La situación de España es tan mala y el horizonte tan oscuro que la dimisión del actual presidente del gobierno y la convocatoria de elecciones anticipadas constituyen ya la única salida lógica para una sociedad que se siente desamparada ante la crisis y desvalida frente a un futuro tan amenazador que causa pavor.
Es cierto que la perspectiva de que Rajoy le suceda en el poder no es estimulante, ni ilusionante, sino decepcionante y triste, pero lo que está claro es que el actual presidente no sabe conducir la nave y debe dejar con urgencia el timón en manos de los ciudadanos y de las urnas.
Embalados hacia los cuatro millones de parados, cifra que pronto sobrepasaremos, y con un país que sólo produce ya eficazmente desempleados y pobres, España, bajo el liderazgo sonriente de Zapatero, milita en la "champions league" de la postración, es líder europeo del derrumbe y ocupa el liderazgo en casi todas las disciplinas y sectores vergonzantes: desempleo, fracaso escolar, prostitución, consumo de drogas, aborto, crecimiento de la delincuencia, número de presos encarcelados y alcoholismo, y se dirige sin freno hacia su ruina económica, moral y política.
En el horizonte se vislumbran amenazas que ni siquiera el gobierno se atreve a contemplar: siete millones de parados, un déficit cercano al 10 por ciento, la posible expulsión de la Eurozona y una crisis que, por culpa del mal gobierno, en España durará mucho más que en los demás paises de nuestro entorno, probablemente más de una década.
Zapatero ha acumulado "méritos" más que suficientes para su dimisión, pero el principal argumento para que abandone con urgencia no es el de sus mentiras, ni el de sus reiteradas manipulaciones, ni el de sus numerosos errores, sino la convicción, cada día más sólida en la sociedad española, de que no está capacitado para llevar las riendas de España.
Sus medidas contra la crisis, a pesar de que implican el endeudamiento de las próximas tres generaciones de españoles, son ineficaces y están llevando a España hacia la ruina. Hace unas semanas alardeaba de que España poseía el mejor sistema bancario del mundo, pero ahora, para engañar de nuevo a los ciudadanos, quiere culpar a los banqueros del desastre. Pero nadie es tan culpable como él mismo, tercamente empeñado en aplicar la peor receta al enfermo: más socialismo y gasto público a discrección, renunciando a adoptar medidas que están ya dando resultados en Alemania, Austria, Bélgica y otros paises, entre las que destacan una austeridad generalizada y una bajada de impuestos para las familias y para las empresas.
Zapatero se niega a reconocer lo que la Historia ha demostrado hasta el hartazgo, que el Estado es el peor empresario imaginable, incapaz de crear empleo y riqueza, como ha quedado claro en experiencias tan dolorosas y dramáticas como las de la antigua URSS y sus satélites, Cuba y otros países, todos ellos con el denominador común de un gobierno que, empeñado en controlar todos los resortes de la economía, resultaba incompatible con la empresa, con la iniciativa privada y hasta con las libertades individuales.
Aunque sus errores han sido los que han pasado una factura más dura a España, sus mentiras y la corrupción han sido los dos capítulos que mayor escándalo, vergüenza y daño moral han causado a los españoles. Un ya mayoritario y creciente grupo de ciudadanos reconocen en las encuestas sentirse engañados por el poder y rodeados de ineptitud y corrupción, lo que genera un fétido ambiente que va corroyendo, poco a poco, la moral colectiva y provoca una agobiante sensación de asco.
Las subidas de sueldos de los políticos en tiempos de crisis, los despilfarros del sector público, plasmados en los coches de lujo adquiridos por sátrapas territoriales, mesas que costaban tanto como un apartamento, obras suntuosas en las residencias del poder, vestuario y caprichos varios han proyectado hacia la ciudadanía la irresponsable imagen de un poder político arrogante, insensible y ajeno a la limpieza, que no merece representar a sus ciudadanos ni liderar una democracia que se autotitula "avanzada".
Pero todavía hay un capítulo en el que la ineptitud de Zapatero y su pésimo liderazgo han batido todos los records: el de la degeneración de la democracia. Ha gobernado sin transparencia y sin verdad, amparado en lo opaco, convirtiéndose en maestro de lo turbio y lo borroso, adoptando medidas que hasta sus propios ministros desonocían; no ha respetado la separación de poderes, interviniendo con descaro en la Justicia y aplicando la ley "según convenga a la jugada"; ha invadido con sus políticos la sociedad civil y la ha maniatado y casi asfixiado, ocupando espacios que en democracia les están vetados a la clase política, como las cajas de ahorros, las universidades, la patronal, los sindicatos y muchas instituciones y empresas que deberían funcionar en libertad e independencia pero que el poder público ha logrado controlar, ya sea directamente, llenando sus mesas de consejo de cargos públicos o mediante subvenciones, concesiones y privilegios. La mayoría de los medios de comunicación, bajo su mandato, se han sometido al poder y han dejado de vigilar y fiscalizar a los poderes, como manda la democracia, dejando sólo al ciudadano frente al insaciable y depredador Estado.
Es cierto que muchos de los errores que se le atribuyen los ha heredado del pasado y son culpa también del Partido Popular, que durante los ocho años de mandato de Aznar no hizo nada por regenerar la podrida democracia española, pero la labor de Zapatero como gran padrino de la degeneración del sistema ha sido insuperable.
Se niega a contener los gastos y a desmontar una sóla pieza del Estado monstruoso y enfermo de obesidad mórbida que España ha creado y del que Zapatero y el Rey son la cúspide, integrado por 86.000 concejales casi 9.000 alcaldes, 17 Presidentes de Autonomías, casi 1.600 parlamentarios autonómicos, 350 diputados en Cortes, 300 Senadores, 200 parlamentarios en Estrasburgo, una Casa Real, 20 Ministros y una "horda" de funcionarios, asesores, enchufados y parásitos cifrada en casi tres millones y medio de personas, más del doble de lo que los expertos consideran necesario. Únicamente con el ahorro que consiguiera reduciendo ese aparato, podría acabarse con el hambre y la pobreza en España.
De todos los "méritos" que le empujan hacia una dimisión saludable para España, ninguno es tan peligroso como ese Estado-monstruo que él comanda y que mantiene con una presión fiscal agobiante e injusta porque desmontar en el futuro ese ampuloso y supérfluo conglomerado mantenido por el erario público va a resultar casi imposible y, en cualquier caso, tan doloroso que mejor no pensarlo.
Es cierto que la perspectiva de que Rajoy le suceda en el poder no es estimulante, ni ilusionante, sino decepcionante y triste, pero lo que está claro es que el actual presidente no sabe conducir la nave y debe dejar con urgencia el timón en manos de los ciudadanos y de las urnas.
Embalados hacia los cuatro millones de parados, cifra que pronto sobrepasaremos, y con un país que sólo produce ya eficazmente desempleados y pobres, España, bajo el liderazgo sonriente de Zapatero, milita en la "champions league" de la postración, es líder europeo del derrumbe y ocupa el liderazgo en casi todas las disciplinas y sectores vergonzantes: desempleo, fracaso escolar, prostitución, consumo de drogas, aborto, crecimiento de la delincuencia, número de presos encarcelados y alcoholismo, y se dirige sin freno hacia su ruina económica, moral y política.
En el horizonte se vislumbran amenazas que ni siquiera el gobierno se atreve a contemplar: siete millones de parados, un déficit cercano al 10 por ciento, la posible expulsión de la Eurozona y una crisis que, por culpa del mal gobierno, en España durará mucho más que en los demás paises de nuestro entorno, probablemente más de una década.
Zapatero ha acumulado "méritos" más que suficientes para su dimisión, pero el principal argumento para que abandone con urgencia no es el de sus mentiras, ni el de sus reiteradas manipulaciones, ni el de sus numerosos errores, sino la convicción, cada día más sólida en la sociedad española, de que no está capacitado para llevar las riendas de España.
Sus medidas contra la crisis, a pesar de que implican el endeudamiento de las próximas tres generaciones de españoles, son ineficaces y están llevando a España hacia la ruina. Hace unas semanas alardeaba de que España poseía el mejor sistema bancario del mundo, pero ahora, para engañar de nuevo a los ciudadanos, quiere culpar a los banqueros del desastre. Pero nadie es tan culpable como él mismo, tercamente empeñado en aplicar la peor receta al enfermo: más socialismo y gasto público a discrección, renunciando a adoptar medidas que están ya dando resultados en Alemania, Austria, Bélgica y otros paises, entre las que destacan una austeridad generalizada y una bajada de impuestos para las familias y para las empresas.
