Algunos dicen que la Constitución es buena y que el problema son los políticos, que no la respetan y la interpretan según sus intereses, pero una buena Constitución también debería impedir la calamidad de una clase política que se limpia el trasero con la Ley de Leyes.
Después de sus muchas insinuaciones y declaraciones sobre la necesidad de reformar la Constitución, el PSOE gobernante, transformado en un bodrío inmoral llamado "sanchismo", dice ahora que la Constitución es buena.
Ese es, precisamente, el gran argumento para concluir que no debe ser tan buena si al sanchismo le gusta y le permite todos sus abusos, arbitrariedades corrupciones y desmanes, desde usar el Falcón para acudir a actos del PSOE y convertir los impuestos en un saqueo confiscatorio de ciudadanos y empresas, hasta gestionar la pandemia con mentiras y engaños, provocando miles de muertos, otorgar beneficios y dinero abundante a los desleales y anticonstitucionales aliados del poder, todos enemigos declarados de España, perjudicando a las regiones leales y a los que se sienten españoles, y un largo etcétera que incluye el avance de la pobreza, el despilfarro, el endeudamiento atroz de España y haber convertido la mentira y el engaño en los ejes de la política del gobierno.
Si la actual Constitución hace posible todo eso, es que no sirve como hoja de ruta de un país demócrata y decente, aunque sirva para que los malos gobernantes, los egoístas, los mediocres, los ladrones, los sinvergüenzas y los que odian a España se sientan a gusto con ella.
La actual Constitución ni siquiera ha servido para consolidar la decisión más noble y hermosa de los españoles desde la muerte de Franco, que fue la reconciliación y el olvido de un pasado de enfrentamientos y sangre para construir juntos una España moderna y próspera. Hoy, aquel perdón, aquella unidad nacional y entierro del pasado han sido dinamitados por los políticos de izquierda, sin que la Constitución se resienta ni lo haya impedido.
Esa Constitución que hoy celebramos ha hecho posible que el destino de España este muchas veces en manos de los nacionalistas extremos que odian nuestra nación y quieren destruirla. Esos miserables han impuesto sus criterios muchas veces al pueblo y al resto de las regiones, con el consentimiento de los dos grandes partidos, el PP y el PSOE.
Aunque pocos nos atrevamos a decirlo, España necesita una nueva política, un nuevo liderazgo y una nueva Constitución que convierta al pueblo en protagonista, que controle de manera férrea a los partidos políticos y que castigue de manera clara e inviolable a los delincuentes y corruptos que se han apoderado del Estado para, desde allí, convertir la presunta democracia española en un basurero abusivo y corrupto.
Celebremos hoy la Constitución porque, para nuestra desgracia, es el único freno que nos queda, aunque demasiado leve, para impedir que la tiranía se imponga por completo, pero sin perder la conciencia de que si es buena para Sánchez y para sus socios, desleales y llenos de odio a España, es que la Constitución no es buena para España, ni para el honor, la democracia, los valores y la decencia. Quizás tengan razón los que dicen que nuestra Constitución no es tan mala y que los únicos malos son los políticos, que no la respetan y la interpretan de manera obscena.
Dicen que la Constitución Española no puede ser mala porque es una copia de las constituciones democráticas de nuestro entorno, pero es mentira porque en esos países los que se equivocan dimiten, los que delinquen van a la cárcel, los enemigos de la nación son rechazados y el pueblo impone sus criterios sobre la clase política.
En el alma de las constituciones democráticas europeas hay dos tres claves que la española no tiene: el poder del pueblo, el control de los políticos y el sagrado principio de que el que incumple la ley lo paga. En España, el pueblo está marginado, no tiene poder ni influencia y los políticos viven sin controles ni contrapesos, rodeados de privilegios inmerecidos y sin rendir cuentas jamás a los que en democracia son sus jefes: los ciudadanos y la ley.
Francisco Rubiales
Después de sus muchas insinuaciones y declaraciones sobre la necesidad de reformar la Constitución, el PSOE gobernante, transformado en un bodrío inmoral llamado "sanchismo", dice ahora que la Constitución es buena.
Ese es, precisamente, el gran argumento para concluir que no debe ser tan buena si al sanchismo le gusta y le permite todos sus abusos, arbitrariedades corrupciones y desmanes, desde usar el Falcón para acudir a actos del PSOE y convertir los impuestos en un saqueo confiscatorio de ciudadanos y empresas, hasta gestionar la pandemia con mentiras y engaños, provocando miles de muertos, otorgar beneficios y dinero abundante a los desleales y anticonstitucionales aliados del poder, todos enemigos declarados de España, perjudicando a las regiones leales y a los que se sienten españoles, y un largo etcétera que incluye el avance de la pobreza, el despilfarro, el endeudamiento atroz de España y haber convertido la mentira y el engaño en los ejes de la política del gobierno.
Si la actual Constitución hace posible todo eso, es que no sirve como hoja de ruta de un país demócrata y decente, aunque sirva para que los malos gobernantes, los egoístas, los mediocres, los ladrones, los sinvergüenzas y los que odian a España se sientan a gusto con ella.
La actual Constitución ni siquiera ha servido para consolidar la decisión más noble y hermosa de los españoles desde la muerte de Franco, que fue la reconciliación y el olvido de un pasado de enfrentamientos y sangre para construir juntos una España moderna y próspera. Hoy, aquel perdón, aquella unidad nacional y entierro del pasado han sido dinamitados por los políticos de izquierda, sin que la Constitución se resienta ni lo haya impedido.
Esa Constitución que hoy celebramos ha hecho posible que el destino de España este muchas veces en manos de los nacionalistas extremos que odian nuestra nación y quieren destruirla. Esos miserables han impuesto sus criterios muchas veces al pueblo y al resto de las regiones, con el consentimiento de los dos grandes partidos, el PP y el PSOE.
Aunque pocos nos atrevamos a decirlo, España necesita una nueva política, un nuevo liderazgo y una nueva Constitución que convierta al pueblo en protagonista, que controle de manera férrea a los partidos políticos y que castigue de manera clara e inviolable a los delincuentes y corruptos que se han apoderado del Estado para, desde allí, convertir la presunta democracia española en un basurero abusivo y corrupto.
Celebremos hoy la Constitución porque, para nuestra desgracia, es el único freno que nos queda, aunque demasiado leve, para impedir que la tiranía se imponga por completo, pero sin perder la conciencia de que si es buena para Sánchez y para sus socios, desleales y llenos de odio a España, es que la Constitución no es buena para España, ni para el honor, la democracia, los valores y la decencia. Quizás tengan razón los que dicen que nuestra Constitución no es tan mala y que los únicos malos son los políticos, que no la respetan y la interpretan de manera obscena.
Dicen que la Constitución Española no puede ser mala porque es una copia de las constituciones democráticas de nuestro entorno, pero es mentira porque en esos países los que se equivocan dimiten, los que delinquen van a la cárcel, los enemigos de la nación son rechazados y el pueblo impone sus criterios sobre la clase política.
En el alma de las constituciones democráticas europeas hay dos tres claves que la española no tiene: el poder del pueblo, el control de los políticos y el sagrado principio de que el que incumple la ley lo paga. En España, el pueblo está marginado, no tiene poder ni influencia y los políticos viven sin controles ni contrapesos, rodeados de privilegios inmerecidos y sin rendir cuentas jamás a los que en democracia son sus jefes: los ciudadanos y la ley.
Francisco Rubiales