Ocho policías catalanes acaban de ser imputados y acusados por el juez de homicidio imprudente, por moler a palos a un empresario, hasta causarle la muerte. Pero ese no es un episodio aislado, sino la punta de un iceberg que inquieta y preocupa a los demócratas españoles, conscientes de que la policía española está sometida a tensiones muy elevadas en estos tiempos de crisis y fractura social, con el pueblo al borde de la rebeldía contra unos gobernantes a los que acusa de abuso de poder, injusticia manifiesta y corrupción.
Muchos observadores creen que la policía española está protagonizando algunos episodios inexplicables y altamente peligrosos, demostrando a veces un celo desproporcionado en la represión de los ciudadanos. Los policías deberían recordar que reprimir a los violentos es lícito, pero aplastar a los ciudadanos pacíficos siempre es un crimen.
La policía ha lanzado cargas de violencia desproporcionada para reprimir las recientes manifestaciones de Gamonal, en Burgos, y otras de apoyo que se realizaron en muchas ciudades españolas. Ya ofrecieron al mundo un espectáculo sospechoso de violencia gratuita en los cercos al Congreso y en las manifestaciones del 15 M, en las que los manifestantes aseguraron que habían desenmascarado a policías vestidos de paisano infiltrados entre los manifestantes, que se dedicaban a provocar violencia para así justificar la represión, todo un abuso de poder que, como muchos otros perpetrados por el poder en España, suele permanecer impune.
Es probable que la violencia policial sea del gusto y resulte premiada por algunos miembros del poder político, asustados ante la frustración y la indignación del pueblo y temeroso de rebeldías y rebeliones de ciudadanos hartos de abuso y corrupción, pero la policía debe mantenerse serena y recordar que su papel, dentro de un sistema democrático, es mantener el orden con prudencia y respeto, nunca actuar como mastines amaestrados para el mordisco.
Más allá de la imputación de ocho agentes por un delito de homicidio imprudente tras la muerte de un detenido en la comisaría tarraconense de El Vendrell, la policía catalana ha sido objeto de numerosas denuncias, acusaciones, condenas y hasta indultos.
Sin embargo, para que el análisis sea completo y justo, hay que considerar también que en algunas manifestaciones hay tipejos violentos infiltrados, verdaderos agresores de policías a los que es muy difícil tratar con respeto.
Los policías eran, en los primeros años de la democracia, una de las profesionales mas respetadas y valoradas por los ciudadanos, junto con jueces y periodistas. En ellos se reconocía a profesionales dedicados a mantener el orden y la paz, pero hoy, cuando la democracia española ha quedado desenmascarada como una vulgar dictadura de partidos, los policías, lo periodistas y los jueces aparecen en las encuestas como los profesionales mas rechazados por el ciudadano, justo detrás de los políticos, que son, sin duda, las estrellas del desprecio cívico.
Se han producido episodios de violencia en comisarías y cuarteles contra ciudadanos detenidos y hay numerosas acusaciones de tortura. La policía española, ante la avalancha de protestas que se avecina, impulsadas por fenómenos tan evidentes como la injusticia generalizada en la sociedad, la pobreza, la marginación, el abuso de poder, la corrupción en las alturas y los privilegios insultantes de la clase gobernante, debería ser mas cuidadosa y no olvidar nunca que la Constitución y la ley, en democracia, los define como servidores de la ciudadanía, no de los políticos.
Muchos observadores creen que la policía española está protagonizando algunos episodios inexplicables y altamente peligrosos, demostrando a veces un celo desproporcionado en la represión de los ciudadanos. Los policías deberían recordar que reprimir a los violentos es lícito, pero aplastar a los ciudadanos pacíficos siempre es un crimen.
La policía ha lanzado cargas de violencia desproporcionada para reprimir las recientes manifestaciones de Gamonal, en Burgos, y otras de apoyo que se realizaron en muchas ciudades españolas. Ya ofrecieron al mundo un espectáculo sospechoso de violencia gratuita en los cercos al Congreso y en las manifestaciones del 15 M, en las que los manifestantes aseguraron que habían desenmascarado a policías vestidos de paisano infiltrados entre los manifestantes, que se dedicaban a provocar violencia para así justificar la represión, todo un abuso de poder que, como muchos otros perpetrados por el poder en España, suele permanecer impune.
Es probable que la violencia policial sea del gusto y resulte premiada por algunos miembros del poder político, asustados ante la frustración y la indignación del pueblo y temeroso de rebeldías y rebeliones de ciudadanos hartos de abuso y corrupción, pero la policía debe mantenerse serena y recordar que su papel, dentro de un sistema democrático, es mantener el orden con prudencia y respeto, nunca actuar como mastines amaestrados para el mordisco.
Más allá de la imputación de ocho agentes por un delito de homicidio imprudente tras la muerte de un detenido en la comisaría tarraconense de El Vendrell, la policía catalana ha sido objeto de numerosas denuncias, acusaciones, condenas y hasta indultos.
Sin embargo, para que el análisis sea completo y justo, hay que considerar también que en algunas manifestaciones hay tipejos violentos infiltrados, verdaderos agresores de policías a los que es muy difícil tratar con respeto.
Los policías eran, en los primeros años de la democracia, una de las profesionales mas respetadas y valoradas por los ciudadanos, junto con jueces y periodistas. En ellos se reconocía a profesionales dedicados a mantener el orden y la paz, pero hoy, cuando la democracia española ha quedado desenmascarada como una vulgar dictadura de partidos, los policías, lo periodistas y los jueces aparecen en las encuestas como los profesionales mas rechazados por el ciudadano, justo detrás de los políticos, que son, sin duda, las estrellas del desprecio cívico.
Se han producido episodios de violencia en comisarías y cuarteles contra ciudadanos detenidos y hay numerosas acusaciones de tortura. La policía española, ante la avalancha de protestas que se avecina, impulsadas por fenómenos tan evidentes como la injusticia generalizada en la sociedad, la pobreza, la marginación, el abuso de poder, la corrupción en las alturas y los privilegios insultantes de la clase gobernante, debería ser mas cuidadosa y no olvidar nunca que la Constitución y la ley, en democracia, los define como servidores de la ciudadanía, no de los políticos.