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Zapatero no está loco





Zapatero no está loco. Casi todos los errores, sorpresas y comportamientos desconcertantes de José Luis Rodríguez Zapatero comenzarían a tener sentido si se tiene en cuenta que es el primer presidente de gobierno español, desde la muerte de Franco, que no se ha forjado como líder político en contacto con la sociedad, sino en el seno de un partido político que, como todos, tiene una vida interna autoritaria y defiende las antidemocráticas listas cerradas y bloqueadas.

Su formación en el aparato de un partido, como hiijo puro de la partitocracia, le convierte en un desconocedor de la democracia y de sus reglas, entrenado para conquistar el poder y mantenerlo como sea, sin capacidad para valorar el peso de la sociedad civil, el valor de la opinión pública y, sobre todo, el poder soberano del ciudadano.

Por eso, su comportamiento enfurece a sus adversarios y desoncierta a millones de españoles, incluso a miles de socialistas, especialmente a la vieja guardia de su partido, encabezada por Felipe González, cuya concepción del gobierno era diferente.

Zapatero es la demostración palpable de que tienen sentido los temores que han esgrimido decenas de polítólogos en las últimas décadas, cuando se preguntaban con temor si un político formado en la vida interna autoritaria y vertical de un partido político actual, donde el lider siempre tiene razón y donde es necesario silenciar los propios principios y análisis, sometiéndose siempre a las élites para poder prosperar, está realmente capacitado para gestionar una democracia, cuando un día gana las elecciones y recibe el encargo de formar gobierno.

Adolfo Suárez, Calvo Sotelo, Felipe González y José María Aznar no fueron hombres puros de partido, ni se forjaron como políticos en las oscuras recámaras de partidos verticales y disciplinados, donde las élites siempre tienen razón y el sometimiento servil es la mejor vía para medrar. Todos ellos tuvieron que forjar su liderazgo en la pura democracia, en contacto con la sociedad, convenciendo a los ciudadanos y la opinión pública con sus argumentos y gestos, respondiendo ante el pueblo de sus ideas y comportamientos.

ZP ha llegado al poder después de haber aprendido en su partido que lo importante son los resultados y que el éxito justifica el camino. Ha aprendido que la opinión pública es manipulable, sobre todo si se cuenta con el suficiente apoyo mediático. También sabe que la democracia española ya está consolidada y que nadie puede darle un golpe de estado. A los ciudadanos, ya sometidos, sólo les queda obedecer y participar únicamente cuando se abran de nuevo las urnas. Ignora, porque en los partidos eso no se aprende, que el ciudadano es el verdadero soberano del sistema democrático, pero sí sabe, mejor que sus predecesores, que lo único importante en política es ganar y conservar el poder, sea como sea.

ZP es un miembro aventajado de esa oligarquía partidista moderna que ha transformado la democracia en una oligocracia de partidos. Por eso es capaz de negociar con ETA haciendo más concesiones de lo que la opinión pública española quiere soportar; por eso es capaz de imponer estatutos como los de Cataluña y Andalucía, que sólo interesan a los políticos y aprobados en contra de la opinión mayoritaria de los españoles; por eso ni siquiera respeta a una sociedad civil a la que, como hombre de partido, considera un obstáculo para el dominio.

Las actuaciones de Zapatero, extrañas, inisperadas, incomprensibles y demasiado osadas para millones de españoles, cobran sentido y se entienden cuando se las descifra desde la partitocracia. Él no es un demócrata puro, sino un hombre de partido entrenado para ejercer y controlar el poder en un sistema democrático, lo que no es lo mismo.

Asi contemplado, sus códigos quedan descifrados y se descubre entonces que, aunque la paz con ETA sea sucia y sin honor, es paz al fin y al cabo y, además gana votos. Así tiene sentido imponer estatutos que cambian la vida y la convivencia sin mayorías cualificadas y sin el apoyo de la opinión mayoritaria de los ciudadanos, porque, al fin y al cabo, sirven para aislar al enemigo (el PP), para lograr apoyos políticos en el Parlamento y, sobre todo, para acrecentar el poder, que es de lo que se trata. Así hasta tiene sentido entrar en profunda contradición consigo mismo, cuando ahora justifica la mayoría exigua del referendum catalán (sólo lo aprobó uno de cada tres ciudadanos), mientras que hace un año afirmó que un 51 por ciento de apoyo a un estatuto no le otorga legitimidad suficiente.

Zapatero no es raro, ni es un cínico peligroso, ni está loco, como muchos afirman. Sólo es el primer presidente de gobierno de la democracia española que es hijo de la partitocracia reinante. Ni más ni menos.


Franky  
Miércoles, 21 de Junio 2006
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