Muchos españoles que antes se sentían demócratas engrosan cada día las filas de los que han perdido la fe y la confianza en un sistema que ya no es democrático. Muchos han llegado también a la conclusión de que votar es inútil porque castigar a la izquierda arrojándola del poder para poner en su lugar a una derecha que quizás no sea mejor, no es solución alguna para el drama de España. Muchos creen que las elecciones ya no sirven porque el sistema está bloqueado por el bipartidismo y alcanzan la desoladora conclusión de que más importante que cambiar un gobierno por otro es regenerar el sistema, infectado de corrupción, autoritarismo, ineficacia y déficit ético.
Saben, además, que ese necesario cambio regenerador es casi posible porque España está infectada de fanatismo político y que millones de fanáticos descerebrados, víctimas de la propaganda del poder, están dispuestos a votar a su partido preferido hagan lo que hagan, aunque los que gobiernan hayan conducido al país hasta la ruina y el fracaso.
Acostumbrados a convivir con la mentira, el engaño, la trifulca política, el despilfarro y la obsesión de los partidos políticos por el poder y sus privilegios, los ciudadanos recelan de un sistema secuestrado, mientras la desconfianza frente a la "casta" de los políticos está creciendo de manera preocupante. Las encuestas señalan ya a la política como la tercera mayor preocupación de los ciudadanos españoles, por delante, incluso, del terrorismo. Esas mismas encuestas reflejan que casi el 80 por ciento de los ciudadanos ha perdido la confianza en sus dirigentes.
Muchos de los numerosos colaboradores y lectores de Voto en Blanco temen, incluso, que en países como España, que hasta hace poco eran considerados serios y fiables, pero cuyas democracias se deterioran cada día más, pudieran producirse en un futuro próximo intentos de fraudes electorales. Los poderes públicos carecen en España de la solvencia moral y de los controles ciudadanos necesarios para evitar, de manera tajante, esa sospecha, fundamentada también en la evidencia de que quien ha sido capaz de convivir con la corrupción, también puede hacerlo con el fraude electoral.
Ante la nueva situación de desconfianza y bloqueo, cobra una importancia especial "el voto diario" del ciudadano. No hay que esperar cuatro años para intentar cambiar el rumbo de nuestra triste historia o para expresar nuestra protesta ante el abuso y el mal gobierno. No sólo votamos cuando se abren las urnas cada cuatro años para elegir diputados, senadores o concejales. Podemos hacerlo, de hecho, cada día, con nuestro comportamiento, al optar por ser libres, al elegir medios de comunicación limpios y no comprados por el poder, al entregar nuestra adhesión y nuestro dinero a causas nobles, al expresar nuestro desprecio a los corruptos y a los que abusan del poder, de mil otras maneras.
Ante el deterioro creciente del sistema, con un gobierno atrincherado en el poder a pesar del rechazo popular que reflejan las encuestas, con una sociedad que contempla desesperada como los ineptos permanecen en el poder, las urnas pierden protagonismo y cobra fuerza la acción ciudadana. El ciudadano descubre que puede votar cada día con su protesta, alimentando los valores democráticos, la rebeldía, el sentido de la justicia y la equidad.
Votar a diario significa manifestarse, difundir la crítica al mal gobierno, desprestigiar a los que nos están hundiendo en la pobreza y la derrota, practicar el boicot a ciertos productos, boicotear también a los medios de comunicación que sustituyen la verdad por la verdad del poder, despreciar a los que mienten y convertirse en altavoces de la limpieza y de la regeneración.
El voto diario es la única defensa real del ciudadano demócrata en esta España decadente y dominada por la degeneración y el esperpento.
Saben, además, que ese necesario cambio regenerador es casi posible porque España está infectada de fanatismo político y que millones de fanáticos descerebrados, víctimas de la propaganda del poder, están dispuestos a votar a su partido preferido hagan lo que hagan, aunque los que gobiernan hayan conducido al país hasta la ruina y el fracaso.
Acostumbrados a convivir con la mentira, el engaño, la trifulca política, el despilfarro y la obsesión de los partidos políticos por el poder y sus privilegios, los ciudadanos recelan de un sistema secuestrado, mientras la desconfianza frente a la "casta" de los políticos está creciendo de manera preocupante. Las encuestas señalan ya a la política como la tercera mayor preocupación de los ciudadanos españoles, por delante, incluso, del terrorismo. Esas mismas encuestas reflejan que casi el 80 por ciento de los ciudadanos ha perdido la confianza en sus dirigentes.
Muchos de los numerosos colaboradores y lectores de Voto en Blanco temen, incluso, que en países como España, que hasta hace poco eran considerados serios y fiables, pero cuyas democracias se deterioran cada día más, pudieran producirse en un futuro próximo intentos de fraudes electorales. Los poderes públicos carecen en España de la solvencia moral y de los controles ciudadanos necesarios para evitar, de manera tajante, esa sospecha, fundamentada también en la evidencia de que quien ha sido capaz de convivir con la corrupción, también puede hacerlo con el fraude electoral.
Ante la nueva situación de desconfianza y bloqueo, cobra una importancia especial "el voto diario" del ciudadano. No hay que esperar cuatro años para intentar cambiar el rumbo de nuestra triste historia o para expresar nuestra protesta ante el abuso y el mal gobierno. No sólo votamos cuando se abren las urnas cada cuatro años para elegir diputados, senadores o concejales. Podemos hacerlo, de hecho, cada día, con nuestro comportamiento, al optar por ser libres, al elegir medios de comunicación limpios y no comprados por el poder, al entregar nuestra adhesión y nuestro dinero a causas nobles, al expresar nuestro desprecio a los corruptos y a los que abusan del poder, de mil otras maneras.
Ante el deterioro creciente del sistema, con un gobierno atrincherado en el poder a pesar del rechazo popular que reflejan las encuestas, con una sociedad que contempla desesperada como los ineptos permanecen en el poder, las urnas pierden protagonismo y cobra fuerza la acción ciudadana. El ciudadano descubre que puede votar cada día con su protesta, alimentando los valores democráticos, la rebeldía, el sentido de la justicia y la equidad.
Votar a diario significa manifestarse, difundir la crítica al mal gobierno, desprestigiar a los que nos están hundiendo en la pobreza y la derrota, practicar el boicot a ciertos productos, boicotear también a los medios de comunicación que sustituyen la verdad por la verdad del poder, despreciar a los que mienten y convertirse en altavoces de la limpieza y de la regeneración.
El voto diario es la única defensa real del ciudadano demócrata en esta España decadente y dominada por la degeneración y el esperpento.
Comentarios: