En su reciente entrevista al diario L'Avvenire, Barak Obama, presidente de los Estados Unidos, reconoce y destaca el papel positivo que Benedicto XVI está jugando en la conformación del nuevo orden mundial. Obama admite que la influencia de la Iglesia trasciende sus propios confines y que respeta profundamente al Papa, en el que reconoce una figura que auna una gran cultura con una gran sensibilidad. Para Obama, el Papa es un líder mundial indiscutible ante problemas como el de Oriente Medio, el desarrollo de los pueblos y de las naciones, la forma integral de afrontar la pobreza o el fenómeno de las migraciones.
Ha constituido toda una sorpresa que la primera entrevista concedida por el nuevo presidente de Estados Unidos a un diario italiano no haya sido a una cabecera famosa de primer nivel, sino a Elena Molinari, que trabaja para l’Avvenire, el diario de la Conferencia Episcopal Italiana.
Obviamente, esas declaraciones sitúan a Obama a años luz de distancia de un Zapatero que desprecia al pastor de la Iglesia, agnóstico, furiosamente anticatólico, radical en sus juicios sobre el papel de la Iglesia en la cultura y la sociedad y promotor del laicismo y el relativismo en sus vertientes más drásticas.
Pero el Presidente de los Estados Unidos ha llegado todavía más lejos. Moviéndose en territorios intelectuales e ideológicos en los que Zapatero jamás podría situarse, desde la distancia de sus opiniones personales sobre el aborto, los anticonceptivos y las uniones entre homosexuales, reconoce el papel público de los obispos norteamericanos y acoge la crítica que han dirigido hacia algunas de sus políticas. Obama insiste en que él es el presidente de todos los norteamericanos, también de los católicos, y que defenderá siempre con fuerza el derecho de los obispos a criticarle, incluso con tonos apasionados, algo que no considera una intromisión de la Iglesia en el ámbito del poder civil, sino una contribución a la conformación de una sociedad en paz y en justicia.
Zapatero está claramente en las antípodas: no es el presidente de los españoles, sino únicamente de los que le votan, a los que intenta enfrentar con la otra mitad de España, generando una peligrosa corriente de odio fanático. A los obispos no les admite el derecho a la crítica y les exige que su discurso se mantenga en los ámbitos puramente religiosos. Lejos de reconocer la contribución de los católicos en la construcción de una sociedad en paz y justicia, se siente amenazado por el poder de convocatoria y por la influencia de la Iglesia y hace todo lo posible por desacreditarla ante los ciudadanos.
Lo de Obama es grandeza y democracia; lo de Zapatero es miseria y brotes verdes totalitarios. La actitud de Obama es una lección para Zapatero; la actitud de Zapatero sólo es digna de repudio intelectual y olvido.
Ha constituido toda una sorpresa que la primera entrevista concedida por el nuevo presidente de Estados Unidos a un diario italiano no haya sido a una cabecera famosa de primer nivel, sino a Elena Molinari, que trabaja para l’Avvenire, el diario de la Conferencia Episcopal Italiana.
Obviamente, esas declaraciones sitúan a Obama a años luz de distancia de un Zapatero que desprecia al pastor de la Iglesia, agnóstico, furiosamente anticatólico, radical en sus juicios sobre el papel de la Iglesia en la cultura y la sociedad y promotor del laicismo y el relativismo en sus vertientes más drásticas.
Pero el Presidente de los Estados Unidos ha llegado todavía más lejos. Moviéndose en territorios intelectuales e ideológicos en los que Zapatero jamás podría situarse, desde la distancia de sus opiniones personales sobre el aborto, los anticonceptivos y las uniones entre homosexuales, reconoce el papel público de los obispos norteamericanos y acoge la crítica que han dirigido hacia algunas de sus políticas. Obama insiste en que él es el presidente de todos los norteamericanos, también de los católicos, y que defenderá siempre con fuerza el derecho de los obispos a criticarle, incluso con tonos apasionados, algo que no considera una intromisión de la Iglesia en el ámbito del poder civil, sino una contribución a la conformación de una sociedad en paz y en justicia.
Zapatero está claramente en las antípodas: no es el presidente de los españoles, sino únicamente de los que le votan, a los que intenta enfrentar con la otra mitad de España, generando una peligrosa corriente de odio fanático. A los obispos no les admite el derecho a la crítica y les exige que su discurso se mantenga en los ámbitos puramente religiosos. Lejos de reconocer la contribución de los católicos en la construcción de una sociedad en paz y justicia, se siente amenazado por el poder de convocatoria y por la influencia de la Iglesia y hace todo lo posible por desacreditarla ante los ciudadanos.
Lo de Obama es grandeza y democracia; lo de Zapatero es miseria y brotes verdes totalitarios. La actitud de Obama es una lección para Zapatero; la actitud de Zapatero sólo es digna de repudio intelectual y olvido.