Si Rajoy hubiera sido un demócrata y no un autoritario hipócritamente travestido de demócrata, hoy no tendría los graves problemas que tiene como dirigente bajo sospecha, acosado, despreciado por su pueblo y presionado desde múltiples ángulos para que dimita. Le hubiera bastado con renunciar a la mentira y aplicar el manual básico de la democracia, pero su problema consiste en que el mismo y los que le rodean sólo piensan en el poder y jamás en cumplir las reglas básicas del sistema democrático.
Cuando tomo posesión y se encontró que los socialistas habían falseado las cuentas y la situación económica era catastrófica, situando a España al borde del rescate, antes de subir los impuestos que había prometido bajar y de violar todas sus promesas electorales, tenía que haber hablado a los ciudadanos para transmitirles la verdad y decirles que, en estas circunstancias, no podía cumplir con su programa electoral, por lo que convocaba un referéndum para preguntar a los españoles si seguía al frente del gobierno, aplicando las recetas de emergencia que la situación exige, o si dimite y celebra nuevas elecciones. Entonces habría ganado el referéndum de calle, su nuevo programa de sacrificios y recortes habría sido legitimado y nadie tendría hoy derecho a reclamarle por los recortes, las subidas de impuestos y el incumplimiento del programa que le dio el poder. Sin aquel referéndum y tras haber preferido hacer pagar a los ciudadanos la onerosa factura de la crisis, sin adelgazar antes un Estado grotesco, obeso y saturado de políticos y amigos del poder enchufados, Rajoy es hoy un dirigente repudiado, sin legitimidad, aupado hasta el poder por una estafa a sus votantes.
Cuando estalló el caso Bárcenas, en lugar de mentir asustado y de esconderse como una gallina enferma, tenía que haber comparecido ante los ciudadanos para decir la verdad, aunque esa verdad tuviera partes dolorosas. Al no hacerlo, Rajoy es hoy, como consecuencia de su escasa democracia y respeto a las reglas básicas del sistema, un "paria político", rechazado por sus ciudadanos, por los demás partidos y sin solvencia para responder con dignidad a un mequetrefe como el venezolano Maduro, que, consciente del escaso prestigio del presidente español, se atreve a llamarlo públicamente "corrupto" y "mafioso", todo un lamentable "hito" en las relaciones internacionales.
Ni Rajoy, ni Arriola, su asesor favorito, ni sus ministros demuestran ser demócratas. Es más, parece que desprecian la democracia, a la que consideran un estorbo para el gobierno y la reducen a una ceremonia de votaciones, cada cuatro años, mediante la que se eligen a unos representantes que, tras haber sido elegidos, se creen portadores de cheques en blanco y con licencia para hacer lo que quieran, sin tener presente una de las primeras reglas de la democracia: que el poder democrático es un asunto de confianza y que si esa confianza se pierde, también se pierde la legitimidad, por mucha mayoría absoluta que se haya obtenido en las urnas.
Rajoy es hoy un pobre diablo acosado, sin amigos, sin el favor de los ciudadanos y, lo peor de todo, estorbando a sus mismos compañeros de partido y provocando tal indignación entre los ciudadanos que es probable que sus mismos colegas del PP tengan que echarlo, al igual que hicieron los socialistas con Zapatero, si el PP quiere tener algún futuro político en este país de gente indignada y cabreada ante las estafas y abusos del gobierno de Rajoy.
Si hubiera sido un demócrata, hoy seria un líder apoyado y arropado por su pueblo, que le respetaría incluso si los vicios le hubieran obligado a dimitir. En lugar de escuchar las insidias y maquinaciones de sus amigos y asesores, gente inmisericorde y adoradora del poder, tendría que haber escuchado al pueblo, como es preceptivo en democracia, y atender el clamor que exige castigo para los corruptos, limpieza en la política, austeridad en el Estado y el fin de las subvenciones copiosas para los partidos políticos y sindicatos. Un líder que sintoniza con su pueblo siempre es un dirigente respetado, pero un líder alejado de sus ciudadanos, sólo tiene derecho a esperar de ellos repudio y desprecio.
Cuando tomo posesión y se encontró que los socialistas habían falseado las cuentas y la situación económica era catastrófica, situando a España al borde del rescate, antes de subir los impuestos que había prometido bajar y de violar todas sus promesas electorales, tenía que haber hablado a los ciudadanos para transmitirles la verdad y decirles que, en estas circunstancias, no podía cumplir con su programa electoral, por lo que convocaba un referéndum para preguntar a los españoles si seguía al frente del gobierno, aplicando las recetas de emergencia que la situación exige, o si dimite y celebra nuevas elecciones. Entonces habría ganado el referéndum de calle, su nuevo programa de sacrificios y recortes habría sido legitimado y nadie tendría hoy derecho a reclamarle por los recortes, las subidas de impuestos y el incumplimiento del programa que le dio el poder. Sin aquel referéndum y tras haber preferido hacer pagar a los ciudadanos la onerosa factura de la crisis, sin adelgazar antes un Estado grotesco, obeso y saturado de políticos y amigos del poder enchufados, Rajoy es hoy un dirigente repudiado, sin legitimidad, aupado hasta el poder por una estafa a sus votantes.
Cuando estalló el caso Bárcenas, en lugar de mentir asustado y de esconderse como una gallina enferma, tenía que haber comparecido ante los ciudadanos para decir la verdad, aunque esa verdad tuviera partes dolorosas. Al no hacerlo, Rajoy es hoy, como consecuencia de su escasa democracia y respeto a las reglas básicas del sistema, un "paria político", rechazado por sus ciudadanos, por los demás partidos y sin solvencia para responder con dignidad a un mequetrefe como el venezolano Maduro, que, consciente del escaso prestigio del presidente español, se atreve a llamarlo públicamente "corrupto" y "mafioso", todo un lamentable "hito" en las relaciones internacionales.
Ni Rajoy, ni Arriola, su asesor favorito, ni sus ministros demuestran ser demócratas. Es más, parece que desprecian la democracia, a la que consideran un estorbo para el gobierno y la reducen a una ceremonia de votaciones, cada cuatro años, mediante la que se eligen a unos representantes que, tras haber sido elegidos, se creen portadores de cheques en blanco y con licencia para hacer lo que quieran, sin tener presente una de las primeras reglas de la democracia: que el poder democrático es un asunto de confianza y que si esa confianza se pierde, también se pierde la legitimidad, por mucha mayoría absoluta que se haya obtenido en las urnas.
Rajoy es hoy un pobre diablo acosado, sin amigos, sin el favor de los ciudadanos y, lo peor de todo, estorbando a sus mismos compañeros de partido y provocando tal indignación entre los ciudadanos que es probable que sus mismos colegas del PP tengan que echarlo, al igual que hicieron los socialistas con Zapatero, si el PP quiere tener algún futuro político en este país de gente indignada y cabreada ante las estafas y abusos del gobierno de Rajoy.
Si hubiera sido un demócrata, hoy seria un líder apoyado y arropado por su pueblo, que le respetaría incluso si los vicios le hubieran obligado a dimitir. En lugar de escuchar las insidias y maquinaciones de sus amigos y asesores, gente inmisericorde y adoradora del poder, tendría que haber escuchado al pueblo, como es preceptivo en democracia, y atender el clamor que exige castigo para los corruptos, limpieza en la política, austeridad en el Estado y el fin de las subvenciones copiosas para los partidos políticos y sindicatos. Un líder que sintoniza con su pueblo siempre es un dirigente respetado, pero un líder alejado de sus ciudadanos, sólo tiene derecho a esperar de ellos repudio y desprecio.