Colaboraciones

TOLERANCIA CERO CON LA CENSURA





(MENOS CON LA QUE AÚN DURA Y SE TOLERA, LA AUTOIMPUESTA, LA RANCIA)

(SIEMPRE A FAVOR, PROMOCIONANDO Y PROMOVIENDO LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN DE TODOS)

Sí, porque o se está de parte de la libertad de expresión o no se está. Aquí sobran las medias y tibias tintas, esa entelequia o quimera que muchos llaman “centro”. Aquí no valen ni las precauciones ni los recelos, ni las mediocridades ni los remiendos, ni los ambages ni los atajos. Si se está, hay que estar con ella completamente, sin poner cortapisas ni hacer excepciones, con todos los antecedentes y con todas las consecuencias, sean aquéllos más o menos remotos o inmediatos y éstas más o menos duras o tiernas. Porque la libertad de expresión no sólo nos acoge, amable, atento, dilecto, discreto y selecto lector, a usted o a ti y a mí, sino que también ampara a quienes no ven, no tocan, no oyen, no huelen, no gustan y no piensan ni expresan las cosas y los casos, en las casas o en los cosos, como nosotros; a quienes, ángeles, nos miran con pupilas melosas, enamoradas, embelesadas, y a quienes, basiliscos, demonios o gorgonas, lo hacen con niñas petrificantes, enojadas, torvas; a quienes nos elogian, casi siempre (escrito con una péñola párvula), con mayor frecuencia y proporción de lo que merecemos y a quienes nos reprenden, por lo general, con argumentos menos aviesos y torticeros y más cabales y rectos de lo que nuestro personalísimo punto de vista e intransferible opinión tienen por ciertos, e incluso, a quienes se ríen con y hasta de nosotros mismos y en nuestra propia cara y nos varean y vapulean con verga urente y ustoria (pues, no sólo escuece, sino que quema), la que suele acompañar cada uno de sus golpes con buenas dosis de sarcasmo, de mala leche y/o uva, de avilantez.

Si en lo que hasta aquí llevo agavillado, hilado, trenzado o urdido, desocupado lector, he marrado mucho o poco, usted o tú tienes, sin salvedad, como persona que (entiendo, estimo y presumo, sin debate ni disputa) eres y gozas de más de dos dedos de frente, la obligación ineludible e inexcusable de solidarizarte conmigo y sacarme de ese charco, en el que suelen resbalar mis yerros, y/o del lodo ese, donde acostumbran a quedar embarrados mis errores. Puede que usted o tú confíes tener y tengas, en verdad, razón. Puede que usted o tú creas estar y estés, sin controversia plausible ni refutación posible, en posesión de mil y una certezas. Pero la verdadera, segura e indudable tenencia de ese “pluscuanmillar” no te da ningún derecho a menoscabar una pizca mi inteligencia, a menospreciar un ápice mi dignidad.


Ángel Sáez García

Franky  
Martes, 27 de Junio 2006
Artículo leído 1107 veces

También en esta sección: