Cuando todo un presidente del gobierno de España genera imágenes como la que hoy preside este artículo, fruto de la creatividad y de la amargura popular, cuando refleja en las encuestas más de un 80 por ciento de rechazo ciudadano, cuando sus mismos correligionarios le ocultan para que no les reste votos en las elecciones y cuando ha logrado lo que parecía imposible, que el pueblo español, el más entusiasta con la democracia de toda Europa, sea hoy un pueblo frustrado con la política y cargado de desconfianza y rechazo hacia el sistema y hacia los políticos, entonces está claro que ese tal Zapatero, martirio de los españoles y estigma de la patria, tiene que marcharse con urgencia porque su presencia en el poder engendra ya demasiados males, frustraciones y estragos.
Algunos expertos economistas se atreven a asegurar que la desaparición de Zapatero de la escena política española tendría efectos inmediatos tan positivos como la subida de la bolsa en por lo menos un diez por ciento, una bajada notable del precio de la deuda española, que se acercaría al bono alemán, una fe renovada de los mercados en las posibilidades españolas y una inmediata reactivación general de la economía, liberada ya de la losa de plomo que representa un presidente de gobierno que ha perdido la confianza de sus ciudadanos, que provoca rechazo colectivo y que es fuente de tristeza en la sociedad y angustia en los negocios.
Zapatero es todo un fracaso político para España, cuya democracia ha quedado tan dañada después de su paso por el poder que necesita una refundación.
No sólo nos ha conducido, con paso firma, hacia el desempleo masivo y la pobreza, sino que, además, nos ha hecho perder prestigio en el mundo y ha causado daños a la economía y al mismo sistema que tardarán décadas en ser reparados. Nos ha hecho más desconfiados, tristes y desgraciados. Nos ha mentido tanto que hemos perdido la fe en el liderazgo. Ha despilfarrado tanto que nos ha provocado vómito y jamás le perdonaremos que haya endeudado tanto a España que sus deudas y compromisos seguirán siendo pagados por nuestros bisnietos.
Las estadísticas que envuelven a Zapatero son insoportables, incluso para un político tan insensible y cínico como él y para un partido tan obsesionado por el poder como el PSOE. Cinco millones de parados son demasiados, como también son agobiantes los casi diez millones de españoles que viven por debajo del umbral de la pobreza, los cientos de miles de familias que han perdido sus hogares por impago, el terrible paro juvenil, que afecta a más de la mitad de los jóvenes españoles y, sobre todo, la desconfianza y el rechazo ciudadano a la política de Zapatero, superiores al 80 por ciento, según las encuestas. Ante esos números sobrecogedores, cualquier político democrático y decente habría entendido que debe irse.
Zapatero es una desgracia para España y un drama para el pueblo español. Los que le sostienen, a pesar de que sus estragos son ya visibles y sangrantes, están asumiendo una terrible culpa ante la sociedad española.
Si quiere cerrar con unas gotas de dignidad su desgraciado paso por la Moncloa, Zapatero debería dimitir y convocar con urgencia elecciones anticipadas, devolviendo la palabra y la voluntad secuestrada al pueblo, para que elija a alguien que, sea quien sea, con toda seguridad, estará más capacitado que él para regir los destinos de España.
Algunos expertos economistas se atreven a asegurar que la desaparición de Zapatero de la escena política española tendría efectos inmediatos tan positivos como la subida de la bolsa en por lo menos un diez por ciento, una bajada notable del precio de la deuda española, que se acercaría al bono alemán, una fe renovada de los mercados en las posibilidades españolas y una inmediata reactivación general de la economía, liberada ya de la losa de plomo que representa un presidente de gobierno que ha perdido la confianza de sus ciudadanos, que provoca rechazo colectivo y que es fuente de tristeza en la sociedad y angustia en los negocios.
Zapatero es todo un fracaso político para España, cuya democracia ha quedado tan dañada después de su paso por el poder que necesita una refundación.
No sólo nos ha conducido, con paso firma, hacia el desempleo masivo y la pobreza, sino que, además, nos ha hecho perder prestigio en el mundo y ha causado daños a la economía y al mismo sistema que tardarán décadas en ser reparados. Nos ha hecho más desconfiados, tristes y desgraciados. Nos ha mentido tanto que hemos perdido la fe en el liderazgo. Ha despilfarrado tanto que nos ha provocado vómito y jamás le perdonaremos que haya endeudado tanto a España que sus deudas y compromisos seguirán siendo pagados por nuestros bisnietos.
Las estadísticas que envuelven a Zapatero son insoportables, incluso para un político tan insensible y cínico como él y para un partido tan obsesionado por el poder como el PSOE. Cinco millones de parados son demasiados, como también son agobiantes los casi diez millones de españoles que viven por debajo del umbral de la pobreza, los cientos de miles de familias que han perdido sus hogares por impago, el terrible paro juvenil, que afecta a más de la mitad de los jóvenes españoles y, sobre todo, la desconfianza y el rechazo ciudadano a la política de Zapatero, superiores al 80 por ciento, según las encuestas. Ante esos números sobrecogedores, cualquier político democrático y decente habría entendido que debe irse.
Zapatero es una desgracia para España y un drama para el pueblo español. Los que le sostienen, a pesar de que sus estragos son ya visibles y sangrantes, están asumiendo una terrible culpa ante la sociedad española.
Si quiere cerrar con unas gotas de dignidad su desgraciado paso por la Moncloa, Zapatero debería dimitir y convocar con urgencia elecciones anticipadas, devolviendo la palabra y la voluntad secuestrada al pueblo, para que elija a alguien que, sea quien sea, con toda seguridad, estará más capacitado que él para regir los destinos de España.