Matizaré, con sumo gusto, la idea que acabo de expresar y dejar subrayada en el título, por supuesto. Pues, independientemente de que me considere y tenga por un republicano convencido, tiendo a ser lo más justo posible (pretensión más ardua y difícil de lograr de lo que parece a simple vista y bastante más que la de ser bueno, sin ningún lugar a dudas) en mi diario proceder por este valle de lágrimas, por el que nos ha tocado en suerte o por desgracia vagar (a algunos vaguear). O sea, que al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios. Quiero decir que valoro, en sus cabales pesos y medidas, el surtido muestrario de gestas y gestos que el jefe del Estado, don Juan Carlos I, ha tenido, durante las tres últimas décadas, con España y los españoles. Y es que, defendiendo a capa y espada, ayer, hoy y mañana, aquí y allá, mi criterio de que hay que intentar, con y por todos los medios, no ofender a nadie quemando ora enseñas, ora instantáneas, tengo para mí (como, supongo, también lo será para todas las personas que gocen de dos (o más) dedos de frente, esto es, para cada una de las mentes provistas de luces varias) que es preferible prender la bandera de España que sus bosques, quemar imágenes del Rey que al Monarca propiamente dicho.
En esta materia, de rabiosa e iracunda actualidad, el menda lerenda sostiene, mutatis mutandis, la misma tesis que adujo cuando, in illo témpore, urdió unos cuantos renglones torcidos con la oportuna ocasión de haber resuelto ponerse a cantar y contar las ventajas o pros de que en las sociedades modernas hubiera jefes (tiendo a distinguir –es inveterada costumbre- el vocablo precedente del de “líderes”); y es que aquéllos, los del “ordeno y mando” (ayunos de razonamiento), semejando muñecos del pimpampum, vienen estupenda y pintiparadamente, de perilla/s, para que el personal ahíto (pero hasta la mismísima coronilla de tanto incompetente junto y/o tanto tonto suelto) descargue sobre ellos (o sus caricaturas; y, casi siempre, en ausencia de los tales) su ansiedad, atrabilis, estrés, mala leche o uva.
Por mor de lo didáctico, desocupado lector, le pondré un ejemplo apócrifo (para quienes les da grima o tienen tirria a buscar el significado de las palabras que desconocen en el DRAE, en el supuesto que de ignoren el recto sentido de la susodicha voz, se lo avanzaré: fabuloso, falso, fingido). Ayer, martes, 9 de octubre de 2007, recibí, dentro de un sobre, las tres fotografías (supongo) que prometió enviarme y contiene (intuyo) la carta que, hace unos días, me anunció que me había mandado el pendón desorejado de Bastión. Bueno, pues, rota, de manera definitiva y efectiva, sin vuelta de hoja, la tortuosa y tormentosa relación afectiva existente entre ambos, entiendo que es muchísimo mejor quemar la epístola susodicha, sin pararme a abrirla siquiera (para no vomitar al ver su contenido), que llevar a cabo el fin burdo y mezquino que había pergeñado al respecto, remitirle a la madre, al marido y a la hija de la adúltera, una adulta que gusta pervertir adolescentes, sendas fotos acompañadas de fotocopias de diversos textos que obran en varios sitios de Internet y donde se demuestra bien, a las claras, de manera apodíctica, fehaciente e irrefutable, que los vocablos, que otrora le dediqué, de “tiparraca”, “tipeja” o “vulpeja” le cuadran y/o vienen como alianza al anular a la mendaz raposa, sin que exista la posibilidad de hallar el menor resquicio por el que pueda colarse de rondón la duda más magra.
Ángel Sáez García
En esta materia, de rabiosa e iracunda actualidad, el menda lerenda sostiene, mutatis mutandis, la misma tesis que adujo cuando, in illo témpore, urdió unos cuantos renglones torcidos con la oportuna ocasión de haber resuelto ponerse a cantar y contar las ventajas o pros de que en las sociedades modernas hubiera jefes (tiendo a distinguir –es inveterada costumbre- el vocablo precedente del de “líderes”); y es que aquéllos, los del “ordeno y mando” (ayunos de razonamiento), semejando muñecos del pimpampum, vienen estupenda y pintiparadamente, de perilla/s, para que el personal ahíto (pero hasta la mismísima coronilla de tanto incompetente junto y/o tanto tonto suelto) descargue sobre ellos (o sus caricaturas; y, casi siempre, en ausencia de los tales) su ansiedad, atrabilis, estrés, mala leche o uva.
Por mor de lo didáctico, desocupado lector, le pondré un ejemplo apócrifo (para quienes les da grima o tienen tirria a buscar el significado de las palabras que desconocen en el DRAE, en el supuesto que de ignoren el recto sentido de la susodicha voz, se lo avanzaré: fabuloso, falso, fingido). Ayer, martes, 9 de octubre de 2007, recibí, dentro de un sobre, las tres fotografías (supongo) que prometió enviarme y contiene (intuyo) la carta que, hace unos días, me anunció que me había mandado el pendón desorejado de Bastión. Bueno, pues, rota, de manera definitiva y efectiva, sin vuelta de hoja, la tortuosa y tormentosa relación afectiva existente entre ambos, entiendo que es muchísimo mejor quemar la epístola susodicha, sin pararme a abrirla siquiera (para no vomitar al ver su contenido), que llevar a cabo el fin burdo y mezquino que había pergeñado al respecto, remitirle a la madre, al marido y a la hija de la adúltera, una adulta que gusta pervertir adolescentes, sendas fotos acompañadas de fotocopias de diversos textos que obran en varios sitios de Internet y donde se demuestra bien, a las claras, de manera apodíctica, fehaciente e irrefutable, que los vocablos, que otrora le dediqué, de “tiparraca”, “tipeja” o “vulpeja” le cuadran y/o vienen como alianza al anular a la mendaz raposa, sin que exista la posibilidad de hallar el menor resquicio por el que pueda colarse de rondón la duda más magra.
Ángel Sáez García