Se oye cada día más el clamor de “¡Fuera los Borbones!”, acompañado de frases y razonamientos típicos de manuales políticos del siglo XIX, que, con la técnica cibernética del “copiar y pegar”, proliferan hasta el infinito, dando la impresión de que es una demanda masiva, cuando, en realidad, apenas son unos pocos que, bien guiados y protegidos desde el poder, hacen mucho ruido.
España sufre una grave carencia de cerebros políticos o de políticos con cerebro (usted elige) para que representen a España y nos den a conocer y a valer ante el mundo, carencia que es especialmente dramática en la Cataluña del presente, una de las regiones más dinámicas de este país, que ha nombrado a un “paisano” como Carod Rovira para que les represente en el exterior.
¿Tan aguda es la penuria de personal apto y apropiado en todo el país? ¿Es también una escasez irreversible?
España necesita hoy una figura como “el Borbón” (así le llaman algunos) porque la caterva de inexpertos que surgen de los clubes de la partitocracia, la verdad es que dan grima. No es que lo hagan mal intencionadamente, es que el traje del Estado les cae demasiado grande.
Es cierto que el viejo dictador contribuyó a crear la figura del Borbón (para mi es Don Juan Carlos). Lo trajo a España, orientó parte de sus estudios y lo preparó para ser Rey. Pero no es menos cierto que “El Borbón” demostró ser más gallego que el abuelo y desde el primer momento, tras ser proclamado rey, dijo ante los pechos llenos de medallas y portadores de sables que sería “el rey de todos los españoles”. Luego, el “23 F” tomó la alternativa y cortó orejas. Don Juan Carlos burló al general Franco y a los herederos de su régimen y lo que parecía estar “atado y bien atado”, el Borbón lo desató y con las hilachas se hizo un llavero.
El Borbón es un español educado para ser Rey, con una preparación y una experiencia que supera a la de otros monarcas y a la pléyade de líderes mediocres que produce la partitocracia española, gente incapaz de ganarse el respeto internacional, que ni siquiera sabe idiomas para dialogar con los otros líderes en los grandes foros. Ese Borbón que muchos quieren borrar del mapa es hoy la única autoridad del Estado español capaz de descolgar el teléfono y lograr que se le ponga cualquier jefe de Estado o de gobierno en el mundo, incluyendo el que manda en Washington.
A pesar de todo, los seguidores de manuales políticos trasnochados y obsoletos, posiblemente encontrados en el desván del odiado franquismo, deben tranquilizarse porque la monarquía española que tanto odian tiene los días contados. Un Rey no tiene función alguna en una nación de taifas. Al Borbón no le derrocará la quimérica república, sino la degradación de la política española, la impericia de sus dirigentes, el mal gobierno y el hastío ciudadano ante una democracia que se arrastra por los suelos, ya sin dignidad.
Sin el idioma común y sin una figura como el Rey nos quedaremos únicamente con la legión de reyezuelos gastosos, inútiles, arrogantes, nuevos ricos y advenedizos, siempre hambrientos de poder y de privilegios, la esencia y la imagen de la nueva España.
Ligur
España sufre una grave carencia de cerebros políticos o de políticos con cerebro (usted elige) para que representen a España y nos den a conocer y a valer ante el mundo, carencia que es especialmente dramática en la Cataluña del presente, una de las regiones más dinámicas de este país, que ha nombrado a un “paisano” como Carod Rovira para que les represente en el exterior.
¿Tan aguda es la penuria de personal apto y apropiado en todo el país? ¿Es también una escasez irreversible?
España necesita hoy una figura como “el Borbón” (así le llaman algunos) porque la caterva de inexpertos que surgen de los clubes de la partitocracia, la verdad es que dan grima. No es que lo hagan mal intencionadamente, es que el traje del Estado les cae demasiado grande.
Es cierto que el viejo dictador contribuyó a crear la figura del Borbón (para mi es Don Juan Carlos). Lo trajo a España, orientó parte de sus estudios y lo preparó para ser Rey. Pero no es menos cierto que “El Borbón” demostró ser más gallego que el abuelo y desde el primer momento, tras ser proclamado rey, dijo ante los pechos llenos de medallas y portadores de sables que sería “el rey de todos los españoles”. Luego, el “23 F” tomó la alternativa y cortó orejas. Don Juan Carlos burló al general Franco y a los herederos de su régimen y lo que parecía estar “atado y bien atado”, el Borbón lo desató y con las hilachas se hizo un llavero.
El Borbón es un español educado para ser Rey, con una preparación y una experiencia que supera a la de otros monarcas y a la pléyade de líderes mediocres que produce la partitocracia española, gente incapaz de ganarse el respeto internacional, que ni siquiera sabe idiomas para dialogar con los otros líderes en los grandes foros. Ese Borbón que muchos quieren borrar del mapa es hoy la única autoridad del Estado español capaz de descolgar el teléfono y lograr que se le ponga cualquier jefe de Estado o de gobierno en el mundo, incluyendo el que manda en Washington.
A pesar de todo, los seguidores de manuales políticos trasnochados y obsoletos, posiblemente encontrados en el desván del odiado franquismo, deben tranquilizarse porque la monarquía española que tanto odian tiene los días contados. Un Rey no tiene función alguna en una nación de taifas. Al Borbón no le derrocará la quimérica república, sino la degradación de la política española, la impericia de sus dirigentes, el mal gobierno y el hastío ciudadano ante una democracia que se arrastra por los suelos, ya sin dignidad.
Sin el idioma común y sin una figura como el Rey nos quedaremos únicamente con la legión de reyezuelos gastosos, inútiles, arrogantes, nuevos ricos y advenedizos, siempre hambrientos de poder y de privilegios, la esencia y la imagen de la nueva España.
Ligur