A nosotros, que somos admiradores y defensores de muchos aspectos de la democracia estadounidense, no nos queda más remedio que reconocer que Washington ha cometido uno de los mayores errores de su historia moderna al alentar el "linchamiento", que no ejecución, de Saddam Hussein, un jefe de Estado que, ciertamente, fue reo de crímenes, pero que, en realidad, perdió la vida por no haberse sometido a los designios del Imperio.
Otros muchos jefes de Estado también culpables de crímenes pero sometidos al poder americano, como el chileno Pinochet, Baby Doc, de Haití, Ríos Montt, en Guatemala, Franco, en España, Castelo Branco, en Brasil, Trujillo, en República Dominicana, y un largo etcétera, fueron protegidos por Washington, a pesar de sus crímenes, y lograron escapar a la justicia.
Muchos gobiernos han condenado la ejecución de Sadam, entre ellos algunos tan aliados de Washington como Gran Bretaña, y numerosos juristas de prestigio han considerado que la ejecución del expresidente de Irak fue un linchamiento sádico y sin garantías que Estados Unidos debió evitar.
En numerosos países de religión musulmana se ha rezado por Saddam, como en Argelia, donde se opina que Saddan fue objeto de un “asesinato político”, el gobierno ordenó que en todas las mezquitas se celebraran plegarias por su alma. Libia decretó tres días de duelo. Hubo actos de homenaje en Jordania, con presencia de la hija mayor del ex presidente. En Damasco, la capital de Siria, se realizó una ceremonia funeraria en su memoria y miles de iraquíes llegaron hasta Ouja, donde fueron enterrados sus restos.
La muerte de Saddam, grabada en video para escarnio de sus ejecutores, ha disparado la violencia en Irak, donde muere un promedio diario de 120 personas, lo que significa casi 50.000 al año, cuatro veces más de la cifra oficialmente admitida. La hostilidad y los insultos de los funcionarios iraquíes que lo llevaron al cadalso fue vergonzosa y constituye un bochorno para el gobierno iraquí y para sus protectores, los Estados Unidos.
Sin embargo, la precipitada ejecución de Saddam por el crimen “menor” de haber matado a 148 personas en Dujail, tiene sentido porque, al no celebrarse el juicio por el asesinato de 5.000 kurdos con gas mostaza, Estados Unidos evitará situaciones comprometidas, entre ellas la posibilidad de que altos funcionarios como el expresidente Bush, padre del actual presidente de Estados Unidos, James Baker, autor del reciente informe sobre Irak, y Henry Kissinger, entre otros, sean llamados a declarar, como pretendían los abogados defensores de Saddam, dispuestos también a que comparecieran funcionarios e industriales estadounidenses, británicos, franceses, alemanes, rusos, chinos y portugueses, que vendieron tecnología armamentística nuclear, biológica, química, de misiles y convencional al gobierno iraquí, lo que habría resultado un escandaloso y bochornoso “circo” capaz de desprestigiar por muchos años la “Pax Americana”.
Otros muchos jefes de Estado también culpables de crímenes pero sometidos al poder americano, como el chileno Pinochet, Baby Doc, de Haití, Ríos Montt, en Guatemala, Franco, en España, Castelo Branco, en Brasil, Trujillo, en República Dominicana, y un largo etcétera, fueron protegidos por Washington, a pesar de sus crímenes, y lograron escapar a la justicia.
Muchos gobiernos han condenado la ejecución de Sadam, entre ellos algunos tan aliados de Washington como Gran Bretaña, y numerosos juristas de prestigio han considerado que la ejecución del expresidente de Irak fue un linchamiento sádico y sin garantías que Estados Unidos debió evitar.
En numerosos países de religión musulmana se ha rezado por Saddam, como en Argelia, donde se opina que Saddan fue objeto de un “asesinato político”, el gobierno ordenó que en todas las mezquitas se celebraran plegarias por su alma. Libia decretó tres días de duelo. Hubo actos de homenaje en Jordania, con presencia de la hija mayor del ex presidente. En Damasco, la capital de Siria, se realizó una ceremonia funeraria en su memoria y miles de iraquíes llegaron hasta Ouja, donde fueron enterrados sus restos.
La muerte de Saddam, grabada en video para escarnio de sus ejecutores, ha disparado la violencia en Irak, donde muere un promedio diario de 120 personas, lo que significa casi 50.000 al año, cuatro veces más de la cifra oficialmente admitida. La hostilidad y los insultos de los funcionarios iraquíes que lo llevaron al cadalso fue vergonzosa y constituye un bochorno para el gobierno iraquí y para sus protectores, los Estados Unidos.
Sin embargo, la precipitada ejecución de Saddam por el crimen “menor” de haber matado a 148 personas en Dujail, tiene sentido porque, al no celebrarse el juicio por el asesinato de 5.000 kurdos con gas mostaza, Estados Unidos evitará situaciones comprometidas, entre ellas la posibilidad de que altos funcionarios como el expresidente Bush, padre del actual presidente de Estados Unidos, James Baker, autor del reciente informe sobre Irak, y Henry Kissinger, entre otros, sean llamados a declarar, como pretendían los abogados defensores de Saddam, dispuestos también a que comparecieran funcionarios e industriales estadounidenses, británicos, franceses, alemanes, rusos, chinos y portugueses, que vendieron tecnología armamentística nuclear, biológica, química, de misiles y convencional al gobierno iraquí, lo que habría resultado un escandaloso y bochornoso “circo” capaz de desprestigiar por muchos años la “Pax Americana”.