Los grandes dramas requieren soluciones heroicas. Los españoles trabajamos duro y con ilusión en la última etapa del Franquismo y, sobre todo, después de la muerte del dictador, cuando la sociedad española vivió una etapa de ilusión colectiva y de rearme moral porque todos creíamos que estábamos construyendo una auténtica democracia, un sistema justo por el que merecía la pena esforzarse. Gracias a ese esfuerzo ilusionado despertamos la admiración del mundo y creamos nuestra actual riqueza.
La España actual, postrada en la depresión y sin una economía que funcione, necesita más que nunca del esfuerzo ilusionado y heroico de los españoles, pero ese esfuerzo resulta ahora imposible porque ya todos sabemos que aquella democracia construida ha resultado ser una estafa, porque nadie se fía de sus líderes, ni del sistema político imperante, ni cree que el esfuerzo a realizar sirva para el bien común. La injusticia, la ostentación arrogante del poder, el divorcio creciente entre ciudadanos y dirigentes políticos, el abuso de poder de los partidos y la caída generalizada de los valores actúan como una enorme losa de plomo que impide la esperanza y el resurgimiento de la sociedad española.
Un ejemplo elocuente de la degradación: el actual presidente de las Cámaras de Comercio de España, el exministro socialista Gómez Navarro, ante el dato de que el absentismo laboral casi se ha duplicado en los últimos años, acaba de pedir a los sindicatos, que son los más íntimos aliados del gobierno, que dejen de proteger a los vagos. Ha olvidado decir también que las Cámaras no sirven para nada y que las empresas deben financiarlas de manera obligatoria, contra la voluntad mayoritaria de los empresarios, forzados por el poder político.
¿Tienen los políticos autoridad moral alguna para exigirnos un esfuerzo cuando, al mismo tiempo, nos ofrecen "ejemplos" tan rastreros y viles como la compra de un automóvil de lujo, de 480.000 euros, el cuarto que adquiere el presidente gallego Touriño, mientras cientos de miles de españoles pierden su trabajo y pasan a engrosar a diario la inmensa legión de los desempleados y los miserables?
El liderazgo actual en España ha perdido la condición de ejemplarizante, es tan injusto y está tan degradado que sólo puede cobrar impuestos porque amenaza al contribuyente con la cárcel y el expolio. La degradación del poder ha contaminado a gran parte de la sociedad y ha convertido al ciudadano en un pasivo ser frustrado que no tiene más remedio que soportar a líderes a los que ni respeta, ni admira y a los que ni siquiera se atrevería a abriles las puertas de su hogar y presentarlos a su familia.
Con ese dramático y siniestro bagaje, ¿quien va a esforzarse? ¿Quién va a aceptar de buena gana la reducción de salarios que se avecina cuando los políticos se suben los sueldos una y otra vez, sin rendir cuentas y sin control alguno? ¿Acaso no tememos que el fruto de nuestro esfuerzo sirva para que los miles de Touriños que inundan la geografía española del poder se compren nuevos coches?
Zapatero y Rajoy, generales del degradado y triste ejército del poder político en España, deberían saber que de esta crisis no se sale sin reformar antes las reglas del juego, sin inyectar ética a raudales en las venas del sistema, condenando a los chorizos, erradicando la corrupción, sometiendo al Estado a una terrible dieta de adelgazamiento, recuperando al ciudadano, vergonzasamente expulsados por ellos mismos de la política, ejercida por los partidos en régimen de monopolio, y castigando ejemplarmente a los miles de Touriños que, sin violar la legalidad vigente, si violan a diario la decencia, recaudando dinero impunemente para el partido, cobrando comisiones, enriqueciendose a velocidad de AVE, sin poder explicarlo, y, contaminando con su lamentable ejemplo a la sociedad entera, derramando sobre ella la pestilencia de las cloacas del poder.
La España actual, postrada en la depresión y sin una economía que funcione, necesita más que nunca del esfuerzo ilusionado y heroico de los españoles, pero ese esfuerzo resulta ahora imposible porque ya todos sabemos que aquella democracia construida ha resultado ser una estafa, porque nadie se fía de sus líderes, ni del sistema político imperante, ni cree que el esfuerzo a realizar sirva para el bien común. La injusticia, la ostentación arrogante del poder, el divorcio creciente entre ciudadanos y dirigentes políticos, el abuso de poder de los partidos y la caída generalizada de los valores actúan como una enorme losa de plomo que impide la esperanza y el resurgimiento de la sociedad española.
Un ejemplo elocuente de la degradación: el actual presidente de las Cámaras de Comercio de España, el exministro socialista Gómez Navarro, ante el dato de que el absentismo laboral casi se ha duplicado en los últimos años, acaba de pedir a los sindicatos, que son los más íntimos aliados del gobierno, que dejen de proteger a los vagos. Ha olvidado decir también que las Cámaras no sirven para nada y que las empresas deben financiarlas de manera obligatoria, contra la voluntad mayoritaria de los empresarios, forzados por el poder político.
¿Tienen los políticos autoridad moral alguna para exigirnos un esfuerzo cuando, al mismo tiempo, nos ofrecen "ejemplos" tan rastreros y viles como la compra de un automóvil de lujo, de 480.000 euros, el cuarto que adquiere el presidente gallego Touriño, mientras cientos de miles de españoles pierden su trabajo y pasan a engrosar a diario la inmensa legión de los desempleados y los miserables?
El liderazgo actual en España ha perdido la condición de ejemplarizante, es tan injusto y está tan degradado que sólo puede cobrar impuestos porque amenaza al contribuyente con la cárcel y el expolio. La degradación del poder ha contaminado a gran parte de la sociedad y ha convertido al ciudadano en un pasivo ser frustrado que no tiene más remedio que soportar a líderes a los que ni respeta, ni admira y a los que ni siquiera se atrevería a abriles las puertas de su hogar y presentarlos a su familia.
Con ese dramático y siniestro bagaje, ¿quien va a esforzarse? ¿Quién va a aceptar de buena gana la reducción de salarios que se avecina cuando los políticos se suben los sueldos una y otra vez, sin rendir cuentas y sin control alguno? ¿Acaso no tememos que el fruto de nuestro esfuerzo sirva para que los miles de Touriños que inundan la geografía española del poder se compren nuevos coches?
Zapatero y Rajoy, generales del degradado y triste ejército del poder político en España, deberían saber que de esta crisis no se sale sin reformar antes las reglas del juego, sin inyectar ética a raudales en las venas del sistema, condenando a los chorizos, erradicando la corrupción, sometiendo al Estado a una terrible dieta de adelgazamiento, recuperando al ciudadano, vergonzasamente expulsados por ellos mismos de la política, ejercida por los partidos en régimen de monopolio, y castigando ejemplarmente a los miles de Touriños que, sin violar la legalidad vigente, si violan a diario la decencia, recaudando dinero impunemente para el partido, cobrando comisiones, enriqueciendose a velocidad de AVE, sin poder explicarlo, y, contaminando con su lamentable ejemplo a la sociedad entera, derramando sobre ella la pestilencia de las cloacas del poder.
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