Cuando la República de Roma estaba en peligro, el Senado buscaba a Cincinato y le entregaba todos los poderes para que arreglara el problema. Cincinato, una vez solucionado el drama, devolvía su poder absoluto a la República y regresaba a la agricultura, que era su profesión.
La admiración por el patricio Cincinato (519-439 a.C.) viene de muy lejos en la historia de Occidente y llega hasta nuestros días. Lucius Quincius Cincinnatus, al que conocemos como Cincinato (nacido con el pelo rizado), vivió en un momento en que la segunda Roma, la que abominó de sus reyes, instituyó un Senado poderoso que previno la existencia de circunstancias que podrían aconsejar la dictadura temporal para la salvación de la República. De hecho, Cincinato inspiró el lema Omnia reliquit servare republicam: "Dejó todo para salvar la república".
Poseía como hacienda cuanto podían arar en un día cuatro yugadas de bueyes tras haberse empobrecido (tenía siete) a causa de la defensa judicial de un hijo. Con sus propias manos labraba su tierra y la cultivaba. Ante enemigos que exigían un poder especial y total, la originaria Roma republicana le apartó del arado para nombrarle dictador, una dignidad temporal más honrada y apreciada que la de cónsul.
Cincinato, de familia patricia bien antigua y engarzada en los orígenes de la ciudad, fue designado dictador dos veces, 458 y 439 a.C., y en la primera de ellas apenas estuvo 16 días en el cargo, regresando a sus tareas agrícolas rechazando poder, honores y riquezas tras afrontar los peligros externos de la recién inventada República. En aquella ocasión, tras derrotar a los enemigos de Roma, castigó a un cónsul incapaz de desempeñar su cargo con dignidad y eficacia.
Desde entonces, Cincinato es el mayor símbolo que existe en nuestro mundo de buen político y de persona generosa que sabe anteponer el interés general al propio, justo lo contrario de lo que ocurre con la mayoría de los políticos actuales.
España, como la Roma de entonces, está ahora en peligro, dividida, llena de odio y amenazada por un político desalmado que pretende gobernar en alianza con lo peor de la nación, con partidos que confiesan luchar por la destrucción de España.
Si el rey Felipe, conociendo sus intenciones, designa a Sánchez para que forme gobierno, ¿no se convierte en cómplice y responsable de lo que le ocurra a España, nación a la que está obligado a defender, incluso si eso le cuesta la vida?
La Constitución no obliga al rey a designar al político que haya ganado las elecciones o al que haya quedado el segundo. Si esos políticos no dan la talla, como es el caso de España, puede y debe designar a un Cincinato, alguien capaz de salvar la patria y regenerar la podredumbre y el vicio.
Está comprobado que Sánchez antepone sus intereses a la nación española y a sus instituciones. Su propio partido debería apartarle de gobernar y con más razón debe hacerlo el rey, obligado por la Constitución a defender España.
España ya acudió a su propio Cincinato cuando el rey Alfonso XIII nombró dictador a Miguel Primo de Rivera, cuyo gobierno logró reducir la corrupción y gran prosperidad económica, pero al final fue devorado por los polínicos, que regresaron al poder para conducir a España hasta la Guerra Civil y el conocido y triste baño de sangre.
Otros creen que el verdadero Cincinato español fue el general Franco, que limpió el país de políticos e instauró un régimen que fortaleció a España y la convirtió en un oasis de paz y de prosperidad creciente, llegando a ser la novena potencia industrial del planeta, el país que más crecía de Europa y el que menos deuda tenía.
Lo cierto es que el rey Felipe tiene ahora la ocasión de pasar a la Historia como un patriota sabio si en lugar de encargar formar gobierno a un indeseable como Pedro Sánchez, que ha perdido las elecciones, designa a un Cincinato capaz de unir la nación, gobernar rodeado de decentes capaces y patriotas, en lugar de hacerlo con políticos degradados, comunistas, amigos del terrorismo y golpistas llenos de odio, de limpiarla de excrementos corruptos y de devolverle la prosperidad y la grandeza que llegó a tener en el pasado, cuando los políticos no se habían convertido en un basurero.
