El año 2009 ha llegado a España con toda su carga de malos augurios, amenazas y dramas, sin un liderazgo en quien confiar, con una economía en declive que sólo funciona fabricando parados y pobres, con una sociedad derrengada que sufre en sus carnes aquella crisis general que definio Gransci como "la muerte de lo viejo sin que todavía haya nacido lo nuevo".
España recibe al nuevo año en ese territorio de nadie desolado, con una clase dirigente descerebrada y sin liderazgo, que, absurda y temerariamente, está empeñada en sustituir lo viejo por lo que, erróneamente, considera nuevo, sin lograr ni una casa ni la otra.
Desde los tiempos de la Guerra Civil y del hambre, nunca España vivió un comienzo de año tan desesperanzado y desolador como el de 2009.
Los ciudadanos están desorientados porque se creian ricos y ahora ven acercarse la pobreza a toda máquina, sin ni siquiera poder depositar en sus torpes dirigentes la esperanza de la salvación. La legión de los desempleados crece al ritmo de seis mil al día, mientras miles de comercios y pequeñas empresas cierran cada mes y muchos cientos de miles de autónomos se retiran de la economía productiva, derrotados y desamparados por un liderazgo nefasto, atiborrado de privilegios e incapaz de generar la más mínima confianza.
Presa del determinismo y paralizada por el miedo, la triste sociedad española sólo confia en que las cosas se arreglen en Estados Unidos y el resto del mundo y que, por contagio, también marchen mejor en España.
La arrogancia y la mentira, que se han hecho fuertes en un gobierno enfermo de optimismo, que se niega a reconocer todo el devastador alcance del drama por miedo a perder votos, no contribuye a mejorar la situación, como tampoco representa consuelo alguno o esperanza la existencia de una oposición que sólo demuestra que ansía recuperar el poder, pero sin entusiasmar a sus votantes, sin generar ilusión, confiando sólo en que el gobierno sea aplastado por la crisis y a ellos les toque el relevo.
La España de 2009, como casi siempre a lo largo de su historia, se encuentra dividida, pero la división actual es más palpable, hiriente y desquiciada que en otras etapas de su historia, una división que se parece cada día más a la que llevó a España hasta la ruina durante la II República, en vísperas del capítulo bochornoso de nuestra guerra civil, un episodio siniestro sólo achacable al mal gobierno y al déficit de liderazgo ético que este país ha padecido durante nueve de cada díez momentos de su larga existencia.
España recibe al nuevo año en ese territorio de nadie desolado, con una clase dirigente descerebrada y sin liderazgo, que, absurda y temerariamente, está empeñada en sustituir lo viejo por lo que, erróneamente, considera nuevo, sin lograr ni una casa ni la otra.
Desde los tiempos de la Guerra Civil y del hambre, nunca España vivió un comienzo de año tan desesperanzado y desolador como el de 2009.
Los ciudadanos están desorientados porque se creian ricos y ahora ven acercarse la pobreza a toda máquina, sin ni siquiera poder depositar en sus torpes dirigentes la esperanza de la salvación. La legión de los desempleados crece al ritmo de seis mil al día, mientras miles de comercios y pequeñas empresas cierran cada mes y muchos cientos de miles de autónomos se retiran de la economía productiva, derrotados y desamparados por un liderazgo nefasto, atiborrado de privilegios e incapaz de generar la más mínima confianza.
Presa del determinismo y paralizada por el miedo, la triste sociedad española sólo confia en que las cosas se arreglen en Estados Unidos y el resto del mundo y que, por contagio, también marchen mejor en España.
La arrogancia y la mentira, que se han hecho fuertes en un gobierno enfermo de optimismo, que se niega a reconocer todo el devastador alcance del drama por miedo a perder votos, no contribuye a mejorar la situación, como tampoco representa consuelo alguno o esperanza la existencia de una oposición que sólo demuestra que ansía recuperar el poder, pero sin entusiasmar a sus votantes, sin generar ilusión, confiando sólo en que el gobierno sea aplastado por la crisis y a ellos les toque el relevo.
La España de 2009, como casi siempre a lo largo de su historia, se encuentra dividida, pero la división actual es más palpable, hiriente y desquiciada que en otras etapas de su historia, una división que se parece cada día más a la que llevó a España hasta la ruina durante la II República, en vísperas del capítulo bochornoso de nuestra guerra civil, un episodio siniestro sólo achacable al mal gobierno y al déficit de liderazgo ético que este país ha padecido durante nueve de cada díez momentos de su larga existencia.
Comentarios: