En algunas regiones campesinas de México Venezuela y Colombia llaman “rezado” al que está “protegido” por la fortuna, o por Dios, o por alguno de sus santos. Al “rezado”, generalmente protegido por santería o cualquier otro rito mágico, no puede ocurrirle nada, ni siquiera le entran las balas.
De un análisis serio de los últimos dos años de la historia de España, surge la conclusión de que Zapatero quizás esté “rezado” porque esa sería la única explicación posible a la desmesurada suerte de un dirigente político que ha cometido casi todos los errores imaginables sin que su imagen se haya deteriorado en demasía, ni le hayan abandonado sus votantes, como, sorprendentemente, reflejan las encuestas.
Al pobre todo le sale mal, pero mantiene el tipo y hasta podría repetir en La Moncloa.
Quiso regular la inmigración y ha generado un efecto llamada tan masivo y descontrolado que ha convertido a España en un coladero desordenado que indigna hasta a la Unión Europea, en el paraíso de los cayucos y en el puerto soñado de destino para millones de desesperados subsaharianos.
Ha dotado a Cataluña de un nuevo Estatuto que tiene siete impugnaciones por inconstitucionalidad, cuyos contenidos satisfacen a los nacionalistas extremos, totalitarios y separatistas, lo que significa que, en buena lógica, deben ser dañinos para la unidad nacional, la convivencia y las reglas básicas que antes regulaban la democracia.
Quiso negociar con ETA la "paz" y, además del mayor bombazo (en Barajas) de la historia del terrorismo en España, lo que ha conseguido es inyectar dinamismo y energía a una banda que estaba agotada y extenuada, a punto de rendirse después de largos años de acoso policial y político.
Se autoproclamó “republicano” y prometió una “democracia deliberativa”, pero los expertos en pensamiento político le consideran un pequeño autócrata tozudo e iluminado, capaz de gobernar en contra de la opinión mayoritaria de esa ciudadanía a la que dice respetar. En lo que se refiere al republicanismo, ha transgredido casi todas las reglas de esa escuela política, expuestas por el politólogo Philip Pettit, entre ellas la que quizás sea la más importante, aquella que recomienda a un buen gobernante republicano aprobar las normas y leyes que afectan a la convivencia y al destino de un país, como, por ejemplo, un Estatuto autonómico, con el apoyo de una mayoría muy cualificada, justo lo contrario de lo que ha hecho el alumno “rezado” Zapatero, que ha aprobado el Estatuto catalán con el miserable apoyo de sólo uno de cada tres votantes.
Zapatero, como si fuera un rey con “baraka”, campea indemne e invulnerable sobre los incendios de Guadalajara y Galicia, sobre manifestaciones en contra de millones de personas, contra la oposición de la Iglesia Católica, contra el desprecio de Estados Unidos y de otros países naturalmente aliados de España, sin el respeto de la Unión Europea, que no sabe si reirse o indignarse ante el cateto nacionalismo económico del gobierno español, demostrado con idéntica terquedad que torpeza en el desgraciado asunto de las OPAs lanzadas contra ENDESA, la primera por sus amigos políticos catalanes y la segunda por el gigante alemán Eon.
Incluso ha elegido como "compañeros" de vieje a gente despreciada por las democracias mundiales, a líderes autoritarios y déspotas de países como Cuba, Venezuela, Siria, Irán y otros, sin que los españoles tengan agallas para reprocharle tamaña barbaridad.
Hasta su proyecto político más querido y estratégico, el de aislar al PP, convirtiéndolo en un partido proscrito y cerrándole así las puertas del poder, amenaza con volvérsele en contra, a juzgar por lo que comienzan a reflejar las encuestas: una inesperada recuperación de los populares en intención de voto, cuando hace poco más de dos años salieron noqueados, sin esperanza y con la vista nublada de la inesperada derrota del 14 M de 2004.
Aparentemente sin un rasguño, confiando en ese “yo nunca he perdido” que repite ante sus desconcertados amigos, sintiéndose blindado e invencible, Zapatero, el jefe “rezado” de esta España que se asoma, asustada, al Tercer Milenio, se dispone a seguir gobernando, con escaso tacto pero con suerte endiablada, un país cada día mas crispado y dividido, cuya ciudadanía, excluyendo a los cientos de miles de narcotizados y esclavizados por unos partidos políticos cada día más poderosos e impunes, se aleja cada vez más de los desprestigiados políticos y pierde su ejemplar entusiasmo en una democracia que, hace apenas un par de décadas, constituía un proyecto ilusionante que aglutinaba a los españoles en torno a las nuevas libertades y derechos conquistados.
