Me he pensado mucho escribir lo que voy a decir a continuación. Cálculos políticos. Hoy si no entras en la Dictadura de lo Políticamente Correcto, estás muerto. Pero ante la catarata irrefrenable de cinismo y de garrulería que uno tiene que presenciar, y por la que invariablemente se ve afectado, hay que hablar. Y hablar alto. Que se nos escuche.
Atentados en Londres, en Inglaterra, a un pueblo hermano a favor de Europa, pero no de esa estructura corrupta, burocratizada y putrefacta que es la Unión Europea. La lógica conmoción por unos crímenes que nos afectan como si nosotros mismos los hubiésemos sufrido, como el dolor de las víctimas es capaz de constreñir hasta el más duro de los corazones, es barrida inmisericordemente por el pensamiento único imperante. El buenismo bobalicón de quienes quieren implementar la mentalidad del débil para tenernos a todos más sometidos y servir a sus oscuros intereses sólo es capaz de decir que la preocupación principal ahora es que los derechos de las minorías musulmanas no sea vean restringidos. Que la vida es así y hay que aceptar que estas cosas pasan. Que la culpa es nuestra. Que nos lo merecemos por los crímenes de occidente, el capitalismo, la OTAN, el imperialismo y el sionismo. Que hay que ser solidarios y preocuparnos primero por los demás y después por nosotros mismos. Y si dejamos de hacer lo segundo, pues mejor.
A veces uno no da crédito a lo que lee y a lo que escucha.
En un Estado de Derecho como debería ser España (ahora está de moda decir “el país”, “el Estado”, todo sea por evitar tan aberrante denominación) es obvio que los derechos de una minoría religiosa, cualquiera que sea, no deben verse jamás puestos en entredicho por una pandilla de fanáticos. Pero igualmente cierto es que el terrorismo yihadista procede de una religión en particular. Ni los cristianos, ni los judíos, ni los hindúes han desarrollado apéndices radicales que se dediquen a perpetrar matanzas a sangre fría contra gente indefensa para atentar contra los valores que nos han hecho triunfar. Y conste que la mayoría de las víctimas de este terrorismo son musulmanes. Por eso son los musulmanes los que deben alzar la voz y lanzarse a la lucha en la vanguardia contra el horror.
Nosotros, por nuestra parte, si queremos sobrevivir y no ser presa del miedo paralizador que estos canallas quieren sembrar no debemos dejarnos embaucar por la lengua sibilina y la propaganda sentimentaloide “progre”, que nada tiene que ver con el progresismo y aún menos con el progreso social de verdad. Son cómplices. No legalmente, pero sí ética y moralmente. Su preocupación no es la libertad y la seguridad de su gente, sino que su dogma ideológico no se vea menoscabado por la cada vez más cruda realidad. Quizá algún día las montañas de muertos sean una losa demasiado pesada para esta mentira. Es la Guerra. Aceptémoslo. El yihadismo ha declarado las hostilidades contra una visión de la vida y del mundo, la nuestra. Y el conflicto en el que ya estamos inmersos no lo vamos a solucionar ni rezando ni con el diálogo. Porque sólo a un cernícalo se le ocurriría querer dialogar con aquellos que vienen a su casa a matar. Con los que les cortan el cuello a periodistas que están allí haciendo su trabajo para que yo pueda estar informando y escribiendo esto ahora. Que lo suben a YouTube para deleite de toda esa manada de incivilizados.
La única solución, dentro de la ley y de los derechos humanos elementales -porque nosotros no somos unos salvajes como ellos y tenemos humanidad- es la guerra sin cuartel. Sin abrazos de Vergara, sin tratados de paz, sin políticas de apaciguamiento, hasta la victoria total. Soy consciente de que quien lea esto no tardará un solo segundo en decir que soy un belicista (¡), un fascista (¡¡), un xenófobo (¡¡¡) y un racista (¡¡¡¡). Pero me importa un pimiento. Belicista es aquél que busca la guerra por placer. Fascista es quien defiende el sistema dirigido por Mussolini. Xenófobo es el que odia a los extranjeros por el mero hecho de serlo. Y racista es quien odia a una categoría de seres humanos basándose sólo en el color de su piel.
No permitamos que quienes disculpan y justifican el terrorismo, como siguen haciendo con ETA, nos digan lo que tenemos que sentir y nos convenzan de que estamos en el lado equivocado de la Historia. Somos las víctimas. Pero nunca corderos en el matadero. Si nos atacan responderemos. Defender nuestra vida y nuestra cultura es el auténtico gesto de progreso que nuestra gente necesita y que los perros del Poder nunca le darán.
