Colaboraciones

UN MOVIMIENTO NACIONAL QUE SALVE LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA DE 1978



España está en grave peligro como sociedad libre, en manos de un verdugo llamado Pedro Sánchez, rodeado de una banda sin escrúpulos y dispuesta a saquear y destruir la nación. Para salvarla, no hay instituciones dispuestas a arriesgar, ni aliados. Por desgracia, el pueblo está sólo y necesita organizarse.

La actual movilización de agricultores de toda España es uno de los primeros movimientos de protesta organizados por el propio pueblo, al margen de sindicatos mayoritarios controlados por el sanchismo.

El pueblo, angustiado ante la decadencia y la putrefacción que el gobierno de Sánchez patrocina y capitanea, no aguanta mas injusticias, abusos e iniquidades.

El artículo que hoy publicamos como colaboración, escrito por Pedro de Tena, propone la creación de un movimiento nacional que salve la democracia española de 1978, en grave peligro de ser aniquilada por el sanchismo.
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Se llegó a decir en Estados Unidos durante y después de la guerra fría que si Europa había tenido su teatro del absurdo y su filosofía para el absurdo (existencialismo) tras la pavorosa II Guerra Mundial, Estados Unidos había recuperado el liderazgo de la insensatez con una política del absurdo para la que la patria era algo despreciable y podrido mientras se consumían drogas multiplicando la delincuencia, se oponía el amor a la guerra (menos mal que fue después del nazismo) o se declaraba derecho todo lo que fuese deseable, por minorías o mayorías sin más, y, como no, siempre libre de deberes. Enredaban, claro, los servicios secretos de la URSS, durmientes o despiertos, y otros varios fácilmente reconocibles.

Pero no podía sospecharse que España iba a liderar el absurdo del futuro de manos de un prófugo de la justicia y un presidente del gobierno que, para mantenerse en el cargo tras perder unas elecciones, se convierte en verdugo vocacional y voluntario de toda una nación histórica con una res hispánica de gran densidad extendida por todo el mundo. Su número estelar, obedeciendo las órdenes de un golpista que no pudo ser condenado como otros por haberse fugado de la justicia española, no es sólo una desvergüenza, que lo es.

El desvergonzado lo es porque quebranta un código moral comúnmente aceptado. Pero a Pedro Sánchez no puede aplicársele tal consideración. Su comportamiento no es que esté más allá del bien y del mal como quería Nietzsche para sus superhumanoides artificiales. Está antes de todo bien y de todo mal, porque se sitúa al margen de la civilización consolidada por siglos de guerras y paces, de privilegios y hambrunas, de odios y convivencias. Nietzsche siempre se refería a un indemostrable período prehistórico nebuloso para justificar su genealogía de la moral. Sánchez parece pertenecer a un paleomundo donde la moral, cualquier moral, es desconocida y toda conducta que convenga puede ser posible e impune.

Muchos desde Guy Debord han subrayado el componente que la política actual, debido a los medios de comunicación, redes sociales y a la pandemia del virus narcisista, tiene de espectáculo. “Considerado según sus propios términos, el espectáculo es la afirmación de la apariencia y la afirmación de toda vida humana, es decir social, como simple apariencia”, escribió. Pero el espectáculo no es más que la negación de la vida real que se hace visible como apariencia. Sólo se presta atención a lo que no es real porque lo real se oculta deliberadamente tras el espectáculo.

El pasado día 10 de enero de 2023 asistimos a un espectáculo parlamentario en Las Cortes que si, en realidad, no era nada nuevo – lleva en cartel unos años desde la llegada al gobierno de un Pedro Sánchez desierto de escrúpulos morales, democráticos o constitucionales -, sí se ha convertido ya en un escándalo de proporciones máximas. Cuando un espectáculo deviene en escándalo es porque no ha conseguido invisibilizar la realidad o porque sucesivas ocultaciones desveladas están haciendo sospechar que, en realidad, no se trata de un gobierno para España sino de un gobierno contra la España emergida desde la Transición.

Estas revelaciones, dudosas aunque sospechosas, han salido a la luz contra la voluntad de sus perpetradores, casi siempre por deseo expreso de quienes, gracias a Pedro Sánchez, han obtenido un protagonismo espectacular: dos de los enemigos declarados de la España Constitucional como lo son el separatismo vasco - Bildu, dirigida por los antiguos etarras que asesinaron a centenares de españoles por el mero hecho de serlos y su futura víctima, el desalmado, racista y beato PNV, y los antiguos separatistas catalanes a derecha y Esquerra, antes pastoreados por el ratero y supremacista Jordi Pujol, ahora encumbrados en carambola electoral por el expresamente anticonstitucional y golpista Carlos Puigdemont.

