China, con su esfuerzo drástico contra la epidemia, nos señaló el camino y nos regaló algunas semanas de ventaja para que nos preparáramos. Después Italia nos mostró lo que se nos venía encima. Pero en España, por miedo a perder votos y a que la economía entrara en recesión, no se tomaban medidas y el gobierno se limitaba a repetir como un papagayo que la sanidad pública española es una de las mejores del mundo y que está preparada para hacer frente a la epidemia. Los vuelos llegaban desde los países infectados y ni siquiera se tomaba la temperatura a los pasajeros. Se permitieron eventos colectivos propicios al contagio, como maratones, encuentros de fútbol y baloncesto y otras muchas concentraciones de masas. Muchos sospechamos que las concentraciones no se han prohibido porque el dia 8 hay que exhibir un espectáculo multitudinario de "feminismo" en llamas.
Ahora se descubre que el virus ya estaba en España semanas antes de que fuera detectado. La pasividad y el populismo del gobierno nos han puesto en riesgo de muerte a todos.
El populismo se ha impuesto sobre la ciencia y el rigor. La política ha predominado sobre el deber. Ahora todo está claro: el gobierno social comunista de Pedro Sánchez no ha sido eficaz frente al coronavirus y ha preferido hacer electoralismo a defender a la población española, como es su deber. El miedo a ser impopular y a perder votos ha predominado sobre la protección de los ciudadanos, lo que constituye un auténtico fracaso público y una frivolidad imperdonable.
No se trata de responder a la enfermedad a medida que avanza, sino de impedir que avance. Y para eso hay que olvidarse del electoralismo, anticiparse y ser rigurosos y drásticos.
Incluso ahora, cuando ya hay muertos, focos sin identificar y casos inexplicables, el gobierno sigue sin tomar las medidas drásticas necesarias, como hizo China, país que gracias a su esfuerzo heroico parece haber frenado el avance del nuevo virus. Por no adoptar la medidas de rigor, tendremos más epidemia y riesgo.
España tiene que aceptar inmediatamente que lo único prioritario es salvar vidas y que hay que adoptar las medidas adecuadas, aunque adoptarlas traiga consigo pérdida de votos. Si hay que jugar al fútbol a puerta cerrada, como ya se hace en otros países infectados, hay que hacerlo y si hay que suspender fiestas y celebraciones de gran arraigo popular, hay que hacerlo. Lo de la etapa de contención es una estupidez porque todos sabemos que detrás llegará la etapa de la gravedad y la parálisis. Lo eficaz es anticiparse, no dejar que el enemigo te desborde.
Cada vez que veía un partido de fútbol con el estadio abarrotado, un besamanos o un besapiés de imágenes religiosas en las iglesias, muy frecuentes en vísperas de la Semana Santa, me envolvía la rabia porque es difícil imaginar una fuente de contagio más intensa. Nadie hacía nada, ni decía una palabra en contra. Ahora, cuando ya es tarde, se empiezan a cuestionar esas prácticas. Pura ineficacia de un gobierno incapaz de haber aprendido un ápice del inmenso rigor del gobierno chino en la lucha contra la infección.
Cada vez que veía al gobierno socialcomunista empeñado en hacer avanzar el feminismo o en aplastar todavía más a los hombres con las leyes de género o peleándose entre ellos para ver quien controla tal o cual sector, en lugar de luchar con todas sus fuerzas por defendernos de la muerte, me envolvía la indignación y la rabia ante tanta irresponsabilidad.
Los gobiernos no existen para ganar elecciones sino para resolver problemas. El populismo y la demagogia, cuando se unen a la incompetencia, la ambición y el miedo, forman un cóctel mortal, peor que la dinamita.
Francisco Rubiales
Ahora se descubre que el virus ya estaba en España semanas antes de que fuera detectado. La pasividad y el populismo del gobierno nos han puesto en riesgo de muerte a todos.
El populismo se ha impuesto sobre la ciencia y el rigor. La política ha predominado sobre el deber. Ahora todo está claro: el gobierno social comunista de Pedro Sánchez no ha sido eficaz frente al coronavirus y ha preferido hacer electoralismo a defender a la población española, como es su deber. El miedo a ser impopular y a perder votos ha predominado sobre la protección de los ciudadanos, lo que constituye un auténtico fracaso público y una frivolidad imperdonable.
No se trata de responder a la enfermedad a medida que avanza, sino de impedir que avance. Y para eso hay que olvidarse del electoralismo, anticiparse y ser rigurosos y drásticos.
Incluso ahora, cuando ya hay muertos, focos sin identificar y casos inexplicables, el gobierno sigue sin tomar las medidas drásticas necesarias, como hizo China, país que gracias a su esfuerzo heroico parece haber frenado el avance del nuevo virus. Por no adoptar la medidas de rigor, tendremos más epidemia y riesgo.
España tiene que aceptar inmediatamente que lo único prioritario es salvar vidas y que hay que adoptar las medidas adecuadas, aunque adoptarlas traiga consigo pérdida de votos. Si hay que jugar al fútbol a puerta cerrada, como ya se hace en otros países infectados, hay que hacerlo y si hay que suspender fiestas y celebraciones de gran arraigo popular, hay que hacerlo. Lo de la etapa de contención es una estupidez porque todos sabemos que detrás llegará la etapa de la gravedad y la parálisis. Lo eficaz es anticiparse, no dejar que el enemigo te desborde.
Cada vez que veía un partido de fútbol con el estadio abarrotado, un besamanos o un besapiés de imágenes religiosas en las iglesias, muy frecuentes en vísperas de la Semana Santa, me envolvía la rabia porque es difícil imaginar una fuente de contagio más intensa. Nadie hacía nada, ni decía una palabra en contra. Ahora, cuando ya es tarde, se empiezan a cuestionar esas prácticas. Pura ineficacia de un gobierno incapaz de haber aprendido un ápice del inmenso rigor del gobierno chino en la lucha contra la infección.
Cada vez que veía al gobierno socialcomunista empeñado en hacer avanzar el feminismo o en aplastar todavía más a los hombres con las leyes de género o peleándose entre ellos para ver quien controla tal o cual sector, en lugar de luchar con todas sus fuerzas por defendernos de la muerte, me envolvía la indignación y la rabia ante tanta irresponsabilidad.
Los gobiernos no existen para ganar elecciones sino para resolver problemas. El populismo y la demagogia, cuando se unen a la incompetencia, la ambición y el miedo, forman un cóctel mortal, peor que la dinamita.
Francisco Rubiales