Sin un poder judicial independiente, sin medios de comunicación capaces de ejercer la crítica y la fiscalización del poder, sin respeto a la opinión de los ciudadanos, sin una sociedad civil fuerte, con unos partidos políticos demasiado poderosos, con un Parlamento donde votar en conciencia está prohibido, con una corrupción interna fuera de control, con el autoritarismo vertical dominando la vida interna de los partidos y sin relación directa alguna entre los representantes y los representados, la democracia española ya estaba hundida y degradada, pero ahora, con la oposición cerrada por reformas e ineptitud de sus dirigentes, desciende varios escalones más hacia el fondo de la pocilga.
Para que exista la democracia tienen que existir los medios que controlen el poder del gobierno. Si esos medios no existen, la democracia es solo un envoltorio que esconde una dictadura legalizada por las urnas.
De todos los controles ideados para controlar el poder del Estado, los tres más importantes son una justicia independiente, una prensa crítica y fiscalizadora del poder y una oposición activa. La Justicia hace mucho que perdió la virginidad y la independencia en España, violada por los partidos políticos, y la prensa está casi en su totalidad sometida a los partidos, pero la oposición, al menos, resistía y actuaba hasta hace poco como un poderoso instrumento de control del gobierno.
Hoy, esa oposición, dirigida por un decepcionante Rajoy que contempla embelesado su ombligo y lucha a cuchillo corto por seguir al frente de su partido, a pesar de haber sufrido ya dos derrotas frente al socialismo ineficiente de Zapatero, parece haber cerrado y ha dejado de existir en España, lo que hunde a la democracia todavías más en el pozo de la degradación y del fracaso.
La actitud del Partido Popular es incomprensible desde una óptica democrática. Dejar de marcar y controlar al gobierno, alegando problemas internos y reestructuraciones constituye una frivolidad inaceptable en una democracia moderna, como pretende ser España.
Ese comportamiento antidemocrático del PP, por si solo, justifica ya una rebelión interna de los dirigentes más conscientes y éticos de esa formación política para regenerar un partido que, a juzgar por sus actitudes y comportamientos, sufre un proceso de degradación tan intenso como el de la misma democracia española.
Para que exista la democracia tienen que existir los medios que controlen el poder del gobierno. Si esos medios no existen, la democracia es solo un envoltorio que esconde una dictadura legalizada por las urnas.
De todos los controles ideados para controlar el poder del Estado, los tres más importantes son una justicia independiente, una prensa crítica y fiscalizadora del poder y una oposición activa. La Justicia hace mucho que perdió la virginidad y la independencia en España, violada por los partidos políticos, y la prensa está casi en su totalidad sometida a los partidos, pero la oposición, al menos, resistía y actuaba hasta hace poco como un poderoso instrumento de control del gobierno.
Hoy, esa oposición, dirigida por un decepcionante Rajoy que contempla embelesado su ombligo y lucha a cuchillo corto por seguir al frente de su partido, a pesar de haber sufrido ya dos derrotas frente al socialismo ineficiente de Zapatero, parece haber cerrado y ha dejado de existir en España, lo que hunde a la democracia todavías más en el pozo de la degradación y del fracaso.
La actitud del Partido Popular es incomprensible desde una óptica democrática. Dejar de marcar y controlar al gobierno, alegando problemas internos y reestructuraciones constituye una frivolidad inaceptable en una democracia moderna, como pretende ser España.
Ese comportamiento antidemocrático del PP, por si solo, justifica ya una rebelión interna de los dirigentes más conscientes y éticos de esa formación política para regenerar un partido que, a juzgar por sus actitudes y comportamientos, sufre un proceso de degradación tan intenso como el de la misma democracia española.