Información y Opinión

Un día sin inmigrantes --- 'Con otro acento' (Observatorio Latinoamericano)





Eduardo caldarola de bello
Imaginemos que una mañana cualquiera California descubre que un tercio de sus habitantes ha desaparecido, que toda comunicación con el exterior ha sido interrumpida, y que –y esto es aún más sorprendente-, los 14 millones de “desaparecidos” son de procedencia hispana, latina.

El caos se apodera entonces del conocido como “Estado Dorado”, todo deja de funcionar, y los expertos se plantean las más estrambóticas teorías para explicar lo sucedido. Hasta que alguien apunta, no sin cierta timidez, ¿quizá se hayan marchado porque estaban hartos de que no se les valore?. A partir de aquí lograr el regreso de los latinos, que no son solo fuerza de trabajo, sino parte activa del entorno familiar californiano, se convierte en la prioridad número uno del estado. Este es, a grandes rasgos, el argumento de “Un día sin mexicanos”, una película del director, y también excelente músico, Sergio Arau, que se ha convertido en el segundo film más taquillero de la historia del cine mexicano en su país.

Seguramente, basándose en este argumento de ficción, pero no solo en él, los hispanos –especialmente los mexicanos- que viven en los Estados Unidos han convocado, para el próximo 1 de Mayo, la jornada “Un día sin inmigrantes” en el gran país del Norte. Ese día ningún migrante –o, digamos, una gran mayoría- trabajará en los Estados Unidos. Es la manera, pacífica y sin violencia, que han elegido para que se les reconozcan sus derechos al trabajo, a la educación para sus hijos, y a la utilización de los servicios médicos para sus familias.

Pero, hay más. También le han solicitado a sus connacionales (a los que viven en México) que ese día tampoco compren ningún producto estadounidense, ni ninguno de cualquiera de las conocidas franquicias americanas (o sea, no a Dunkin Donuts, Mc Donalds, Burguer King, Starbucks, Sears, Crispy cream y Walmart, entre muchas otras). Esta campaña está prendiendo muy fuerte en México, impulsada, entre otros, por el cantautor Juan Gabriel, famoso por sus rancheras, muchas de ellas cantadas al alimón con la fallecida Rocío Durcal, y apoyada por obispos, intelectuales, profesionales de todo tipo, y amplios sectores de la población en general.

El mensaje está desparramándose “como un reguero de pólvora” entre latinoamericanos de todos los países (particularmente, recibí tres mails en una semana: desde Palma de Mallorca, la República Dominicana y el propio México. Todos decían al final del mensaje: “Pásalo”).

Este movimiento, como tantos otro civiles no violentos –algunos ya lo comparan con el protagonizado por Martín Luther King a favor de los derechos civiles de los negros- comenzó a gestarse hace mucho tiempo, aunque rompió “el dique de contención silencioso” en el que se encontraba durante las recientes y multitudinarias marchas protagonizadas por los hispanos en decenas de ciudades de los Estados Unidos. ¿El detonante?: con bastante probabilidad el proyecto de ley del republicano James Sensenbrenner aprobado por la Cámara de Representantes en diciembre pasado y que convierte “en criminales a los inmigrantes clandestinos y sanciona a quiénes les proporcionen servicios sociales”.

Se calcula que unos doce millones de inmigrantes indocumentados se encuentran en los Estados Unidos. Según Jaime Contreras, presidente de la coalición Nacional de Inmigrantes, que ha coordinado las protestas recientes, “lo que nos interesa es enviar un fuerte mensaje al Congreso y a la Administración Bush –por cierto, en horas bastante bajas- en el sentido de que trabajamos muy duro en este país y estamos hartos de que nos traten como lo han hecho, especialmente desde los atentados de 2001”. Para el New York Times, “los millones de hispanos que residen entre nosotros, al lanzar consignas tales como +Hoy marchamos, mañana votamos+, están emergiendo como una poderosa fuerza política que habrá que tener en cuenta”.

Un papel destacado en estas movilizaciones sin precedentes en el mundo hispano lo han protagonizado las radios latinas existentes en los Estados Unidos, cuyos mensajes, en los que han insistido hasta la saciedad en la necesidad de no utilizar, en ningún caso, la violencia, o caer en provocaciones de esta naturaleza por parte de grupos xenófobos e intolerantes, han calado entre sus miles de oyentes y han favorecido la expresión abierta de su malestar y discrepancias con el trato recibido en los Estados Unidos.

Según un estudio realizado recientemente por la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), en los últimos cinco años, 25 millones de latinoamericanos han emigrado de sus países en la búsqueda de mejores oportunidades para sobrevivir. En el subcontinente, cuatro países –Argentina, Brasil, Venezuela y Costa Rica- son los que acaparan el mayor número de inmigrantes, que suelen llegar desde Bolivia, Paraguay, Ecuador, Perú, Colombia, Nicaragua y El Salvador, entre otras naciones pobres y menos desarrolladas de la región. Estos inmigrantes también deben enfrentarse –como en los Estados Unidos o en Europa-, sobre todo los que poseen rasgos indígenas o de color oscuro, a situaciones de marginación, explotación, xenofobia, vejaciones y desprecios de todo tipo, e intolerancias de las más variadas características. Los que se consideran más “afortunados” pueden llegar –eso sí, sin tener que utilizar pateras- a Europa, especialmente a España, o a los Estados Unidos, “los paraísos prometidos” para ellos.

Es un proceso muy complejo, dramático en muchas ocasiones, y, sobre todo, doloroso el de la emigración/inmigración. El viaje que debe realizar cualquier persona que se ve obligada a abandonar sus paisajes habituales, sus costumbres, sus afectos más profundos, en definitiva, el modo de vida que ha aprendido desde que nació, por diversos motivos –desde persecuciones políticas hasta imposibilidades reales de mera subsistencia-, es, en principio, un trayecto de grandes pérdidas. Si todo va bien, a pesar de dificultades e inconvenientes de toda naturaleza, es posible que después se abra ante ella un nuevo escenario en el que pueda, de alguna manera, equiparar pérdidas con ganancias: nuevos paisajes, nuevos amigos, nuevos afectos, nuevas oportunidades.

Lo cierto es que casi ningún inmigrante desearía emprender ese viaje. A los que nunca han tenido que hacerlo, solo les piden que no zanjen la cuestión con una frase lapidaria, generalmente sin fundamento, y muy alejada de ese sentimiento esencial que es la piedad humana (muy poco de moda en la actualidad). Y que hurguen un poco a su alrededor, dónde probablemente encontrarán a una vecina o vecino, con su cabello adornado de canas, que estará más que dispuesto a narrarle porqué debió irse de su propio país y cómo transcurrió su vida “durante 40 años en tal o cual lugar”, y al que todavía lleva muy metido en su corazón.


eduardo caldarola de bello


Franky  
Sábado, 22 de Abril 2006
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