Algunos ilusos creen que cambiando de gobierno cambiarán las cosas y que la antigua prosperidad retornará. Los pobres desgraciados no saben que la prosperidad ha muerto porque antes murió la utopía y que la mayor canallada atribuible a nuestro actual gobierno (y a nuestra clase política en general) no es haber arruinado el país, sino haber asesinado todo resto de utopía y haber convertido España en una tierra sin esperanza.
De la esperanza nace la utopía, que es "el proyecto de una sociedad ideal". La utopía es lo mejor de la historia y lo más grande del hombre. Cuando existe, está dentro de nosotros y se nutre de lo mejor de nosotros. Cuando no existe, deja un vacío inmenso en el alma y suele generar esclavitud y bajeza.
El punto de partida de la utopía es la disconformidad con la sociedad en que se vive y una valoración alta de valores éticos fundamentales, como la justicia, la verdad y otros. La utopía es auténtica cuando anima a los humanos y cuando prende en la sociedad, generando compromiso activo y convirtiéndose en fuerza transformadora.
La utopía ha sido el gran motor de la Historia. La modernidad y sus revoluciones despertaron y fortalecieron la esperanza, el entusiasmo y la utopía, que es hija de ambos. El comunismo, el liberalismo, el cristianismo y otras doctrinas prometieron crear hombres más perfectos, a través de la utopía, pero todas esas ilusiones y entusiasmos perecieron en el último cuarto del siglo XX. Nuestro tiempo presente parte del principio de que las grandes utopías han fracasado, desde el cristianismo al comunismo, pasando por el liberalismo y otras religiones e ideologías. Esa es la terrible base de la filosofía postmoderna. La postmodernidad es portadora de un pensamiento débil y de corta dimensión, pleno de vulgaridades, sin ideologías, sin utopías, sin grandes metas, anclado en el día a día, creador de hombres pequeños y alicortos, incapaces de volar alto, más preocupados del colesterol que de la Justicia y la libertad, habitante de un minúsculo mundo de mediocres, hedonista e insolidario.
Trasladado a la política real española, la postmodernidad engendra gente como Zapatero, su gobierno y la pobre oposición de derecha: sin ideologías ni grandes metas, seguidores del relativismo, con pocos criterios firmes, generadores de un pensamiento fragmentado e insolvente, carentes de principios sólidos, hasta el punto de que, dentro del gobierno, es fácil convivir con la corrupción, la mentira, el despilfarro, el engaño y hasta el avance del desempleo, la pobreza y la ruina de toda una nación, sin que nada de eso parezca demasiado importante, sin que ni siquiera pidan perdón los creadores de tanto sufrimiento y fracaso.
Es el reino de las cloacas, la antítesis del reino de la democracia. En el primero reina lo oscuro y caben la mentira y la trampa, porque lo importante es el final. Sus practicantes afirman que lo verdaderamente importante es lo que se consigue y que el fin siempre justifica los medios, mientras que la democracia es justo lo contrario, un reino presidido por la transparencia, con reglas, valores y principios destinados a generar verdad, transparencia y una sociedad esperanzada y utópica.
Ante el desesperante y degradado presente, sólo cabe ser revolucionario y aspirar a un cambio que nos devuelva la utopía. Si toda revolución es un cambio de paradigma, el deseo de cambio, la crítica y la lucha contra un sistema ajeno a la utopía, que no responde a las necesidades del mundo y que está diseñado para extraer del ser humano lo peor (odio al adversario, envidia, rapiña, hipocresía, corrupción, etc.) es un deber revolucionario de todo ser humano que no haya caído todavía en la degradación.
Un sistema que produce desempleo estructural, injusticia y desigualdad creciente tiene que ser cambiado. Un gobierno que, en lugar de impulsar la sociedad y generar esperanza y felicidad, siembra su territorio de pobreza, desesperación, injusticia y tristeza tiene que ser derrotado y erradicado. Todo sistema y todo gobierno que no generen esperanza y utopía debe ser combatido por el hombre libre y utópico.