De un análisis serio de los últimos dos años de la historia de España, surge la conclusión de que Zapatero quizás esté “rezado” porque esa sería la única explicación posible a la desmesurada suerte de un dirigente político que ha cometido casi todos los errores imaginables sin que su imagen se haya deteriorado en demasía, ni le hayan abandonado sus votantes, como, sorprendentemente, reflejan las encuestas.
Al pobre todo le sale mal, pero mantiene el tipo y hasta podría repetir en La Moncloa.
Quiso regular la inmigración y ha generado un efecto llamada tan masivo y descontrolado que ha convertido a España en un coladero desordenado que indigna hasta a la Unión Europea, en el paraíso de los cayucos y en el puerto soñado de destino para millones de desesperados subsaharianos.
Ha dotado a Cataluña de un nuevo Estatuto que tiene siete impugnaciones por inconstitucionalidad, cuyos contenidos satisfacen a los nacionalistas extremos, totalitarios y separatistas, lo que significa que, en buena lógica, deben ser dañinos para la unidad nacional, la convivencia y las reglas básicas que antes regulaban la democracia.
Quiso negociar con ETA la "paz" y, además del mayor bombazo (en Barajas) de la historia del terrorismo en España, lo que ha conseguido es inyectar dinamismo y energía a una banda que estaba agotada y extenuada, a punto de rendirse después de largos años de acoso policial y político.
Se autoproclamó “republicano” y prometió una “democracia deliberativa”, pero los expertos en pensamiento político le consideran un pequeño autócrata tozudo e iluminado, capaz de gobernar en contra de la opinión mayoritaria de esa ciudadanía a la que dice respetar. En lo que se refiere al republicanismo, ha transgredido casi todas las reglas de esa escuela política, expuestas por el politólogo Philip Pettit, entre ellas la que quizás sea la más importante, aquella que recomienda a un buen gobernante republicano aprobar las normas y leyes que afectan a la convivencia y al destino de un país, como, por ejemplo, un Estatuto autonómico, con el apoyo de una mayoría muy cualificada, justo lo contrario de lo que ha hecho el alumno “rezado” Zapatero, que ha aprobado el Estatuto catalán con el miserable apoyo de sólo uno de cada tres votantes.
Zapatero, como si fuera un rey con “baraka”, campea indemne e invulnerable sobre los incendios de Guadalajara y Galicia, sobre manifestaciones en contra de millones de personas, contra la oposición de la Iglesia Católica, contra el desprecio de Estados Unidos y de otros países naturalmente aliados de España, sin el respeto de la Unión Europea, que no sabe si reirse o indignarse ante el cateto nacionalismo económico del gobierno español, demostrado con idéntica terquedad que torpeza en el desgraciado asunto de las OPAs lanzadas contra ENDESA, la primera por sus amigos políticos catalanes y la segunda por el gigante alemán Eon.
Incluso ha elegido como "compañeros" de vieje a gente despreciada por las democracias mundiales, a líderes autoritarios y déspotas de países como Cuba, Venezuela, Siria, Irán y otros, sin que los españoles tengan agallas para reprocharle tamaña barbaridad.
Hasta su proyecto político más querido y estratégico, el de aislar al PP, convirtiéndolo en un partido proscrito y cerrándole así las puertas del poder, amenaza con volvérsele en contra, a juzgar por lo que comienzan a reflejar las encuestas: una inesperada recuperación de los populares en intención de voto, cuando hace poco más de dos años salieron noqueados, sin esperanza y con la vista nublada de la inesperada derrota del 14 M de 2004.
Aparentemente sin un rasguño, confiando en ese “yo nunca he perdido” que repite ante sus desconcertados amigos, sintiéndose blindado e invencible, Zapatero, el jefe “rezado” de esta España que se asoma, asustada, al Tercer Milenio, se dispone a seguir gobernando, con escaso tacto pero con suerte endiablada, un país cada día mas crispado y dividido, cuya ciudadanía, excluyendo a los cientos de miles de narcotizados y esclavizados por unos partidos políticos cada día más poderosos e impunes, se aleja cada vez más de los desprestigiados políticos y pierde su ejemplar entusiasmo en una democracia que, hace apenas un par de décadas, constituía un proyecto ilusionante que aglutinaba a los españoles en torno a las nuevas libertades y derechos conquistados.
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