Lo definen como "líder tranquilo", pero la sociedad lo percibe también como sensato, honrado, generador de confianza y poseedor de un discurso demócrata que suena insólito en esta España de carismáticos, mentirosos y adoradores de la imagen. Ojo con el nuevo presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, porque tiene un gran futuro político.
En su discurso de investidura, en presencia del vicepresidente tercero del gobierno, Manuel Chaves, y de la plana mayor de su partido, dijo cosas que los españoles demócratas quieren oir y que sus compañeros de partido, con Rajoy a la cabeza, se niegan a pronunciar: habló de sociedad civil, de regeneración, de esfuerzo colectivo y de garantizar la igualdad de las dos lenguas, el español y el gallego, entre otros mensajes y signos de concordia y democracia.
Feijoó reune muchas condiciones para ser un líder político con futuro, pero destacan tres: la primera es que es humilde, serio y nada carismático; la segunda es que genera confianza y concordia; la tercera es que da la sensación de que es honrado. Si se contrastan sus valores con las necesidades de España, uno se encuentra que el país necesita, desesperadamente, recuperar la confianza perdida en el liderazgo político y que la gente, cansada tanto de trifulcas entre políticos como de corrupción y de líderes iuminados que confían en la "suerte", prefiere a gente seria, trabajadora, sensata y, sobre todo, honrada e inmune a la asquerosa corrupción que infecta la sociedad.
En su discurso de investidura, en presencia del vicepresidente tercero del gobierno, Manuel Chaves, y de la plana mayor de su partido, dijo cosas que los españoles demócratas quieren oir y que sus compañeros de partido, con Rajoy a la cabeza, se niegan a pronunciar: habló de sociedad civil, de regeneración, de esfuerzo colectivo y de garantizar la igualdad de las dos lenguas, el español y el gallego, entre otros mensajes y signos de concordia y democracia.
Feijoó reune muchas condiciones para ser un líder político con futuro, pero destacan tres: la primera es que es humilde, serio y nada carismático; la segunda es que genera confianza y concordia; la tercera es que da la sensación de que es honrado. Si se contrastan sus valores con las necesidades de España, uno se encuentra que el país necesita, desesperadamente, recuperar la confianza perdida en el liderazgo político y que la gente, cansada tanto de trifulcas entre políticos como de corrupción y de líderes iuminados que confían en la "suerte", prefiere a gente seria, trabajadora, sensata y, sobre todo, honrada e inmune a la asquerosa corrupción que infecta la sociedad.