Colaboraciones

¡ESPAÑA, ESPAÑA!





La Eurocopa invita a reflexionar. Lo que no habían conseguido la política y algunas otras consideraciones, se ha hecho una realidad incuestionable con este Campeonato, que ha enganchado y compactado la voluntad de los españoles, salvo esos infectos virulentos del bajo nacionalismo. Un puñado de jóvenes entusiastas y entregados, incansables y compenetrados, a las órdenes y directrices de un hombre bondadoso y perspicaz ha logrado la unidad y el consenso de España. La hazaña gloriosa tiene ya inscritos en la historia los nombres de Luis Aragonés, Casillas, Silva, Torres, el memorable niño y de toda la estupenda selección.

Dos acontecimientos antitéticos han conseguido, en estos últimos tiempos, levantar y suscitar el sentimiento nacional español: el terrible y miserable tiro en la nuca de Miguel A. Blanco, de eterna memoria y este emocionante triunfo futbolístico, que ha sentado y congregado, incluso a gente que poco o nada le dice esta cuestión.

Cierto que el hecho deportivo y el político, son muy distintos; no obstante, cabe aplicar el análisis en su aspecto sociológico, al frenesí concitado. La conmoción vivida entre la simbología española y camisetas rojas –eso de “plaza roja” es, sin duda, una expresión totalmente inapropiada y fuera de quicio- apunta a significados extrafutbolísticos latentes en la conciencia colectiva. La explosión de contento desbordado y de fiesta improvisada manifiestan el sentimiento unitario de Patria, producto, quizás, de impulsos contenidos y deseos subconscientes de lanzarlos a las profundidades del alma de todos esos innombrables e innobles que atentan contra la idea sacrosanta de España, que la desprecian y denigran, prefiriendo a Rusia, y aquellos que no saben, no quieren definirla y dicen que es indefinible. Es la falsa progresía de mente mezquina atorada por su síndrome infantil de rancio nacionalismo decimonónico, que la sume en la inquina, la maldad e insolvencia. Esto se ha patentizado en esos ayuntamientos de Barcelona y Bilbao, al negarse a instalar pantallas exteriores, para que se viese el partido.

En esa balsa de miopía, no sólo no reconocen el esfuerzo luchador y su magistral lección de finura futbolística, sino que, incluso, llegan a publicar sus deseos de nuestra derrota. No conocen el auténtico patriotismo, que apiña en torno a una idea grandiosa y común a todos los españoles. Se enquistan en su nacionalismo, virus anacrónico, que corroe sus entrañas vindicativas y, creando enemigos para reafirmarse, edifica ofensas inexistentes y discursos de desprecio a la Unidad Nacional; desconocen la generosidad de la alegría por los avances y adquisiciones que unen y hacen vibrar a todo un pueblo. La victoria que ensalza el presente, reivindica el pasado y alumbra la esperanza del futuro, simboliza el encuentro de todos en la tarea común de construir el bien general; se hace catalizador del sentimiento de unión y grandeza y expresa el júbilo de pasear el orgullo de ser español con naturalidad, civismo y honradez.

En España, ha aflorado el sano patriotismo democrático trasmitido, desde Viena, por esos animosos muchachos con los que la gente, casi en su totalidad, se ha identificado; patriotismo moderno que significa caminar y laborar juntos aunados sin establecer diferencias entre los españoles de Canarias a Asturias. Ellos, con su formación y preparación, reflejan la transformación experimentada en España estos años; su sentido de equipo y su juego inteligente señalan el patrón que marca el límite del éxito o del fracaso; a pesar de frustraciones y tropiezos, anhelos y denuedos, al final, con colaboración y tesón se alcanza la gloria y la recompensa.



C. Valverde Mudarra


   
Viernes, 4 de Julio 2008
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