Cierto es que, codo a codo con ellos trabajan los restos de Podemos, el pecio desperdigado de Izquierda Unida y sus Más, o sus menos, sumandos, neocomunistas bolivarianos, y el aún débil separatismo gallego, a los que el PSOE permite medrar a cambio de sus votos. Hay que añadir que el PP y Vox, como consecuencia de su estúpida y letal división que produce en sus votantes una decisiva decepción, indefensión y deserción, impiden o postergan una estrategia minuciosa de regeneración política, cultural e institucional de la Nación española.

Hasta ahora, el espectáculo presentaba a un presidente del gobierno con capacidad de resistencia, o cursi resiliencia, y habilidades casi mágicas de cohesión de un corpus monstruoso frankensteinano. El absurdo aparente de la coexistencia e incluso coordinación de fuerzas tan enemigas entre sí, una a una o en su conjunto, (PSOE y Sumar, PNV y Bildu, Junts y Esquerra con el BNG al fondo) se deshacía por la necesidad perentoria de seguir en el gobierno para asegurar sueldos, cargos y posiciones de poder y la adopción de acuerdos no declarados y ocultados a la mayoría de los españoles que se quiere hacer creer no afectan gravemente a la continuidad de la nación.

De hecho, logran que no se perciba demasiado el endeudamiento nacional acumulado por una Seguridad Social cuya deuda ha pasado de los casi 35.000 millones de euros que heredó Pedro Sánchez en junio de 2018 han sido más que triplicada desde entonces; se sufre más conscientemente pero aún sin dramatismo social la inflación acumulada de más de un 17 por ciento que ha reducido el salario medio real en muchos euros mensuales; se acepta una presión fiscal sistemáticamente abusiva y se soporta la deriva perversa del mercado de trabajo juvenil o el deterioro de la educación (Informes PISA). Pero la situación ha empezado a ser alarmante cuando se ha tomado nota de que la igualdad presupuestaria y social en España ha saltado por los aires como consecuencia del saqueo separatista del dinero nacional. El espectáculo ha fracasado desde el pasado día 10 de enero, cuando se ha visto descarnadamente el abordaje del Tesoro por parte de los nuevos piratas sin escrúpulos.

Vargas Llosa, que es, además de todo, un estudioso de la civilización del espectáculo actual define que su esencia es la banalización de todo lo que acoge en su seno, ya sea literatura, arte, moral, economía o política. Gracias a comunistas y nacionalistas, la ingeniería social europea se convirtió en espectáculo geométrico de puños alzados, saludos imperiales, desfiles marciales o antorchas intimidatorias. Incluso cuando se juzgaba por traidores a comunistas soviéticos que no lo fueron, el espectáculo exigía confesiones “voluntarias” donde el propio acusado solicitaba para sí la pena de muerte, la entendía, la justificaba. Era el germen de la civilización del espectáculo cuyo primer fruto fue la banalización del bien y del mal que condujo a modernos genocidios inolvidables por masivos y brutales.

Hoy, la necesidad de reencarnación continua del espectáculo para invisibilizar la realidad ante el público que lo paga todo sin saber qué e ignora cómo transcurren las transacciones, es tal que, a veces, precisa que los protagonistas en la sombra que conocen la auténtica realidad bajen a la arena para reclamar su complicidad. A la manera de algunos emperadores romanos, se ven obligado a participar en combates, más o menos amañados, para disputar la fama a los campeones de la violencia y la degradación. Pero, claro, quedar a la vista es quedar sin el telón protector de la inmundicia.

Es lo que acaba de ocurrir en España en el pleno del Congreso del pasado día 10, día de la indignidad nacional. Pedro Sánchez ha tenido que quitarse la máscara largamente labrada de líder resistente y conciliador, que dialoga con los diferentes y pretende aunar incluso a los enemigos para hacer de España un país “progresista”. Muchos ya intuían que sólo era el disfraz de una psicopatía. Incluso algunos de sus más prestigiosos correligionarios habían advertido de la dimensión de la farsa. Pero su espectáculo, gracias a la estulticia de PP y a Vox, obtuvo un éxito electoral inesperado el pasado día 23 de julio, dulce derrota, razón por la cual se bailó en los balcones de Ferraz.

