El hombre actual se siente agobiado, desnortado e indignado; ha perdido la confianza, el sentido de seguridad respecto al futuro; su ilusión se ha desvanecido; hoy se siente inmerso en un cambio vertiginoso que rodea sus actos y su vida; se siente herido, cercado por un tentáculo caduco y frágil en sus relaciones personales, en el trabajo, la política, la estética e incluso, el sexo. La modernidad se ha conformado a la idea de volatilidad; la sociedad actual se halla envuelta por dos capas que la envuelven: la fragilidad perentoria de sus componentes y la caducidad inconsistente que la cerca. El concepto de volatilidad se ve confirmado por los avances de la física. El hombre, educado para vivir en la certeza y precisión, siente un incómodo malestar por la volatilidad, pues le agudiza la percepción de la propia vulnerabilidad.
La vertiginosa sucesión de los hechos difumina la perspectiva e impide distinguir entre lo bueno y lo malo, lo valioso y lo banal; lo único que pesa es un presente precario que nos sumerge como río embravecido; no se puede resistir la fuerza de unos cambios que no se controlan y a los que no tienen tampoco respuesta ni las instituciones ni los partidos; eso explica la aparición de organizaciones como Podemos, cuyo éxito reside en ofrecer recetas simplistas de extrema izquierda a situaciones sumamente complicadas. La volatilidad perdiendo su carácter de hecho externo, ha pasado a ser esencia de la realidad; ya Heidegger se refirió al progreso de la técnica y a la despersonalización del mundo contemporáneo, la volatilidad nos impide ser en nuestro existir y nos impulsa a sobrevivir en un ambiente frecuentemente cambiante, que impone la adaptación continua; en realidad, es un proceso darwinista. No se conoce a qué límites llevará esta propensión de la sociedad avanzada que nos devuelve a la fragilidad de épocas primitivas. La mediocridad ha arramblado con los valores tradicionales y ha arrancado el tronco de las formas rectas y decentes y el pensamiento correcto, la disciplina y el respeto.
La estulticia y el vacío educativo sustituye milenarias creencias; los signos de un vuelco cultural negativo e insulso se presentan palpables. la tecnología y la ciencia siguen un ritmo patente y por doquier resuena el buenismo y se voletea el conformismo. Se vive una pobreza intelectual generalizada; frente a una minoría interesada que avanza y disfruta la ciencia y el arte, una multitud progresiva y creciente desconoce el pensamiento libre y complejo; la telebasura goza de una mayoría, las redes sociales no informan ni educan, son sólo chismes, gritos y palabrerío de apaños y consejas; se hunde el número de lectores de libros y periódicos y en universidades e institutos las autoridades académicas ordenan el aprobado general. Con el con del progreso, el mérito, el esfuerzo personal, el respeto, la excelencia y la disciplina son antiguallas venidas a menos. La debilidad de la democracia surge de la barbarización extensa y general, de permitir la apática renuncia placentera al poder de la mayoría y entregarlo a la minoría que resistió la barbarie. Se puede dar una democracia meritocrática en que la gente no vota porque no le interesa ni quiere y traspasa el acto de las elecciones y el ejercicio del voto a los más significativos, de modo que el mandato y poder lo ocupan sólo los políticos de mayor fuste, pues los políticos de poca monta sólo permanecían por el amparo de la incultura y la ineptitud.
El ciudadano en medio de todo este ambiente vive atorado y atónito. Los partidos políticos consideran al ciudadano desinteresado y ajeno. Se ha de llegar a un pacto general sobre lo que conviene a Nuestra Nación y lo que más le interesa; es establecer unas prioridades políticas, y entender que el yihadismo es hoy nuestro primer problema; que el comunismo estalinista es una antigualla nociva y reprobable; que el sistema de libre mercado ha de caminar a sobrevivir en un “capitalismo corporativo”; que respiramos en un mundo al que han vuelto problemas que creíamos históricamente superados; que hay que confiar y volcarse, en fin, en la comunidad ciudadana, más prestigiosa hoy y propicia que el estamento político.
C.Mudarra
La vertiginosa sucesión de los hechos difumina la perspectiva e impide distinguir entre lo bueno y lo malo, lo valioso y lo banal; lo único que pesa es un presente precario que nos sumerge como río embravecido; no se puede resistir la fuerza de unos cambios que no se controlan y a los que no tienen tampoco respuesta ni las instituciones ni los partidos; eso explica la aparición de organizaciones como Podemos, cuyo éxito reside en ofrecer recetas simplistas de extrema izquierda a situaciones sumamente complicadas. La volatilidad perdiendo su carácter de hecho externo, ha pasado a ser esencia de la realidad; ya Heidegger se refirió al progreso de la técnica y a la despersonalización del mundo contemporáneo, la volatilidad nos impide ser en nuestro existir y nos impulsa a sobrevivir en un ambiente frecuentemente cambiante, que impone la adaptación continua; en realidad, es un proceso darwinista. No se conoce a qué límites llevará esta propensión de la sociedad avanzada que nos devuelve a la fragilidad de épocas primitivas. La mediocridad ha arramblado con los valores tradicionales y ha arrancado el tronco de las formas rectas y decentes y el pensamiento correcto, la disciplina y el respeto.
La estulticia y el vacío educativo sustituye milenarias creencias; los signos de un vuelco cultural negativo e insulso se presentan palpables. la tecnología y la ciencia siguen un ritmo patente y por doquier resuena el buenismo y se voletea el conformismo. Se vive una pobreza intelectual generalizada; frente a una minoría interesada que avanza y disfruta la ciencia y el arte, una multitud progresiva y creciente desconoce el pensamiento libre y complejo; la telebasura goza de una mayoría, las redes sociales no informan ni educan, son sólo chismes, gritos y palabrerío de apaños y consejas; se hunde el número de lectores de libros y periódicos y en universidades e institutos las autoridades académicas ordenan el aprobado general. Con el con del progreso, el mérito, el esfuerzo personal, el respeto, la excelencia y la disciplina son antiguallas venidas a menos. La debilidad de la democracia surge de la barbarización extensa y general, de permitir la apática renuncia placentera al poder de la mayoría y entregarlo a la minoría que resistió la barbarie. Se puede dar una democracia meritocrática en que la gente no vota porque no le interesa ni quiere y traspasa el acto de las elecciones y el ejercicio del voto a los más significativos, de modo que el mandato y poder lo ocupan sólo los políticos de mayor fuste, pues los políticos de poca monta sólo permanecían por el amparo de la incultura y la ineptitud.
El ciudadano en medio de todo este ambiente vive atorado y atónito. Los partidos políticos consideran al ciudadano desinteresado y ajeno. Se ha de llegar a un pacto general sobre lo que conviene a Nuestra Nación y lo que más le interesa; es establecer unas prioridades políticas, y entender que el yihadismo es hoy nuestro primer problema; que el comunismo estalinista es una antigualla nociva y reprobable; que el sistema de libre mercado ha de caminar a sobrevivir en un “capitalismo corporativo”; que respiramos en un mundo al que han vuelto problemas que creíamos históricamente superados; que hay que confiar y volcarse, en fin, en la comunidad ciudadana, más prestigiosa hoy y propicia que el estamento político.
C.Mudarra