Zapatero pretende seguir negociando con ETA, y es probable que ya, después del atentado, se hayan mantenido nuevos contactos, pero ahora tiene miedo a hacerlo en solitario y quiere tener al PP detrás para presentar ante la opinión pública un frente unido que amortigüe los golpes y cornadas que los terroristas puedan darle en el futuro. El gobierno está forzando al PP porque sabe que otro revés como el del 30 de diciembre le hará perder las elecciones. ZP está desesperado y está llegando muy lejos con su presión a Rajoy. Hasta le amenaza con culparlo ante la opinión pública del fracaso de las negociaciones con ETA, si no se pliega.
Esa es la situación después de la confusa y siniestra reunión urgente mantenida el lunes, cuyo único objetivo era poder esgrimir ante la opinión pública el argumento de que el PP ha sido invitado a la unidad y se ha negado. Zapatero y sus adláteres siguen presos de su odio africano al PP y pretenden culparle de sus propios errores. Y el PP se mantiene navegando entre la confusión y el miedo, sin atreverse a no acudir a la llamada del presidente y sin querer firmar otra unidad que no sea el retorno a la lucha contra ETA.
En las actuales circunstancias, la situación de la democracia española es dramática, de colapso y de bloqueo, con un PSOE que necesita la unidad de los partidos, pero sometidos y bajo su batuta, con una ETA que, antes de seguir negociando, exige que el PP sea domesticado, y con un PP acosado, resabiado porque sabe que los demás partidos han querido aniquilarlo, que ya no se fía de nadie y que está cargado de rencor contra Zapatero.
El único apoyo que está encontrando el PP en estos momentos difíciles es el de la opinión pública, que pide lo mismo que exige Rajoy: la vuelta al pacto antiterrorista y al consenso. Pero el PSOE no puede aceptar ese camino. Dios sabrá por qué. Quizás sólo sea porque aceptarlo sería aceptar su bisoñez y su terrible error estratégico.
La situación es patética porque los asesinos de ETA, a pesar de haber destruído, asesinado y de haberse colocado a la opinión pública en contra, están más fuertes que antes, gracias a que Zapatero está empeñado en no tomarles en cuenta el atentado y en seguir negociando.
En esta vergonzosa trifulca española es evidente que quien tiene razón es la ciudadanía, por dos motivos: porque en democracia los ciudadanos, que son los clientes, siempre tienen razón y también porque todos sabemos que la única postura que ETA entiende es el rigor y el lenguaje de la lucha. ETA no puede ser convencida de que cambie, sino únicamente obligada a cambiar por la fuerza.
La única esperanza razonable en el horizonte es que la presión interna del PSOE, muchos de cuyos militantes están hartos de errores y de no poder expresar su oposición por la sumisión y el servilismo que exige el partido en su funcionamiento, doblegue el capricho de Zapatero que, incomprensiblemente y en contra de la opinión mayoritaria de los españoles, desea seguir dialogando con los pistoleros sin exigirles, como debiera y exige la dignidad, que pidan perdón, que entreguen las armas, que paguen los daños causados y que entreguen a la policía, maniatados, a los criminales que actuaron el 30 de diciembre en la T4 de Barajas.
Esa es la situación después de la confusa y siniestra reunión urgente mantenida el lunes, cuyo único objetivo era poder esgrimir ante la opinión pública el argumento de que el PP ha sido invitado a la unidad y se ha negado. Zapatero y sus adláteres siguen presos de su odio africano al PP y pretenden culparle de sus propios errores. Y el PP se mantiene navegando entre la confusión y el miedo, sin atreverse a no acudir a la llamada del presidente y sin querer firmar otra unidad que no sea el retorno a la lucha contra ETA.
En las actuales circunstancias, la situación de la democracia española es dramática, de colapso y de bloqueo, con un PSOE que necesita la unidad de los partidos, pero sometidos y bajo su batuta, con una ETA que, antes de seguir negociando, exige que el PP sea domesticado, y con un PP acosado, resabiado porque sabe que los demás partidos han querido aniquilarlo, que ya no se fía de nadie y que está cargado de rencor contra Zapatero.
El único apoyo que está encontrando el PP en estos momentos difíciles es el de la opinión pública, que pide lo mismo que exige Rajoy: la vuelta al pacto antiterrorista y al consenso. Pero el PSOE no puede aceptar ese camino. Dios sabrá por qué. Quizás sólo sea porque aceptarlo sería aceptar su bisoñez y su terrible error estratégico.
La situación es patética porque los asesinos de ETA, a pesar de haber destruído, asesinado y de haberse colocado a la opinión pública en contra, están más fuertes que antes, gracias a que Zapatero está empeñado en no tomarles en cuenta el atentado y en seguir negociando.
En esta vergonzosa trifulca española es evidente que quien tiene razón es la ciudadanía, por dos motivos: porque en democracia los ciudadanos, que son los clientes, siempre tienen razón y también porque todos sabemos que la única postura que ETA entiende es el rigor y el lenguaje de la lucha. ETA no puede ser convencida de que cambie, sino únicamente obligada a cambiar por la fuerza.
La única esperanza razonable en el horizonte es que la presión interna del PSOE, muchos de cuyos militantes están hartos de errores y de no poder expresar su oposición por la sumisión y el servilismo que exige el partido en su funcionamiento, doblegue el capricho de Zapatero que, incomprensiblemente y en contra de la opinión mayoritaria de los españoles, desea seguir dialogando con los pistoleros sin exigirles, como debiera y exige la dignidad, que pidan perdón, que entreguen las armas, que paguen los daños causados y que entreguen a la policía, maniatados, a los criminales que actuaron el 30 de diciembre en la T4 de Barajas.