Zapatero se niega a reconocer lo que la Historia ha demostrado hasta el hartazgo, que el Estado es el peor empresario imaginable, incapaz de crear empleo y riqueza, como ha quedado claro en experiencias tan dolorosas y dramáticas como las de la antigua URSS y sus satélites, Cuba y otros países, todos ellos con el denominador común de un gobierno que, empeñado en controlar todos los resortes de la economía, resultaba incompatible con la empresa, con la iniciativa privada y hasta con las libertades individuales.
Aunque sus errores han sido los que han pasado una factura más dura a España, sus mentiras y la corrupción han sido los dos capítulos que mayor escándalo, vergüenza y daño moral han causado a los españoles. Un ya mayoritario y creciente grupo de ciudadanos reconocen en las encuestas sentirse engañados por el poder y rodeados de ineptitud y corrupción, lo que genera un fétido ambiente que va corroyendo, poco a poco, la moral colectiva y provoca una agobiante sensación de asco.
Las subidas de sueldos de los políticos en tiempos de crisis, los despilfarros del sector público, plasmados en los coches de lujo adquiridos por sátrapas territoriales, mesas que costaban tanto como un apartamento, obras suntuosas en las residencias del poder, vestuario y caprichos varios han proyectado hacia la ciudadanía la irresponsable imagen de un poder político arrogante, insensible y ajeno a la limpieza, que no merece representar a sus ciudadanos ni liderar una democracia que se autotitula "avanzada".
Pero todavía hay un capítulo en el que la ineptitud de Zapatero y su pésimo liderazgo han batido todos los records: el de la degeneración de la democracia. Ha gobernado sin transparencia y sin verdad, amparado en lo opaco, convirtiéndose en maestro de lo turbio y lo borroso, adoptando medidas que hasta sus propios ministros desonocían; no ha respetado la separación de poderes, interviniendo con descaro en la Justicia y aplicando la ley "según convenga a la jugada"; ha invadido con sus políticos la sociedad civil y la ha maniatado y casi asfixiado, ocupando espacios que en democracia les están vetados a la clase política, como las cajas de ahorros, las universidades, la patronal, los sindicatos y muchas instituciones y empresas que deberían funcionar en libertad e independencia pero que el poder público ha logrado controlar, ya sea directamente, llenando sus mesas de consejo de cargos públicos o mediante subvenciones, concesiones y privilegios. La mayoría de los medios de comunicación, bajo su mandato, se han sometido al poder y han dejado de vigilar y fiscalizar a los poderes, como manda la democracia, dejando sólo al ciudadano frente al insaciable y depredador Estado.
Es cierto que muchos de los errores que se le atribuyen los ha heredado del pasado y son culpa también del Partido Popular, que durante los ocho años de mandato de Aznar no hizo nada por regenerar la podrida democracia española, pero la labor de Zapatero como gran padrino de la degeneración del sistema ha sido insuperable.
Se niega a contener los gastos y a desmontar una sóla pieza del Estado monstruoso y enfermo de obesidad mórbida que España ha creado y del que Zapatero y el Rey son la cúspide, integrado por 86.000 concejales casi 9.000 alcaldes, 17 Presidentes de Autonomías, casi 1.600 parlamentarios autonómicos, 350 diputados en Cortes, 300 Senadores, 200 parlamentarios en Estrasburgo, una Casa Real, 20 Ministros y una "horda" de funcionarios, asesores, enchufados y parásitos cifrada en casi tres millones y medio de personas, más del doble de lo que los expertos consideran necesario. Únicamente con el ahorro que consiguiera reduciendo ese aparato, podría acabarse con el hambre y la pobreza en España.
De todos los "méritos" que le empujan hacia una dimisión saludable para España, ninguno es tan peligroso como ese Estado-monstruo que él comanda y que mantiene con una presión fiscal agobiante e injusta porque desmontar en el futuro ese ampuloso y supérfluo conglomerado mantenido por el erario público va a resultar casi imposible y, en cualquier caso, tan doloroso que mejor no pensarlo.