Pablo Gea
Atentados en Londres, en Inglaterra, a un pueblo hermano a favor de Europa, pero no de esa estructura corrupta, burocratizada y putrefacta que es la Unión Europea. La lógica conmoción por unos crímenes que nos afectan como si nosotros mismos los hubiésemos sufrido, como el dolor de las víctimas es capaz de constreñir hasta el más duro de los corazones, es barrida inmisericordemente por el pensamiento único imperante. El buenismo bobalicón de quienes quieren implementar la mentalidad del débil para tenernos a todos más sometidos y servir a sus oscuros intereses sólo es capaz de decir que la preocupación principal ahora es que los derechos de las minorías musulmanas no sea vean restringidos. Que la vida es así y hay que aceptar que estas cosas pasan. Que la culpa es nuestra. Que nos lo merecemos por los crímenes de occidente, el capitalismo, la OTAN, el imperialismo y el sionismo. Que hay que ser solidarios y preocuparnos primero por los demás y después por nosotros mismos. Y si dejamos de hacer lo segundo, pues mejor.
A veces uno no da crédito a lo que lee y a lo que escucha.
En un Estado de Derecho como debería ser España (ahora está de moda decir “el país”, “el Estado”, todo sea por evitar tan aberrante denominación) es obvio que los derechos de una minoría religiosa, cualquiera que sea, no deben verse jamás puestos en entredicho por una pandilla de fanáticos. Pero igualmente cierto es que el terrorismo yihadista procede de una religión en particular. Ni los cristianos, ni los judíos, ni los hindúes han desarrollado apéndices radicales que se dediquen a perpetrar matanzas a sangre fría contra gente indefensa para atentar contra los valores que nos han hecho triunfar. Y conste que la mayoría de las víctimas de este terrorismo son musulmanes. Por eso son los musulmanes los que deben alzar la voz y lanzarse a la lucha en la vanguardia contra el horror.
Nosotros, por nuestra parte, si queremos sobrevivir y no ser presa del miedo paralizador que estos canallas quieren sembrar no debemos dejarnos embaucar por la lengua sibilina y la propaganda sentimentaloide “progre”, que nada tiene que ver con el progresismo y aún menos con el progreso social de verdad. Son cómplices. No legalmente, pero sí ética y moralmente. Su preocupación no es la libertad y la seguridad de su gente, sino que su dogma ideológico no se vea menoscabado por la cada vez más cruda realidad. Quizá algún día las montañas de muertos sean una losa demasiado pesada para esta mentira. Es la Guerra. Aceptémoslo. El yihadismo ha declarado las hostilidades contra una visión de la vida y del mundo, la nuestra. Y el conflicto en el que ya estamos inmersos no lo vamos a solucionar ni rezando ni con el diálogo. Porque sólo a un cernícalo se le ocurriría querer dialogar con aquellos que vienen a su casa a matar. Con los que les cortan el cuello a periodistas que están allí haciendo su trabajo para que yo pueda estar informando y escribiendo esto ahora. Que lo suben a YouTube para deleite de toda esa manada de incivilizados.
La única solución, dentro de la ley y de los derechos humanos elementales -porque nosotros no somos unos salvajes como ellos y tenemos humanidad- es la guerra sin cuartel. Sin abrazos de Vergara, sin tratados de paz, sin políticas de apaciguamiento, hasta la victoria total. Soy consciente de que quien lea esto no tardará un solo segundo en decir que soy un belicista (¡), un fascista (¡¡), un xenófobo (¡¡¡) y un racista (¡¡¡¡). Pero me importa un pimiento. Belicista es aquél que busca la guerra por placer. Fascista es quien defiende el sistema dirigido por Mussolini. Xenófobo es el que odia a los extranjeros por el mero hecho de serlo. Y racista es quien odia a una categoría de seres humanos basándose sólo en el color de su piel.
No permitamos que quienes disculpan y justifican el terrorismo, como siguen haciendo con ETA, nos digan lo que tenemos que sentir y nos convenzan de que estamos en el lado equivocado de la Historia. Somos las víctimas. Pero nunca corderos en el matadero. Si nos atacan responderemos. Defender nuestra vida y nuestra cultura es el auténtico gesto de progreso que nuestra gente necesita y que los perros del Poder nunca le darán.
Pablo Gea