Se iba a intentar seguir con la pantomima, con cada vez más afines colocados (¿alguien ha alguna vez que la izquierda o los nacionalismos hayan tenido escrúpulos en pervertir sistemas de acceso a los destinos públicos que deberían estar regidos por la competencia, el mérito y la capacidad?), ocupando cada vez más el aparato del Estado, desde el Ejército y la Seguridad del Estado a la Justicia, desde los organismos reguladores a la Administración, desde la Sanidad a la Educación, desde la Estadística Nacional a la Universidad, desde la comunicación estatal hasta la demoscopia pública.

Los corifeos del espectáculo, a veces, muy pocas, han sacado la patita porque hay ocasiones en que las mentiras y los secretos eran tales que sus tajadas no pueden aprovecharse por sus agentes secretos. Cuando Bildu recordaba que sus pactos con Sánchez existían aunque sumidos en la más vergonzosa tenebrosidad ante unos votantes absolutamente engañados, reclamaba parte de su autoría.

Pero el pasado 23 de julio de 2023, apareció un corifeo renovado por el batacazo de Esquerra Republicana de Cataluña, Carlos Puigdemont, el golpista fugado, el prófugo que, por la aritmética parlamentaria, se convertía en uno de los árbitros necesarios para que Sánchez siguiese ganando el partido que había perdido. Aunque pueda parecer mentira, el antiguo alcalde de Gerona aupado a la dirección del ex partido de Pujol, sin “manuales de resistencia” ni “tierras firmes”, se ha mostrado como un sedicioso sin miedo alguno a ejercer el poder otorgado por sus siete diputados sin cuyos votos, colorín colorado, el gobierno de Sánchez ya se habría acabado.

Su principal logro político ha sido obligar al “resistente” a aceptarlo en el ruedo no como un subalterno o peón, sino como un igual, un copresidente. En sólo unos meses, lo real se está haciendo visible. Vivimos en una España que tiene una presidencia del gobierno compartida entre Sánchez y Puigdemont. Los demás depredadores políticos esperan su oportunidad.

De hecho, ha desvelado que Pedro Sánchez, más que resistente, es un enclenque de primera. Pocos ignoran ya en España que el antiguo periodista Puigdemont, luego presidente de la Generalidad, está convirtiendo al presidente del Gobierno en cómplice de un nuevo golpe de Estado perpetrado ahora desde el mismo gobierno de un tipo capaz de todo, hasta de hacer de verdugo de la nación, con tal de seguir unos años más en La Moncloa. Parece que del golpismo unilateral de 2017 se ha pasado al golpismo “federal” y concertado desde el que el verdugo Sánchez guía al prófugo Puigdemont para ejecutar a España sin sufrir consecuencias.

Esa realidad intuida por muchos pero invisibilizada por los brillos del espectáculo ha empezado a quedar al descubierto desde el día 10. Sánchez no es un dialogador, un persistente del acuerdo, un incansable del pacto. Se ha visto con claridad cómo se ha bajado los pantalones sin decencia alguna ante el golpista Puigdemont, cómo ha rebajado la dignidad presidencial del gobierno de España ante un fugado de la Justicia y cómo ha demostrado que no sólo cede a todo chantaje expreso sino que concede incluso lo que no se le demanda.

Su proceder va a tener algunas consecuencias evidentes. Una, que ya se ha evidenciado, es que todos los administradores de los votos parlamentarios que necesita Sánchez, han descubierto el estilo Puigdemont. Sin ir más lejos, Podemos sabe ya que con cinco parlamentarios puede obtenerse mucho más de lo previsto blandiéndolos con descaro. Por ahora, lo que ha obtenido con su reventón es apuñalar a su Meiga traidora y debilitarla para las elecciones gallegas y en el seno del propio Gobierno. Bildu ya sabía y silenciaba que Sánchez era bizcochable. De ahí, la alcaldía de Pamplona y la sucesión de cesiones que le seguirán sin que nadie haya escuchado nunca sino que donan sus votos a cambio de nada, meramente por sostener un gobierno “progresista”.(Risas)

Lo mismo hará pronto el PNV cuando advierta que el cadalso le espera. Por ahora, Esquerra Republicana, castigada en las urnas, disimula mejor su bandolerismo político descarnado porque su odiado prófugo se ha impuesto con nuevas reglas de juego convirtiendo a Sánchez en verdugo nacional. No durará. La Meiga traidora, que resta más que suma, está presa en el cepo fatal de ser la Vicepresidenta de este caos que, se quiera o no, la obliga a mantener algunas composturas pero se verá obligada a sacar las uñas si quiere persistir.

