandeza ni altura, los catalanes quisieran cambiar honradamente su sociedad y construir una mejor y mas justa, millones de españoles estaríamos a su lado, pero, por desgracia, su bandera es negra y la ruta que transitan es tierra prohibida para todo ciudadano decente.
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