La mayoría de los políticos europeos, en especial los más arruinados, pretenden convencer a la opinión pública de que Ángela Merkel es "la mala" de la película por negarse a pagar la barra libre que ellos quieren para seguir gastando, pero muchos expertos y analistas saben que los verdaderos malos son los que han gastado como locos y conducido a sus pueblos, a través del despilfarro y el clientelismo, hasta la ruina.
Europa se debate entre dos aguas y está dividida entre los que desean imponer la austeridad, la disciplina y el esfuerzo, con los alemanes a la cabeza, y los que quieren seguir gastando y exigen que Alemania respalde la deuda, con España, Grecia, Italia y la Francia socialista de Hollande como defensores.
Los despilfarradores argumentan que la actitud intransigente de Alemania con respecto a países como Grecia, España y otros y su obsesión por obligar a países con dificultades a realizar sacrificios extremos, sin permitir ayudas del Banco Central Europeo ni otros mecanismos de solidaridad europeos, han hecho renacer en muchos rincones de Europa el miedo a una Alemania enloquecida que ya causó en el siglo XX las dos guerras más sangrientas y crueles de toda la Historia humana.
A la Alemania que inició dos guerras mundiales en el siglo XX le llamaron "El enfermo de Europa" y la gran duda de hoy es si lo sigue siendo también en el siglo XXI, porque está creando condiciones para el odio y la desesperación en países como Grecia, Portugal, Irlanda e, incluso en España e Italia.
Afirman que defender una Europa sin política monetaria en tiempos de crisis es una aberración. Es cierto que la culpa de lo que sucede la tienen países como Grecia, Portugal, Irlanda, España e Italia cuyos dirigentes políticos han sido corruptos y hasta delincuentes, gastando más de lo que tenían y acostumbrando a sus ciudadanos a una vida de riqueza que nada tenía que ver con la realidad. Pero no es menos cierto que la política alemana actual está haciendo pagar a los ciudadanos de esos paisses los desmanes y canalladas de sus políticos, que siguen envueltos en grandes sueldos, pensiones de lujo y todo tipo de privilegios, mientras las clases medias son destruidas y los humildes son arrojados al desempleo y la miseria, sin misericordia.
Pero la verdad es compleja y tiene otra cara: por fortuna para los ciudadanos, Alemania se resiste a permitir que los sátrapas sigan despilfarrando y conduciendo a sus países hacia el desastre. La resistencia de Alemania hará posible que Europa ponga en práctica una política equilibrada de control presupuestario, ahorro, esfuerzo y estímulo al crecimiento. De no ser por la resistencia alemana, se aprobarían "bonos europeos", respaldados por los mas ricos, para que los más corruptos, pobres y vagos puedan seguir gastando como locos.
Lo importante es que la disputa entre ahorradores y despilfarradores está llevando al ciudadano a descubrir que los asuntos decisivos de Europa están en manos de políticos mediocres que nada tienen que ver con los fundadores de la Unión, que han perdido el impulso generoso que permitió el proceso de integración y que no son capaces de ceder soberanía, ni de otorgar el sitio que les corresponde a los ciudadanos.
La gente más informada, esforzada y decente de Europa esta convencida de que hay otra forma de solucionar los problemas y esa manera consiste en reformar la política europea para que sea presidida por la ética y la decencia, limitando el poder de las castas políticas que han ocupado el poder violando el espíritu de la democracia y otorgando más protagonismo y espacio a los pueblos, como demanda la verdadera democracia. Si Alemania quiere garantizarse que en el futuro no existan políticos como Zapatero, Papandreu o Berlusconi, la única manera de lograrlo es exigir democracia, impedir que en adelante los sinvergüenzas puedan llegar al poder y acabar con los abusos de las castas políticas en Europa. Para ello tendrían que eliminar las subvenciones públicas a los partidos e imponer los controles y contrapesos que son básicos en democracia para acabar con la impunidad de una casta política que, como la española, ha saqueado las cajas de ahorro y las arcas públicas sin que nadie les haya hecho pagar con la cárcel sus robos y fechorías.