El mismo Sánchez se ha contagiado del método de las salidas de tono del bandido de Gerona y se ha atrevido a desplantar a Estados Unidos, OTAN misma, con su inacción en el Mar Rojo, a desairar a un atacado Israel siendo aplaudido por Hamás y a toda la Unión Europea desde su primera acción en favor de toda inmigración irregular – recuérdese el caso Aquarius -, y ahora irregularizando la letra y el espíritu de la Constitución delegando la “competencia exclusiva” del Estado en esta materia (artículo 149.1.2ª) en un único, por ahora, gobierno regional.

El hecho de ser exclusivas del Estado obedece a “la regulación de las condiciones básicas que garanticen la igualdad de todos los españoles en el ejercicio de los derechos y en el cumplimiento de los deberes constitucionales”, 149.1.1ª. Después del día 10, ¿qué otras competencias exclusivas del Estado serán delegables si algún miembro de la partida gobernante lo exige para una o varias regiones? ¿Las relaciones internacionales, 149.3? ¿La defensa y las fuerzas armadas, 149.1.4ª? ¿La legislación laboral? ¿La Hacienda General y deuda del Estado, 149.1.14ª?

Lo que se presenció el pasado día 10 en el Congreso de los Diputados fue la desintegración visible y anunciada de la nación española y su estado constitucional por parte de unos separatismos con origen en el racismo, el terrorismo o la exaltación del particularismo de raíz feudal. La degradación de un presidente del gobierno cómplice (el ex ministro Iceta, siguiendo al socialismo castellano leonés de la II República veía en España varias naciones, ocho, dijo haber contado aunque el chusco Pachi López demostrara que Sánchez no sabía qué era una nación), no tiene freno. En España, como es sabido, no se discute ninguna nación ni tal cosa es concepto discutido y discutible, salvo si se trata de la nación española.

Imagínese al gobernador de Colorado o de Wisconsin o de Seattle, o de Iowa, USA, exigiendo la competencia de inmigración a la Casa Blanca, o la de legislación lingüística o la de Hacienda o la de impedir la presencia del FBI de su jurisdicción. Figúrense si lo mismo hiciera cualquiera de los 16 länder alemanes por su cuenta al margen de toda lealtad constitucional. No, no se puede. Sólo parece posible en España a la que se está practicando la eutanasia – la leyenda negra ya no es suficiente -, cuando mucho más de su mitad ni quiere morir ni se va a resignar a ello.

Hasta ahora el espectáculo ha funcionado porque, careciendo muchos ciudadanos españoles de la defensas individuales necesarias “para detectar los contrabandos y las extorsiones de que es víctima” (sigue Vargas Llosa) y siendo acalladas muchas denuncias de la burda manipulación, no se veía con claridad la obscenidad de los actores políticos en el escenario. Es la diferencia. Siempre se ha sospechado que la política es “un quehacer de personas amorales, ineficientes y propensas a la corrupción”. Desde el día 10, el telón se ha levantado y de la sospecha hemos pasado a la certeza. España está en manos de una cuadrilla de bandoleros que quieren repartirse su botín y a los que importa un carajo España, sus libertades y su res hispánica.

La necesidad de un movimiento nacional - ¿he dicho movimiento nacional?, joder, ¡anatema, blasfemia! es urgente. Pero sí, lo digo -, se precisa un movimiento nacional más allá de los partidos capaz de detener esta aniquilación de la España más libre y más próspera de nuestra reciente historia. Se necesita la coordinación de las fuerzas civiles, sociales, económicas, culturales, morales y políticas en un movimiento que detalle punto por punto y con detenimiento qué es necesario reformar para impedir que una barbaridad como la del día 10 y las que nos quedan por ver, puedan volver a producirse nunca jamás en la democracia española. Somos muchos más, somos mucho mejores y, si queremos, lo podemos demostrar.

O patriotismo democrático o un espectáculo desnacionalizador, bandidaje político e inseguridad jurídica y social general orquestados por un prófugo y un verdugo. Puede empezarse por un encuentro nacional de personas de trayectorias intachables y reconocidas que dé el primer y generoso paso de un proceso para regenerar la España decente y común que estamos perdiendo. Hay que atreverse a ser fielmente lo que decidimos ser en 1978 espantando para siempre a los monstruos políticos que odian la libertad.

Hay que atreverse a hacer crecer la realidad nacional española, ésta sí, real y verdadera. Hay que atreverse sin más a ser españoles y a sentirnos orgullosos por serlo. ¿Pasa algo? ¡Viva la libertad, carajo!, resuena ya contra las castas, éstas sí que lo son, en la esperanza nacida dentro de las fronteras de nuestra res hispánica.

Pedro de Tena


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Jueves, 8 de Febrero 2024
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