El diario ABC publica hoy un sondeo que revela que el actual alcalde de Sevilla, el socialista Alfredo Sánchez Monteseirín, es el alcalde andaluz peor valorado por los sevillanos. Nada menos que el 60 por ciento de los sevillanos declara estar poco o nada de acuerdo con su actuación al frente del Ayuntamiento.
Y la pregunta surge rápida: ¿Es democráticamente correcto que un partido político, en este caso el PSOE, presente ante la ciudadanía, como candidato en las próximas elecciones municipales, a alguien que, sin duda, se ha hecho merecedor del rechazo de sus administrados?
La respuesta no es fácil, sobre todo en una ciudad como Sevilla donde la marca PSOE tiene tanto liderazgo y peso electoral que, posiblemente, garantice el éxito de cualquier candidato que se presente con esas siglas, incluso si el elegido fuera el desgastado y rechazado actual alcalde.
Pero la cuestión desborda el pragmatismo y el posibilismo político para adentrarse en los ámbitos de la ética y la ortodoxia democrática: ¿es democráticamente correcto volver a presentar a un alcalde que es rechazado por sus ciudadanos?
La respuesta, si se atiene uno a las reglas de la democracia limpia, es “No”, aunque es justo reconocer que presentar a Monteseirín sería legal y lícito.
A pesar de que presentarlo sería lícito, el PSOE debería ser sensible a las corrientes que reclaman "más" democracia y "mejor" democracia en toda Europa, cada día más nutridas y fuertes, y también a las demandas que emanan de su propio partido, que reclaman un candidato menos rechazado y menos contaminado por escándalos como los de las “facturas falsas” y marcado por una incontable batería de errores, el último de los cuales ha sido una masiva tala de árboles en el centro urbano.
Y la pregunta surge rápida: ¿Es democráticamente correcto que un partido político, en este caso el PSOE, presente ante la ciudadanía, como candidato en las próximas elecciones municipales, a alguien que, sin duda, se ha hecho merecedor del rechazo de sus administrados?
La respuesta no es fácil, sobre todo en una ciudad como Sevilla donde la marca PSOE tiene tanto liderazgo y peso electoral que, posiblemente, garantice el éxito de cualquier candidato que se presente con esas siglas, incluso si el elegido fuera el desgastado y rechazado actual alcalde.
Pero la cuestión desborda el pragmatismo y el posibilismo político para adentrarse en los ámbitos de la ética y la ortodoxia democrática: ¿es democráticamente correcto volver a presentar a un alcalde que es rechazado por sus ciudadanos?
La respuesta, si se atiene uno a las reglas de la democracia limpia, es “No”, aunque es justo reconocer que presentar a Monteseirín sería legal y lícito.
A pesar de que presentarlo sería lícito, el PSOE debería ser sensible a las corrientes que reclaman "más" democracia y "mejor" democracia en toda Europa, cada día más nutridas y fuertes, y también a las demandas que emanan de su propio partido, que reclaman un candidato menos rechazado y menos contaminado por escándalos como los de las “facturas falsas” y marcado por una incontable batería de errores, el último de los cuales ha sido una masiva tala de árboles en el centro urbano.