Francisco Rubiales
La admiración por el patricio Cincinato (519-439 a.C.) viene de muy lejos en la historia de Occidente y llega hasta nuestros días. Lucius Quincius Cincinnatus, al que conocemos como Cincinato (nacido con el pelo rizado), vivió en un momento en que la segunda Roma, la que abominó de sus reyes, instituyó un Senado poderoso que previno la existencia de circunstancias que podrían aconsejar la dictadura temporal para la salvación de la República. De hecho, Cincinato inspiró el lema Omnia reliquit servare republicam: "Dejó todo para salvar la república".
Poseía como hacienda cuanto podían arar en un día cuatro yugadas de bueyes tras haberse empobrecido (tenía siete) a causa de la defensa judicial de un hijo. Con sus propias manos labraba su tierra y la cultivaba. Ante enemigos que exigían un poder especial y total, la originaria Roma republicana le apartó del arado para nombrarle dictador, una dignidad temporal más honrada y apreciada que la de cónsul.
Cincinato, de familia patricia bien antigua y engarzada en los orígenes de la ciudad, fue designado dictador dos veces, 458 y 439 a.C., y en la primera de ellas apenas estuvo 16 días en el cargo, regresando a sus tareas agrícolas rechazando poder, honores y riquezas tras afrontar los peligros externos de la recién inventada República. En aquella ocasión, tras derrotar a los enemigos de Roma, castigó a un cónsul incapaz de desempeñar su cargo con dignidad y eficacia.
Desde entonces, Cincinato es el mayor símbolo que existe en nuestro mundo de buen político y de persona generosa que sabe anteponer el interés general al propio, justo lo contrario de lo que ocurre con la mayoría de los políticos actuales.
España, como la Roma de entonces, está ahora en peligro, dividida, llena de odio y amenazada por un político desalmado que pretende gobernar en alianza con lo peor de la nación, con partidos que confiesan luchar por la destrucción de España.
Si el rey Felipe, conociendo sus intenciones, designa a Sánchez para que forme gobierno, ¿no se convierte en cómplice y responsable de lo que le ocurra a España, nación a la que está obligado a defender, incluso si eso le cuesta la vida?
La Constitución no obliga al rey a designar al político que haya ganado las elecciones o al que haya quedado el segundo. Si esos políticos no dan la talla, como es el caso de España, puede y debe designar a un Cincinato, alguien capaz de salvar la patria y regenerar la podredumbre y el vicio.
Está comprobado que Sánchez antepone sus intereses a la nación española y a sus instituciones. Su propio partido debería apartarle de gobernar y con más razón debe hacerlo el rey, obligado por la Constitución a defender España.
España ya acudió a su propio Cincinato cuando el rey Alfonso XIII nombró dictador a Miguel Primo de Rivera, cuyo gobierno logró reducir la corrupción y gran prosperidad económica, pero al final fue devorado por los polínicos, que regresaron al poder para conducir a España hasta la Guerra Civil y el conocido y triste baño de sangre.
Otros creen que el verdadero Cincinato español fue el general Franco, que limpió el país de políticos e instauró un régimen que fortaleció a España y la convirtió en un oasis de paz y de prosperidad creciente, llegando a ser la novena potencia industrial del planeta, el país que más crecía de Europa y el que menos deuda tenía.
Lo cierto es que el rey Felipe tiene ahora la ocasión de pasar a la Historia como un patriota sabio si en lugar de encargar formar gobierno a un indeseable como Pedro Sánchez, que ha perdido las elecciones, designa a un Cincinato capaz de unir la nación, gobernar rodeado de decentes capaces y patriotas, en lugar de hacerlo con políticos degradados, comunistas, amigos del terrorismo y golpistas llenos de odio, de limpiarla de excrementos corruptos y de devolverle la prosperidad y la grandeza que llegó a tener en el pasado, cuando los políticos no se habían convertido en un basurero.
Francisco Rubiales