A pesar del pesimismo intenso que vive el mundo, el "bien" obtiene victorias sobre el "mal", sobre todo en los últimos días, donde hemos vivido éxitos exultantes y logros que enaltecen a los demócratas y a la gente de bien. La concesión del Nobel a Mario Vargas Llosa, un combatiente por la libertad y los derechos, es una gran noticia, como lo ha sido también la concesión del Nobel de la Paz al disidente chino Liu Xiaobo, encarcelado por la perversa tiranía china. Pero, sin duda, el más fuerte éxito de bien sobre el mal se ha producido en Chile, donde un pueblo unido bajo la conducción de un presidente demócrata, ha vivido la euforia del rescate de los 33 mineros atrapados en la mina San José, en Copiapó, al norte del país.
El "mal" y sus representantes siempre se comportan con vileza. Al conocer la concesión de los dos premios Nobel, el presidente boliviano Evo Morales, un genuino representante del mal y miembro de la banda de los forajidos políticos que han logrado aferrarse al poder en algunos países desgraciados del planeta, convocó una rueda de prensa de inmediato, en la que consideró "sospechosas" las nominaciones y lamentó que esos galardones nunca serán concedidos a gente como él, que se autodefinió como "anticapitalista" y "antiimperialista".
Los enemigos de la democracia que han conquistado el poder en algunos países desgraciados del mundo deberían contar con un Premio Nobel "de la Mentira" o "de la Antidemocracia", un galardón que se disputarían el mencionado Evo Morales, Hugo Chávez, Lukashenco, Putin, Mugabe, Al Bashir, Ahmadinejad, Daniel Ortega, Correa y, por supuesto, el amigo europeo de todos ellos, José Luis Rodríguez Zapatero, bajo cuyo mandato España está quedando arruinada, desunida, sin democracia, desarmada de valores y sumida en una tristeza profunda.
Muchos ciudadanos del mundo, al contemplar por televisión las imágenes del rescate de los 33 mineros y las vivencias y sentimientos de sus compatriotas chilenos, hemos sentido envidia.
Si en lugar de haber sucedido en Chile, tal accidente hubiera ocurrido en España, el resultado habría sido, con toda seguridad, muy distinto. Dependiendo del partido gobernante en la "nación" o autonomía donde estuviera localizada la mina, se habrían producido protestas, altercados, empujones, manifestaciones y politicastros luchando por fotos y cámaras, rodeados de periodistas sometidos y entregados a la mentira y a la lisonja.
Los vulgares y mediocres políticos españoles actuales nunca habrían sido capaces, como ha hecho el presidente Piñera, de lanzar al mundo entero un mensaje que enaltece a la raza humana. Habrían optado por pelearse entre ellos. El PP habría dicho que con Aznar eso nunca habría sucedido, mientras que el PSOE, tras acusar del desastre a la "política de la derecha", para captar votos, habría aprobado subvenciones para las viudas de mineros, "víctimas de la derecha". Los sindicatos habrían convocado una huelga general; los empresarios habrían pedido subvenciones para mejorar las instalaciones y la prensa del corazón habría envuelto el rescate con su baba viscosa e inmoral, corrompiendo los mejores sentimientos, mientras compraba exclusivas y aireaba la vida íntima de los mineros con amantes, tendencias homosexuales o hijos ilegítimos. La oposición y el PSOE habrían arrebatado el protagonismo a los mineros sepultados, provocando el vómito de los ciudadanos con sus acusaciones mútuas. Los mineros, por supuesto, habrían muerto, víctimas de la incompetencia de un gobierno como el de Zapatero, que habría derrochado las mejores energías del país en acusar a la derecha del desastre.
Pero la realidad ha sido, por fortuna, diferente y Chile ha brindado al mundo un atrayente espectáculo de humildad, eficacia, unidad y espíritu humano de superación y esfuerzo. El presidente Piñera, cuyas alusiones a Dios sonaban extrañas en la España anticatólica que promueve Zapatero, humilde, sencillo y sonriente, se convirtió, por méritos propios, en el rostro de ese Chile ejemplarizante, demostrando a las sociedades mundiales secuestradas por forajidos y políticos antidemócratas, el valor que otorga Chile a la libertad, a los derechos humanos y a la democracia.
Visto desde la España moribunda de Zapatero, el espectáculo que ha ofrecido Chile es enaltecedor y portador de sentimientos que combinan la admiración con la envidia. Después de lo que hemos visto, a muchos españoles nos gustaría ser chilenos. Hemos contemplado el verdadero patriotismo en acción, el que se sustenta en el respeto, la humildad, el esfuerzo común y la únidad, no el que exhibimos los españoles cuando los nuestros juegan al fútbol con virtuosismo o cuando agitamos las banderitas como borregos, o cuando apoyamos a nuestros partidos políticos, cuyos líderes integran la más ineficaz e insolvente y castrante "casta política" de toda la Unión Europea.
