Hoy he asistido a un espectáculo denigrante y triste pero, al mismo tiempo, revelador de hasta qué extremo ha llegado el deterioro de las instituciones y el desprestigio de las autoridades en la ciudad de Sevilla:
Faltaban pocos minutos para las cinco de la tarde. La policía local de Sevilla había cortado al tráfico la avenida de La Palmera, una de las vías principales para acceder al centro de la ciudad, con el fin de facilitar el tránsito por las calles de las procesiones de Semana Santa. Es algo que ocurre cada año y que fastidia a los conductores, que se ven obligados a dar largos y molestos rodeos con sus coches en una ciudad enloquecida por estas fiestas.
Pero lo que nunca había ocurrido hasta ahora es que los conductores, al ver como alguinos automóviles sin distintivos sí pasaban la barrera policial, comenzaron a gritar a los agentes de la policía local "corrupción", "corruptos", "sinvergüenzas". Los policías, asustados y desorientados, tenian dos opciones, o detenían a decenas de ciudadanos rebeldes o se hacían los sordos. Se decidieron por hacerse los sordos.
El espectáculo revela hasta que punto los ciudadanos de Sevilla (y quizás los del resto de España también) están perdiendo el respeto a sus instituciones y a la autoridad, quizás como consecuencia del mal ejemplo que están dando los políticos, constantemente enfrascados en peleas barriobajeras, o tal vez como reacción ante la lluvia de noticias sobre corrupción que llegan desde muchos rincones de España y, concretamente, desde el Ayuntamiento de Sevilla, cuyo alcalde, el socialista Alfredo Sánchez Monteseirín, es abiertamente calificado por muchos sevillanos como el peor alcalde de la ciudad, desde que se recuperó la democracia.
El Partido Socialista, los demás partidos políticos y el propio ayuntamiento deberían tomar buena nota de lo que ocurrió hoy en un cruce de La Palmera. Deberían, también, tomar medidas para evitar revueltas y rebeliones ciudadanas en el futuro. Tal vez deberían plantearse con urgencia la necesidad de devolver el prestigio a un Ayuntamiento al que ya pocos respetan. Por último, deberían ser conscientes también de que cuando los ciudadanos pierden el respeto a las instituciones, la democracia deja de existir y lo que existe en su lugar es una estructura opresora, no aceptada por quienes en democracia son los auténticos soberanos y dueños del poder: los ciudadanos.
Faltaban pocos minutos para las cinco de la tarde. La policía local de Sevilla había cortado al tráfico la avenida de La Palmera, una de las vías principales para acceder al centro de la ciudad, con el fin de facilitar el tránsito por las calles de las procesiones de Semana Santa. Es algo que ocurre cada año y que fastidia a los conductores, que se ven obligados a dar largos y molestos rodeos con sus coches en una ciudad enloquecida por estas fiestas.
Pero lo que nunca había ocurrido hasta ahora es que los conductores, al ver como alguinos automóviles sin distintivos sí pasaban la barrera policial, comenzaron a gritar a los agentes de la policía local "corrupción", "corruptos", "sinvergüenzas". Los policías, asustados y desorientados, tenian dos opciones, o detenían a decenas de ciudadanos rebeldes o se hacían los sordos. Se decidieron por hacerse los sordos.
El espectáculo revela hasta que punto los ciudadanos de Sevilla (y quizás los del resto de España también) están perdiendo el respeto a sus instituciones y a la autoridad, quizás como consecuencia del mal ejemplo que están dando los políticos, constantemente enfrascados en peleas barriobajeras, o tal vez como reacción ante la lluvia de noticias sobre corrupción que llegan desde muchos rincones de España y, concretamente, desde el Ayuntamiento de Sevilla, cuyo alcalde, el socialista Alfredo Sánchez Monteseirín, es abiertamente calificado por muchos sevillanos como el peor alcalde de la ciudad, desde que se recuperó la democracia.
El Partido Socialista, los demás partidos políticos y el propio ayuntamiento deberían tomar buena nota de lo que ocurrió hoy en un cruce de La Palmera. Deberían, también, tomar medidas para evitar revueltas y rebeliones ciudadanas en el futuro. Tal vez deberían plantearse con urgencia la necesidad de devolver el prestigio a un Ayuntamiento al que ya pocos respetan. Por último, deberían ser conscientes también de que cuando los ciudadanos pierden el respeto a las instituciones, la democracia deja de existir y lo que existe en su lugar es una estructura opresora, no aceptada por quienes en democracia son los auténticos soberanos y dueños del poder: los ciudadanos.