José Luis Rodríguez Zapatero no es como Adolf Hítler, ni los daños que está causando son tan fatales como los causados por el führer a Alemania, pero existen algunos paralelismos inquietantes en sus respectivos estilos políticos y en los caminos que utilizaron para dominar a sus pueblos y mantenerse en el poder.
La técnica cínicamente genial utilizada por Zapatero para alcanzar el poder y afianzarse fue casi idéntica a la de Hítler. En Alemania, el 27 de febrero de 1933, una semana antes de las elecciones, el edificio del Reichstag fue incendiado, lo que provocó un vuelco en las elecciones que dio el poder a un Hítler que se presentaba ante las urnas como seguro perdedor. En España, los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004, tres días antes de las elecciones, provocaron también un vuelco en las previsiones electorales y dieron el poder a un Zapatero que se encontraba en desventaja. Las estrategias de poder también se parecen demasiado: hacer promesas a diestro y siniestro para contentar a todos, adobando esa estrategia con dosis elevadas de mentiras, alianzas insólitas, incluso con adversarios aparentemente irreconciliables, casi todas imposibles de mantener, mientras desplegaban una oratoria convincente que combinaba un talante tranquilizador con sonrisas y falsedades.
Uno y otro fueron capaces de sorprender a todos y ganar adeptos con sus promesas, planteamientos ambigüos y engañosos, incluso entre sus adversarios, que veían siempre en sus palabras y programas la posibilidad de conseguir beneficios.
Los dos supieron engañar tan bien que cuando llevaron a sus respectivos países hacia el fracaso la gente estaba tan confundida que no percibía el desastre y muchos seguían apoyándoles, incluso cuando los estragos que provocaron ya eran palpables y letales.
Del mismo modo que Hítler supo ganarse la admiración y apoyo de los pobres alemanes, de los intelectuales, los monárquicos, los nacionalistas, los grandes empresarios que dominaban la industria y el comercio, los sindicatos y hasta el ejército, también Zapatero ha conseguido encandilar a los desposeídos españoles, a pesar de que los conducía hacia el desempleo y la pobreza, a los nacionalistas, a los que engañó con promesas falsas e inundó con dinero y concesiones increíbles, a los sindicalistas, a los que corrompió con dinero y poder, a muchos intelectuales, a los que les hizo partícipes del espejismo del poder, y a los grandes empresarios y banqueros, cuyos bolsillos llenó de dinero y de concesiones, muchas de ellas inconfesables.
La insólita experiencia de una España que sigue tolerando a Zapatero a pesar de los estragos que ha causado demuestra que Zapatero fue superior a Hítler en la utilización de técnicas de captación y engaño, ya que supo utilizar mejor que el alemán el dinero del Estado para domesticar a los rebeldes, para comprar a la prensa y para reclutar un inmenso ejército de esclavos, dispuestos a todo a cambio de vivir del presupuesto del Estado.
En uno y otro caso, la rebeldía de los ciudadanos pudo haber frenado el desastre, pero tanto Hítler como Zapatero supieron narcotizar a sus respectivos pueblos, sobre todo a las élites, que se entregaron como corderos engañados a sus verdugos, creyendo que, por encima del carácter destructor de sus gobernantes, existía una conciencia superior, nacional e internacional, capaz de preservar a Alemania y a España de los desastres a los que eran conducidas.
Ambos fueron maestros en el uso sin límites ni cautelas de la propaganda como instrumento del poder político, una propaganda que generaba confusión y que esparcía una nebulosa densa que impedía a Alemania y a España ver la realidad, tomar conciencia de sus respectivos dramas y reaccionar ante las catástrofes que se avecinaban y amenazaban a sus respectivos pueblos.
El fin de la aventura hitleriana, basada, como la española, en la mentira del poder y en la corrupción sin freno de la decencia política, sabemos por la historia como termino, con millones de muertos y una nación destrozada. El alcance de los estragos de Zapatero es todavía desconocido, aunque existen razones solventes para creer que será inferior al alemán en sangre y destrucción. Sin embargo, los españoles no podemos conocer todavía con certeza cual será el resultado final del desastre forjado por Zapatero, aunque ya hay cuotas inquietantes conquistadas, como la pobreza, el desempleo masivo, la pérdida de la prosperidad, la destrucción masiva del tejido productivo español, el envilecimiento de la política, el divorcio entre políticos y ciudadanos, el desprestigio de la democracia y la corrupción prácticamente irreversible de buena parte del país, empezando por su "casta" política, pero con una fatal contaminación de grandes sectores de la sociedad, la economía, la convivencia y los valores.
Lo que si parece más que probable es que Zapatero, al igual que Hítler, sumirá al partido que le sostuvo, el PSOE, en una profunda vergüenza histórica, como consecuencia de su mal gobierno, de la corrupción desatada y de la magnitud de sus fracasos. Del mismo modo que en Alemania es impensable, por el momento, que pueda recuperar el poder un partido nacionalsocialista, el socialismo español, cuando se conozca toda la magnitud de los desastres causados por el Zapaterismo, quedará marcado por el fracaso y apartado del gobierno por un periodo de tiempo que nadie sabe cuanto durará.
