Si Zapatero fuera sabio y supiera interpretar los signos de los tiempos, en lugar de atentar contra la dignidad de España al mendigar un puesto en la cumbre sobre la crisis financiera internacional, convocada para el próximo 15 de noviembre en Estados Unidos, en presencia de los líderes del G-20 y llamada a refundar los principios del capitalismo, se sentiría feliz de no asistir a una cumbre que pasará a la historia por su fracaso.
Pero nuestro dirigente no es un analista perspicaz ni se ha distinguido nunca por su capacidad de anticiparse al futuro. Es la suerte la que le salvará, una vez más, del desastre y del fracaso. Su ausencia de esa cumbre quizás le convierta en un héroe para las generaciones futuras.
Sarkozy, que ha visto los riesgos de formar parte del grupo que se reunirá en Washington para fracasar, ya ha advertido del riesgo que representa esa reunión de poderosos: “Esta reunión no debe ser una cita para nada. Y yo no iré para asistir a una cita fallida. Si logramos juntos con todos los responables políticos de los grandes países industrializados y emergentes definir estas nuevas reglas que necesita la economía global entonces habrá una posibilidad para que de esta crisis salga un mundo mejor”, ha dicho el francés que, movido por el miedo, agregó: “No tenemos el derecho de fracasar porque eso significará que el mundo que saldrá de la crisis será peor que el de antes”.
Desgraciadamente, eso es lo que ocurrirá porque, como decían los filósofos primitivos griegos cuando colocaban las primeras piedras de la sabiduría universal, "No puede salir el pelo del no pelo", ni el fuego del agua, ni la tierra del aire. Del mismo modo, los políticos, que son el problema, no pueden producir la solución.
¿Que pueden hacer los líderes de los países ricos y emergentes ante la crisis? Únicamente lo que han hecho ya: inyectar dinero, el que tienen y el de las generaciones futuras, en un sistema que, a pesar de esas ayudas masivas, sigue cadavérico, sin reaccionar, con las bolsas en caída libre y la economía real paralizada y en recesión.
La solución no puede salir del problema o lo que es lo mismo, los políticos, que son el problema, no pueden ser al mismo tiempo la solución.
La única manera de salir de la crisis es reformar la política, que está degradada, el liderazgo, que está podrido, y la democracia, que ha sido asesinada por los políticos y transformada en una sucia oligocracia de partidos. Hay que recuperar al ciudadano e inyectar ética, en lugar de dinero, en el sistema. Hay que sustituir el actual modelo de liderazgo, basado en el privilegio, la arrogancia y la corrupción, por otro en el que prevalezcan el servicio, el ejemplo, la ética y la provisionalidad. Hay que acabar con esos políticos profesionales que se eternizan en el poder y con esos partidos políticos cuya única obsesión es el dominio, para sustituirlos por políticos amateur, controlados estrechamente por los ciudadanos y sometidos a rígidos controles para que no nos conduzcan al matadero, a la ruina o, en el mejor de los casos, a la opresión y la ineficiencia de los gobiernos.
Zapatero siempre ha exhibido su suerte y confía en ella como un mago. Quizás tenga razón porque esa suerte le está ayudando ahora y tal vez le evite pasar a la historia como uno de los torpes e inútiles que se reunieron en Washington, el 15 de noviembre de 2008, para apagar el fuego destructor de la desconfianza universal y lo que lograron fue alimentar la pira del recelo y del miedo con decisiones estúpidas e inadecuadas.
Sarkozy, que en lugar de contar con la suerte, como Zapatero, dispone de una prodigiosa intuición como gran activo político, ha advertido el peligro de fracaso inminente que encierra la cumbre de Washington y ha dicho que el mundo de hoy necesita no sólo moralización y transparencia sino “protección e igualdad”.
Lo único que le ha faltado al mediático francés es reconocer que los políticos no son la solución sino el problema y que la historia lo demuestra hasta la saciedad porque nuestro mundo, gobernado por políticos profesionales arrogantes y todopoderosos, no ha solucionado ni uno sólo de sus dramas y problemas endémicos y es cada día más inseguro, más desigual, más injusto, más insensible ante la miseria y la muerte, más vulgar y más indecente.