No son los ciudadanos europeos los que deben pagar los platos rotos por la "casta", sino la misma "casta", a la que hay que expulsar del poder por carecer de ética y decencia y devolvérselo a los que, por definición, son los "soberanos" del al democracia: los ciudadanos.
Todos en la Unión deben reconocer los verdaderos fracasos del proceso europeo. El primero de ellos es que los Estados prevalecen sobre los pueblos y sobre la idea de unidad, lo que ha llevado a suprimir la "Europa de los pueblos" para instaurar una lamentable "Europa de los Estados" que más bien parece un contubernio de políticastros. El segundo es que los políticos de la Comisión son una tropa que nada tiene de demócrata, elegida por nadie, ajena a los ciudadanos y que no representan otra cosa que la burocracia pura y el poder delegado de los Estados.
La actual política europea de Alemania parte de un error de principio: se apoya en los políticos de cada país, a los que obliga a pagar lo que deben tras imponerles políticas austeras y reformas que, sin un gramo de ética, esos políticos hacen pagar a sus respectivos pueblos. Alemania, incapaz de exigir democracia y limpieza ética a sus socios, es la culpable remota del drama, aunque los culpables directos sean los actuales gobiernos y los que en el pasado despilfarraron, robaron y convirtieron al Estado en una cueva de ladrones.
Los errores europeos están despertando a los viejos fantasmas violentos del pasado, precisamente los que quisieron eliminarse con el proceso de integración de Europa. Las batallas campales entre rusos y polacos en las calles de Varsovia, con motivo de un encuentro de fútbol, y el odio de los griegos a los alemanes rememoran aquellos odios que precedieron a los guerras mundiales del siglo XX. Por desgracias, el "odio" a Alemania empieza a crecer por Europa, alimentado casi siempre por las corruptas castas políticas locales y nacionales. La actual política europea de Alemania, basada en sacrificios dolorosos de los ciudadanos que no tienen culpa alguna en la crisis, sin exigir nada a las castas políticas depredadoras e inmorales que gobiernan en muchos países europeos, genera la misma insatisfacción y deseos de venganza que generó en la Alemania prehitleriana el injusto y desequilibrado Tratado de Versalles, padre del surgimiento y victoria de los nazis y de la dramática II Guerra Mundial.
Europa se debate entre dos aguas y está dividida entre los que desean imponer la austeridad, la disciplina y el esfuerzo, con los alemanes a la cabeza, y los que quieren seguir gastando y exigen que Alemania respalde la deuda, con España, Grecia, Italia y la Francia socialista de Hollande como defensores.
Los despilfarradores argumentan que la actitud intransigente de Alemania con respecto a países como Grecia, España y otros y su obsesión por obligar a países con dificultades a realizar sacrificios extremos, sin permitir ayudas del Banco Central Europeo ni otros mecanismos de solidaridad europeos, han hecho renacer en muchos rincones de Europa el miedo a una Alemania enloquecida que ya causó en el siglo XX las dos guerras más sangrientas y crueles de toda la Historia humana.
A la Alemania que inició dos guerras mundiales en el siglo XX le llamaron "El enfermo de Europa" y la gran duda de hoy es si lo sigue siendo también en el siglo XXI, porque está creando condiciones para el odio y la desesperación en países como Grecia, Portugal, Irlanda e, incluso en España e Italia.
Afirman que defender una Europa sin política monetaria en tiempos de crisis es una aberración. Es cierto que la culpa de lo que sucede la tienen países como Grecia, Portugal, Irlanda, España e Italia cuyos dirigentes políticos han sido corruptos y hasta delincuentes, gastando más de lo que tenían y acostumbrando a sus ciudadanos a una vida de riqueza que nada tenía que ver con la realidad. Pero no es menos cierto que la política alemana actual está haciendo pagar a los ciudadanos de esos paisses los desmanes y canalladas de sus políticos, que siguen envueltos en grandes sueldos, pensiones de lujo y todo tipo de privilegios, mientras las clases medias son destruidas y los humildes son arrojados al desempleo y la miseria, sin misericordia.
