Casi todos los dramas y carencias de España tienen idéntico origen: la degradación de su liderazgo y la baja calidad humana, ética y profesional de sus dirigentes políticos. Si alguien lo duda, que mire hacia la Generalitat de Cataluña, hacia la Moncloa o hacia los líderes de los diferentes partidos y sólo encontrará mediocridad, ausencia de grandeza, un desierto de valores, egoísmo a raudales, mucha bajeza y profundas carencias éticas y humanas.
Esa baja estofa del liderazgo es la única explicación racional al sorprendente hecho de que España sea uno de los países del mundo más golpeados por el coronavirus, tanto en la primera como en la segunda ola. Un médico italiano amigo me decía hace unos días que "Italia sufrió mucho en la primera oleada de la pandemia, pero aprendimos y en la segunda somos de los países que la están sufriendo con menos daños. Sin embargo, los españoles no aprenden y parecen un pueblo gobernado por imbéciles".
Si alguien quiere comprobar con hechos reales el pésimo liderazgo que padece la España gobernada por Pedro Sánchez, que mire su economía, su sanidad, su turismo, su convivencia o la baja calidad humana y profesional de sus políticos. La simple visión del desastre de España, en manos de torpes, egoístas, soberbios y estúpidos, hace llorar.
Si te pones a buscar la causa última de la inmensa desgracia española no la encuentras desde la razón y tienes que recurrir a la magia, a un destino aciago o a un castigo religioso. Quizás la explicación del drama español esté en el Libro de Job (12:23-25), donde se dice: "Dios engrandece y destruye a las naciones, las dispersa y las reúne. Quita la inteligencia a los gobernantes y los hace perderse en un desierto, donde andan a tientas en la oscuridad, tambaleándose como borrachos".
Sospecho que el Dios Creador del Universo, cansado de los abusos, bajezas, traiciones e injusticias que protagoniza la clase política española, ha tocado con su dedo a los dirigentes políticos actuales para que colmen el vaso y ha convertido a Sánchez y a Iglesias en dos mensajeros del miedo y del desastre, en dos destructores vivientes, autores de obras estúpidas y reprobables, corrupciones, abusos e injusticias a raudales capaces de destruirnos a todos.
El liderazgo, en democracia, exige justo lo contrario de lo que España tiene: personas ejemplares al frente de la nación, sacrificadas, eficientes, generosas y dotadas de valores admirables. La ciudadanía de la España del presente, castigada quizás por el cielo a causa de su cobardía y pasividad, tiene que soportar, por el contrario, a una banda inepta y corrompida de dirigentes, escasos de valores, poco generosos, arrogantes y con terribles rasgos psicopáticos en algunos de sus miembros.
Los pueblos antiguos exigían a sus líderes ser ejemplares y cuando caían en el vicio y la bajeza, eran depuestos o ajusticiados. La Biblia está llena de ejemplos de personajes inicuos destruidos por su pueblo o por el mismo Dios. Pero la España actual parece incapaz de restablecer el equilibrio y la Justicia y es tan cobarde que soporta a líderes portadores de desgracias que, a la vista de sus obras e iniquidades, no merecen la menor consideración, ni permanecer un sólo minuto más al frente del país.
Francisco Rubiales
Esa baja estofa del liderazgo es la única explicación racional al sorprendente hecho de que España sea uno de los países del mundo más golpeados por el coronavirus, tanto en la primera como en la segunda ola. Un médico italiano amigo me decía hace unos días que "Italia sufrió mucho en la primera oleada de la pandemia, pero aprendimos y en la segunda somos de los países que la están sufriendo con menos daños. Sin embargo, los españoles no aprenden y parecen un pueblo gobernado por imbéciles".
Si alguien quiere comprobar con hechos reales el pésimo liderazgo que padece la España gobernada por Pedro Sánchez, que mire su economía, su sanidad, su turismo, su convivencia o la baja calidad humana y profesional de sus políticos. La simple visión del desastre de España, en manos de torpes, egoístas, soberbios y estúpidos, hace llorar.
Si te pones a buscar la causa última de la inmensa desgracia española no la encuentras desde la razón y tienes que recurrir a la magia, a un destino aciago o a un castigo religioso. Quizás la explicación del drama español esté en el Libro de Job (12:23-25), donde se dice: "Dios engrandece y destruye a las naciones, las dispersa y las reúne. Quita la inteligencia a los gobernantes y los hace perderse en un desierto, donde andan a tientas en la oscuridad, tambaleándose como borrachos".
Sospecho que el Dios Creador del Universo, cansado de los abusos, bajezas, traiciones e injusticias que protagoniza la clase política española, ha tocado con su dedo a los dirigentes políticos actuales para que colmen el vaso y ha convertido a Sánchez y a Iglesias en dos mensajeros del miedo y del desastre, en dos destructores vivientes, autores de obras estúpidas y reprobables, corrupciones, abusos e injusticias a raudales capaces de destruirnos a todos.
El liderazgo, en democracia, exige justo lo contrario de lo que España tiene: personas ejemplares al frente de la nación, sacrificadas, eficientes, generosas y dotadas de valores admirables. La ciudadanía de la España del presente, castigada quizás por el cielo a causa de su cobardía y pasividad, tiene que soportar, por el contrario, a una banda inepta y corrompida de dirigentes, escasos de valores, poco generosos, arrogantes y con terribles rasgos psicopáticos en algunos de sus miembros.
Los pueblos antiguos exigían a sus líderes ser ejemplares y cuando caían en el vicio y la bajeza, eran depuestos o ajusticiados. La Biblia está llena de ejemplos de personajes inicuos destruidos por su pueblo o por el mismo Dios. Pero la España actual parece incapaz de restablecer el equilibrio y la Justicia y es tan cobarde que soporta a líderes portadores de desgracias que, a la vista de sus obras e iniquidades, no merecen la menor consideración, ni permanecer un sólo minuto más al frente del país.
Francisco Rubiales