La técnica cínicamente genial utilizada por Zapatero para alcanzar el poder y afianzarse fue casi idéntica a la de Hítler. En Alemania, el 27 de febrero de 1933, una semana antes de las elecciones, el edificio del Reichstag fue incendiado, lo que provocó un vuelco en las elecciones que dio el poder a un Hítler que se presentaba ante las urnas como seguro perdedor. En España, los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004, tres días antes de las elecciones, provocaron también un vuelco en las previsiones electorales y dieron el poder a un Zapatero que se encontraba en desventaja. Las estrategias de poder también se parecen demasiado: hacer promesas a diestro y siniestro para contentar a todos, adobando esa estrategia con dosis elevadas de mentiras, alianzas insólitas, incluso con adversarios aparentemente irreconciliables, casi todas imposibles de mantener, mientras desplegaban una oratoria convincente que combinaba un talante tranquilizador con sonrisas y falsedades.
Uno y otro fueron capaces de sorprender a todos y ganar adeptos con sus promesas, planteamientos ambigüos y engañosos, incluso entre sus adversarios, que veían siempre en sus palabras y programas la posibilidad de conseguir beneficios.
Los dos supieron engañar tan bien que cuando llevaron a sus respectivos países hacia el fracaso la gente estaba tan confundida que no percibía el desastre y muchos seguían apoyándoles, incluso cuando los estragos que provocaron ya eran palpables y letales.
Del mismo modo que Hítler supo ganarse la admiración y apoyo de los pobres alemanes, de los intelectuales, los monárquicos, los nacionalistas, los grandes empresarios que dominaban la industria y el comercio, los sindicatos y hasta el ejército, también Zapatero ha conseguido encandilar a los desposeídos españoles, a pesar de que los conducía hacia el desempleo y la pobreza, a los nacionalistas, a los que engañó con promesas falsas e inundó con dinero y concesiones increíbles, a los sindicalistas, a los que corrompió con dinero y poder, a muchos intelectuales, a los que les hizo partícipes del espejismo del poder, y a los grandes empresarios y banqueros, cuyos bolsillos llenó de dinero y de concesiones, muchas de ellas inconfesables.
La insólita experiencia de una España que sigue tolerando a Zapatero a pesar de los estragos que ha causado demuestra que Zapatero fue superior a Hítler en la utilización de técnicas de captación y engaño, ya que supo utilizar mejor que el alemán el dinero del Estado para domesticar a los rebeldes, para comprar a la prensa y para reclutar un inmenso ejército de esclavos, dispuestos a todo a cambio de vivir del presupuesto del Estado.
En uno y otro caso, la rebeldía de los ciudadanos pudo haber frenado el desastre, pero tanto Hítler como Zapatero supieron narcotizar a sus respectivos pueblos, sobre todo a las élites, que se entregaron como corderos engañados a sus verdugos, creyendo que, por encima del carácter destructor de sus gobernantes, existía una conciencia superior, nacional e internacional, capaz de preservar a Alemania y a España de los desastres a los que eran conducidas.
Ambos fueron maestros en el uso sin límites ni cautelas de la propaganda como instrumento del poder político, una propaganda que generaba confusión y que esparcía una nebulosa densa que impedía a Alemania y a España ver la realidad, tomar conciencia de sus respectivos dramas y reaccionar ante las catástrofes que se avecinaban y amenazaban a sus respectivos pueblos.
El fin de la aventura hitleriana, basada, como la española, en la mentira del poder y en la corrupción sin freno de la decencia política, sabemos por la historia como termino, con millones de muertos y una nación destrozada. El alcance de los estragos de Zapatero es todavía desconocido, aunque existen razones solventes para creer que será inferior al alemán en sangre y destrucción. Sin embargo, los españoles no podemos conocer todavía con certeza cual será el resultado final del desastre forjado por Zapatero, aunque ya hay cuotas inquietantes conquistadas, como la pobreza, el desempleo masivo, la pérdida de la prosperidad, la destrucción masiva del tejido productivo español, el envilecimiento de la política, el divorcio entre políticos y ciudadanos, el desprestigio de la democracia y la corrupción prácticamente irreversible de buena parte del país, empezando por su "casta" política, pero con una fatal contaminación de grandes sectores de la sociedad, la economía, la convivencia y los valores.
Lo que si parece más que probable es que Zapatero, al igual que Hítler, sumirá al partido que le sostuvo, el PSOE, en una profunda vergüenza histórica, como consecuencia de su mal gobierno, de la corrupción desatada y de la magnitud de sus fracasos. Del mismo modo que en Alemania es impensable, por el momento, que pueda recuperar el poder un partido nacionalsocialista, el socialismo español, cuando se conozca toda la magnitud de los desastres causados por el Zapaterismo, quedará marcado por el fracaso y apartado del gobierno por un periodo de tiempo que nadie sabe cuanto durará.