Como dijo el jefe de los mineros: ¡Viva Chile, mierda!
El "mal" y sus representantes siempre se comportan con vileza. Al conocer la concesión de los dos premios Nobel, el presidente boliviano Evo Morales, un genuino representante del mal y miembro de la banda de los forajidos políticos que han logrado aferrarse al poder en algunos países desgraciados del planeta, convocó una rueda de prensa de inmediato, en la que consideró "sospechosas" las nominaciones y lamentó que esos galardones nunca serán concedidos a gente como él, que se autodefinió como "anticapitalista" y "antiimperialista".
Los enemigos de la democracia que han conquistado el poder en algunos países desgraciados del mundo deberían contar con un Premio Nobel "de la Mentira" o "de la Antidemocracia", un galardón que se disputarían el mencionado Evo Morales, Hugo Chávez, Lukashenco, Putin, Mugabe, Al Bashir, Ahmadinejad, Daniel Ortega, Correa y, por supuesto, el amigo europeo de todos ellos, José Luis Rodríguez Zapatero, bajo cuyo mandato España está quedando arruinada, desunida, sin democracia, desarmada de valores y sumida en una tristeza profunda.
Muchos ciudadanos del mundo, al contemplar por televisión las imágenes del rescate de los 33 mineros y las vivencias y sentimientos de sus compatriotas chilenos, hemos sentido envidia.
Si en lugar de haber sucedido en Chile, tal accidente hubiera ocurrido en España, el resultado habría sido, con toda seguridad, muy distinto. Dependiendo del partido gobernante en la "nación" o autonomía donde estuviera localizada la mina, se habrían producido protestas, altercados, empujones, manifestaciones y politicastros luchando por fotos y cámaras, rodeados de periodistas sometidos y entregados a la mentira y a la lisonja.
Los vulgares y mediocres políticos españoles actuales nunca habrían sido capaces, como ha hecho el presidente Piñera, de lanzar al mundo entero un mensaje que enaltece a la raza humana. Habrían optado por pelearse entre ellos. El PP habría dicho que con Aznar eso nunca habría sucedido, mientras que el PSOE, tras acusar del desastre a la "política de la derecha", para captar votos, habría aprobado subvenciones para las viudas de mineros, "víctimas de la derecha". Los sindicatos habrían convocado una huelga general; los empresarios habrían pedido subvenciones para mejorar las instalaciones y la prensa del corazón habría envuelto el rescate con su baba viscosa e inmoral, corrompiendo los mejores sentimientos, mientras compraba exclusivas y aireaba la vida íntima de los mineros con amantes, tendencias homosexuales o hijos ilegítimos. La oposición y el PSOE habrían arrebatado el protagonismo a los mineros sepultados, provocando el vómito de los ciudadanos con sus acusaciones mútuas. Los mineros, por supuesto, habrían muerto, víctimas de la incompetencia de un gobierno como el de Zapatero, que habría derrochado las mejores energías del país en acusar a la derecha del desastre.
Pero la realidad ha sido, por fortuna, diferente y Chile ha brindado al mundo un atrayente espectáculo de humildad, eficacia, unidad y espíritu humano de superación y esfuerzo. El presidente Piñera, cuyas alusiones a Dios sonaban extrañas en la España anticatólica que promueve Zapatero, humilde, sencillo y sonriente, se convirtió, por méritos propios, en el rostro de ese Chile ejemplarizante, demostrando a las sociedades mundiales secuestradas por forajidos y políticos antidemócratas, el valor que otorga Chile a la libertad, a los derechos humanos y a la democracia.
Visto desde la España moribunda de Zapatero, el espectáculo que ha ofrecido Chile es enaltecedor y portador de sentimientos que combinan la admiración con la envidia. Después de lo que hemos visto, a muchos españoles nos gustaría ser chilenos. Hemos contemplado el verdadero patriotismo en acción, el que se sustenta en el respeto, la humildad, el esfuerzo común y la únidad, no el que exhibimos los españoles cuando los nuestros juegan al fútbol con virtuosismo o cuando agitamos las banderitas como borregos, o cuando apoyamos a nuestros partidos políticos, cuyos líderes integran la más ineficaz e insolvente y castrante "casta política" de toda la Unión Europea.
Como dijo el jefe de los mineros: ¡Viva Chile, mierda!