Pero la verdad es compleja y tiene otra cara: por fortuna para los ciudadanos, Alemania se resiste a permitir que los sátrapas sigan despilfarrando y conduciendo a sus países hacia el desastre. La resistencia de Alemania hará posible que Europa ponga en práctica una política equilibrada de control presupuestario, ahorro, esfuerzo y estímulo al crecimiento. De no ser por la resistencia alemana, se aprobarían "bonos europeos", respaldados por los mas ricos, para que los más corruptos, pobres y vagos puedan seguir gastando como locos.
Lo importante es que la disputa entre ahorradores y despilfarradores está llevando al ciudadano a descubrir que los asuntos decisivos de Europa están en manos de políticos mediocres que nada tienen que ver con los fundadores de la Unión, que han perdido el impulso generoso que permitió el proceso de integración y que no son capaces de ceder soberanía, ni de otorgar el sitio que les corresponde a los ciudadanos.
La gente más informada, esforzada y decente de Europa esta convencida de que hay otra forma de solucionar los problemas y esa manera consiste en reformar la política europea para que sea presidida por la ética y la decencia, limitando el poder de las castas políticas que han ocupado el poder violando el espíritu de la democracia y otorgando más protagonismo y espacio a los pueblos, como demanda la verdadera democracia. Si Alemania quiere garantizarse que en el futuro no existan políticos como Zapatero, Papandreu o Berlusconi, la única manera de lograrlo es exigir democracia, impedir que en adelante los sinvergüenzas puedan llegar al poder y acabar con los abusos de las castas políticas en Europa. Para ello tendrían que eliminar las subvenciones públicas a los partidos e imponer los controles y contrapesos que son básicos en democracia para acabar con la impunidad de una casta política que, como la española, ha saqueado las cajas de ahorro y las arcas públicas sin que nadie les haya hecho pagar con la cárcel sus robos y fechorías.
No son los ciudadanos europeos los que deben pagar los platos rotos por la "casta", sino la misma "casta", a la que hay que expulsar del poder por carecer de ética y decencia y devolvérselo a los que, por definición, son los "soberanos" del al democracia: los ciudadanos.
Todos en la Unión deben reconocer los verdaderos fracasos del proceso europeo. El primero de ellos es que los Estados prevalecen sobre los pueblos y sobre la idea de unidad, lo que ha llevado a suprimir la "Europa de los pueblos" para instaurar una lamentable "Europa de los Estados" que más bien parece un contubernio de políticastros. El segundo es que los políticos de la Comisión son una tropa que nada tiene de demócrata, elegida por nadie, ajena a los ciudadanos y que no representan otra cosa que la burocracia pura y el poder delegado de los Estados.
La actual política europea de Alemania parte de un error de principio: se apoya en los políticos de cada país, a los que obliga a pagar lo que deben tras imponerles políticas austeras y reformas que, sin un gramo de ética, esos políticos hacen pagar a sus respectivos pueblos. Alemania, incapaz de exigir democracia y limpieza ética a sus socios, es la culpable remota del drama, aunque los culpables directos sean los actuales gobiernos y los que en el pasado despilfarraron, robaron y convirtieron al Estado en una cueva de ladrones.
Los errores europeos están despertando a los viejos fantasmas violentos del pasado, precisamente los que quisieron eliminarse con el proceso de integración de Europa. Las batallas campales entre rusos y polacos en las calles de Varsovia, con motivo de un encuentro de fútbol, y el odio de los griegos a los alemanes rememoran aquellos odios que precedieron a los guerras mundiales del siglo XX. Por desgracias, el "odio" a Alemania empieza a crecer por Europa, alimentado casi siempre por las corruptas castas políticas locales y nacionales. La actual política europea de Alemania, basada en sacrificios dolorosos de los ciudadanos que no tienen culpa alguna en la crisis, sin exigir nada a las castas políticas depredadoras e inmorales que gobiernan en muchos países europeos, genera la misma insatisfacción y deseos de venganza que generó en la Alemania prehitleriana el injusto y desequilibrado Tratado de Versalles, padre del surgimiento y victoria de los nazis y de la dramática II Guerra Mundial.