¿Cómo es posible imaginar que los mismos que han fracasado en la conducción de un mundo en tiempos de calma puedan salvarlo ahora, cuando las aguas están embravecidas y el mar y las tormentas de la peor crisis de la historia moderna amenazan con aplastar la nave?
Pero nuestro dirigente no es un analista perspicaz ni se ha distinguido nunca por su capacidad de anticiparse al futuro. Es la suerte la que le salvará, una vez más, del desastre y del fracaso. Su ausencia de esa cumbre quizás le convierta en un héroe para las generaciones futuras.
Sarkozy, que ha visto los riesgos de formar parte del grupo que se reunirá en Washington para fracasar, ya ha advertido del riesgo que representa esa reunión de poderosos: “Esta reunión no debe ser una cita para nada. Y yo no iré para asistir a una cita fallida. Si logramos juntos con todos los responables políticos de los grandes países industrializados y emergentes definir estas nuevas reglas que necesita la economía global entonces habrá una posibilidad para que de esta crisis salga un mundo mejor”, ha dicho el francés que, movido por el miedo, agregó: “No tenemos el derecho de fracasar porque eso significará que el mundo que saldrá de la crisis será peor que el de antes”.
Desgraciadamente, eso es lo que ocurrirá porque, como decían los filósofos primitivos griegos cuando colocaban las primeras piedras de la sabiduría universal, "No puede salir el pelo del no pelo", ni el fuego del agua, ni la tierra del aire. Del mismo modo, los políticos, que son el problema, no pueden producir la solución.
¿Que pueden hacer los líderes de los países ricos y emergentes ante la crisis? Únicamente lo que han hecho ya: inyectar dinero, el que tienen y el de las generaciones futuras, en un sistema que, a pesar de esas ayudas masivas, sigue cadavérico, sin reaccionar, con las bolsas en caída libre y la economía real paralizada y en recesión.
La solución no puede salir del problema o lo que es lo mismo, los políticos, que son el problema, no pueden ser al mismo tiempo la solución.
La única manera de salir de la crisis es reformar la política, que está degradada, el liderazgo, que está podrido, y la democracia, que ha sido asesinada por los políticos y transformada en una sucia oligocracia de partidos. Hay que recuperar al ciudadano e inyectar ética, en lugar de dinero, en el sistema. Hay que sustituir el actual modelo de liderazgo, basado en el privilegio, la arrogancia y la corrupción, por otro en el que prevalezcan el servicio, el ejemplo, la ética y la provisionalidad. Hay que acabar con esos políticos profesionales que se eternizan en el poder y con esos partidos políticos cuya única obsesión es el dominio, para sustituirlos por políticos amateur, controlados estrechamente por los ciudadanos y sometidos a rígidos controles para que no nos conduzcan al matadero, a la ruina o, en el mejor de los casos, a la opresión y la ineficiencia de los gobiernos.
Zapatero siempre ha exhibido su suerte y confía en ella como un mago. Quizás tenga razón porque esa suerte le está ayudando ahora y tal vez le evite pasar a la historia como uno de los torpes e inútiles que se reunieron en Washington, el 15 de noviembre de 2008, para apagar el fuego destructor de la desconfianza universal y lo que lograron fue alimentar la pira del recelo y del miedo con decisiones estúpidas e inadecuadas.
Sarkozy, que en lugar de contar con la suerte, como Zapatero, dispone de una prodigiosa intuición como gran activo político, ha advertido el peligro de fracaso inminente que encierra la cumbre de Washington y ha dicho que el mundo de hoy necesita no sólo moralización y transparencia sino “protección e igualdad”.
Lo único que le ha faltado al mediático francés es reconocer que los políticos no son la solución sino el problema y que la historia lo demuestra hasta la saciedad porque nuestro mundo, gobernado por políticos profesionales arrogantes y todopoderosos, no ha solucionado ni uno sólo de sus dramas y problemas endémicos y es cada día más inseguro, más desigual, más injusto, más insensible ante la miseria y la muerte, más vulgar y más indecente.
¿Cómo es posible imaginar que los mismos que han fracasado en la conducción de un mundo en tiempos de calma puedan salvarlo ahora, cuando las aguas están embravecidas y el mar y las tormentas de la peor crisis de la historia moderna amenazan con aplastar la nave?