Si estas reflexiones son correctas, entonces la única opción del ciudadano en la España actual es luchar contra el sistema vigente y sus defensores, empleando todos los recursos pacíficos y cívicos posibles, siendo implacables con los habitantes de las cloacas, con los asesinos de la utopía, con los que, desde el poder, han generado y generarán siempre, porque su naturaleza es así de miserable y egoísta, desesperación, injusticia y desgracia.
De la esperanza nace la utopía, que es "el proyecto de una sociedad ideal". La utopía es lo mejor de la historia y lo más grande del hombre. Cuando existe, está dentro de nosotros y se nutre de lo mejor de nosotros. Cuando no existe, deja un vacío inmenso en el alma y suele generar esclavitud y bajeza.
El punto de partida de la utopía es la disconformidad con la sociedad en que se vive y una valoración alta de valores éticos fundamentales, como la justicia, la verdad y otros. La utopía es auténtica cuando anima a los humanos y cuando prende en la sociedad, generando compromiso activo y convirtiéndose en fuerza transformadora.
La utopía ha sido el gran motor de la Historia. La modernidad y sus revoluciones despertaron y fortalecieron la esperanza, el entusiasmo y la utopía, que es hija de ambos. El comunismo, el liberalismo, el cristianismo y otras doctrinas prometieron crear hombres más perfectos, a través de la utopía, pero todas esas ilusiones y entusiasmos perecieron en el último cuarto del siglo XX. Nuestro tiempo presente parte del principio de que las grandes utopías han fracasado, desde el cristianismo al comunismo, pasando por el liberalismo y otras religiones e ideologías. Esa es la terrible base de la filosofía postmoderna. La postmodernidad es portadora de un pensamiento débil y de corta dimensión, pleno de vulgaridades, sin ideologías, sin utopías, sin grandes metas, anclado en el día a día, creador de hombres pequeños y alicortos, incapaces de volar alto, más preocupados del colesterol que de la Justicia y la libertad, habitante de un minúsculo mundo de mediocres, hedonista e insolidario.
Trasladado a la política real española, la postmodernidad engendra gente como Zapatero, su gobierno y la pobre oposición de derecha: sin ideologías ni grandes metas, seguidores del relativismo, con pocos criterios firmes, generadores de un pensamiento fragmentado e insolvente, carentes de principios sólidos, hasta el punto de que, dentro del gobierno, es fácil convivir con la corrupción, la mentira, el despilfarro, el engaño y hasta el avance del desempleo, la pobreza y la ruina de toda una nación, sin que nada de eso parezca demasiado importante, sin que ni siquiera pidan perdón los creadores de tanto sufrimiento y fracaso.
Es el reino de las cloacas, la antítesis del reino de la democracia. En el primero reina lo oscuro y caben la mentira y la trampa, porque lo importante es el final. Sus practicantes afirman que lo verdaderamente importante es lo que se consigue y que el fin siempre justifica los medios, mientras que la democracia es justo lo contrario, un reino presidido por la transparencia, con reglas, valores y principios destinados a generar verdad, transparencia y una sociedad esperanzada y utópica.
Ante el desesperante y degradado presente, sólo cabe ser revolucionario y aspirar a un cambio que nos devuelva la utopía. Si toda revolución es un cambio de paradigma, el deseo de cambio, la crítica y la lucha contra un sistema ajeno a la utopía, que no responde a las necesidades del mundo y que está diseñado para extraer del ser humano lo peor (odio al adversario, envidia, rapiña, hipocresía, corrupción, etc.) es un deber revolucionario de todo ser humano que no haya caído todavía en la degradación.
Un sistema que produce desempleo estructural, injusticia y desigualdad creciente tiene que ser cambiado. Un gobierno que, en lugar de impulsar la sociedad y generar esperanza y felicidad, siembra su territorio de pobreza, desesperación, injusticia y tristeza tiene que ser derrotado y erradicado. Todo sistema y todo gobierno que no generen esperanza y utopía debe ser combatido por el hombre libre y utópico.
Si estas reflexiones son correctas, entonces la única opción del ciudadano en la España actual es luchar contra el sistema vigente y sus defensores, empleando todos los recursos pacíficos y cívicos posibles, siendo implacables con los habitantes de las cloacas, con los asesinos de la utopía, con los que, desde el poder, han generado y generarán siempre, porque su naturaleza es así de miserable y egoísta, desesperación, injusticia y desgracia.