Colaboraciones

¿VIVIR EL PODER?





Que al poder no le gusta ser controlado no muestra nada nuevo. Que muchos políticos profesionales se sienten desasosegados cuando existen custodios “amateurs” celosos de su actividad, cierto es que tampoco. Que los engranajes del poder se han convertido en extensos “yacimientos de empleo” parece una situación aceptada con resignación. Pero el hecho es que la aversión a controles rígidos por parte del poder y de sus profesionales desvela su íntima naturaleza: o se limitan sus actuaciones (orientadas a su conservación), o termina devorando la libertad de quienes las ignoran.

Existen muchas formas de combatir ese control: desactivación política de la ciudadanía mediante la no-adopción de instrumentos de participación, implementación de políticas con una fuerte impronta populista, cooptación de los mass media a través de flujos publicitarios, extirpación del librepensamiento y del sano disenso democrático, perversión de la sociedad civil a través de regalías, utilización de posiciones dominantes como marketing ideológico, hipertrofia del laberinto legal, conceptual y administrativo, …

Todos estos factores, entre otros, contribuyen al velo del poder. El Estado de Derecho se tornaría así en una maquinaria formalista capitaneada por diestros taumaturgos salidos de las urnas que, amparados bajo las reglas del juego institucional, dan la impresión de que olvidan que la democracia sin un imperio de la ley plenamente eficaz y justo invalidaría el artículo 1 de nuestra Constitución. La vigilancia democrática del poder, no desde los órganos, pues la experiencia de siglos demuestra su reticencia a las lindes, sino desde la calle supondría un plus de democracia.

Una modificación constitucional no significa, ni tiene por qué involucrar, el acrecentamiento de la democracia, ni necesariamente profundizar en sus verdaderos procesos. ¿Por qué no introducir el mecanismo del sorteo (no puro) para ocupar cargos en la administración local, por ejemplo? ¿Por qué no ampliar su ámbito hacia otras instancias y poderes? ¿Por qué se les ha hecho creer a los ciudadanos que el ejercicio de responsabilidades es opcional? Y ¿por qué los ciudadanos se someten a una situación de humillante pasividad por pura comodidad? En definitiva, ¿cabe espacio para la queja? Moralmente, desde luego no; aunque sociológicamente sí. El sistema con el que todos “colaboramos” permite que quienes triunfen en la política profesional puedan carecer de la perspectiva de tener que retornar algún día a las inseguridades de la sociedad civil. La mudanza de cargos y de funciones es un fenómeno habitual en los interconectados círculos concéntricos que representan a las distintas administraciones y poderes. Hoy allí, mañana acá; y la vocación de servicio suele mudarse en una “vocación de permanencia como sea”. Mientras más se resiste en ese circuito, mayor contrariedad frente a las críticas, las reprobaciones, las objeciones de quienes no son políticos profesionales. Los verdaderos demócratas no sienten apego por los cargos, sólo prudencia y respeto. La democracia es, además de una forma gobierno, una actitud frente a la vida, pero jamás un oficio del que vivir.

Juan Jesús Mora

Franky  
Sábado, 17 de Junio 2006
Artículo leído 1090 veces

También en esta sección: