Colaboraciones

«¡¿POR QUÉ NO TE CALLAS?!»





¡Cállate ya! Pensaban muchos: ¡Guárdate tu voz lenguaraz y verborrea inconsistente y falaz!

Queda patente, una vez más, la talla de hombre de Estado y la enorme valía de nuestro gran Rey, Juan Carlos I. Así como, esa falacia de que el pueblo nunca se equivoca al elegir.

Ese impresentable y malicioso dictadorzuelo de Venezuela, con sus intolerables insultos, hizo añicos la Cumbre Iberoamericana a causa de los renovados ataques a España y al ex presidente José M. Aznar al que, de nuevo, acusándolo de connivencia en el golpe de Estado, que intentó derrocarlo en abril del 2002, tachó de «fascista», «racista y menos sensible que una serpiente». El Rey, airado y acalorado, le ordenó callar, mientras Rodríguez Zapatero le gritaba: «Le exijo respeto; se puede estar en las antípodas de su pensamiento, pero el ex presidente Aznar fue elegido por los españoles. Respetemos a todos los dirigentes y gobernantes elegidos democráticamente. Las formas hacen las cosas». E insistió, «exijo respeto» y lo increpaba exigiéndole una rectificación que no llegó. La tensión, los cruces e interrupciones verbales se encendieron; el tal Chávez, cortando a Zapatero sin dejarlo hablar, aumentaba sus insultos, momento en que el Rey, enojado sin poderse contener, lo increpó y, en apoyo de Aznar y del presidente del Gobierno, con un gesto de la mano, Don Juan Carlos elevó la voz y espetó al charlatán: «¡¿Por qué no te callas?!». Luego, la comparsa castrista, el de Nicaragua, D. Ortega y el cubano, C. Lage, se alzaron en defensa del venezolano. Ningún dirigente se movió en favor de España, sólo el peruano Alan García, después, llamó al Rey para presentarle su solidaridad. La anfitriona chilena, M. Bachelet, se limitó a soltar la insulsez de «hay que desdramatizar».

Seguidamente, su amiguete Ortega respaldó «la libertad de expresión» del venezolano, y, la emprendió contra España, sus inversiones y sus empresas: En Iberoamérica «nos hemos dejado dominar, chantajear» históricamente por España; los inversores españoles son una «mafia», que «se llevan la riqueza y cometen actos de corrupción». Y, en tono delirante y forma inculta, la entabló con la conquista de América. No pudo aguantar más Don Juan Carlos, y, de acuerdo con un atónito presidente Zapatero, abandonó temporalmente la sala. Fue un infame desprecio a España sin precedentes en la historia de las sesiones de la Cumbre Iberoamericana.

Su Majestad el Rey defendió con justificada y ejemplar contundencia, el prestigio internacional y la credibilidad institucional de España. Su actitud y mérito prueban y rubrican su autoridad moral para vergüenza de muchos y de esos maléficos y virulentos nacionalismos adyacentes y minúsculos, que denigran y rugen. Es el mejor valedor, la imprescindible garantía de un firme compromiso con los intereses de España

Ha sido la exhibición indecente de las dictaduras populistas de tufo castrista. Este castrista venezolano, que intenta perpetuarse con un referéndum, financia con el dinero de los petrodólares los movimientos alternativos. De ahí, el amparo a Ortega, que ya fracasó una vez, en su propósito de instaurar un régimen totalitario en Nicaragua y ahora ha vuelto a ser presidente, por los dineros de ese Chávez. Pregunten a los estudiantes de la Universidad de Caracas que se juegan la vida ante matones del régimen chavista, para exigir pacíficamente el retorno de la democracia a su país.

Los conceptos propugnados por España en esta Cumbre han sido los justos y apropiados: El respeto, la libertad y la seguridad jurídica como bases para el progreso. Es preciso que las otras naciones iberoamericanas comprendan que la teoría, que el tal Chávez quiere imponer en Venezuela y, descaradamente, en los países del área es su inmolación, una ruina. La reclamación del presidente de la CEOE fue, sin duda, una grave sugerencia sobre los fatídicos resultados que, para el avance económico de todo el Continente, conlleva el erróneo rumbo populista y bolivariano, inserto en los vahos caudillistas y la insensata gestión de las arcas públicas.

Todos los españoles han sabido siempre y saben hoy, que velar por la estabilidad, el prestigio en el mundo y los intereses nacionales no es mera retórica, es un principio sagrado que el Rey encarna en su andadura modélica, revestido de potestad, sacrificio y cumplimiento del deber.

Camilo Valverde Mudarra





   
Martes, 13 de Noviembre 2007
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