Un día de 1979 vi con mis propios ojos como la ciudad de San Salvador, capital de la República de El Salvador, amaneció con sus calles llenas de hojas impresas con una frase tremenda: “Sea patriota y mate a un cura”. Acuñada por la derecha salvadoreña, la frase respondía al odio contra un clero católico que apoyaba a la guerrilla filocomunista que estaba asolando el país.
Aquel miserable llamamiento estimuló crímenes como el del arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero, asesinado a tiros mientras oficiaba la misa.
El clima de rechazo a los políticos en España no ha adquirido todavía la misma envergadura que aquella brutal y asesina intolerancia salvadoreña, pero crece peligrosamente, hasta el punto de que un día no muy lejano las redes sociales y las calles y plazas de España podrían aparecer inundadas de llamamientos contra los políticos y su permanente desprecio a la ciudadanía.
Es una protesta que viene creciendo en silencio durante décadas de injusticia y abuso de poder, cultivada desde la frustración y la indignación por millones de españoles convencidos de que la actuación de los políticos es el mayor problema del país. De hecho, es lícito sostener que casi la totalidad de los males de España, desde la injusticia, el abuso de poder y la corrupción hasta el independentismo que propaga odio, sin olvidar el despilfarro, el endeudamiento y el océano de bajezas que anidan en los partidos políticos y las instituciones públicas, se deben a la nefasta labor de los políticos, culpables de la decadencia y actual postración de España.
Recuerdo como un día, hace cuatro años, pronunciando una conferencia en la universidad Pablo de Olavide de Sevilla sobre la política española, reté al público presente a que pensara y mencionara un solo drama o problema español que no fuera culpa, directa o indirectamente, de los políticos. Nadie se atrevió a mencionar uno solo, ni siquiera “la muerte”, que es el drama en el que los políticos tienen menos culpa, por ser un acontecimiento natural, aunque no pocos suicidios y enfermedades graves son provocados también por sus crueldades, abusos e injusticias.
No cabe duda de que los políticos españoles se merecen cada día más que el pueblo les señale y acuse. Un par de ejemplos recientes para demostrarlo: el actual gobierno ha priorizado asuntos como desenterrar a Franco, cuando al pueblo le preocupan más otros temas cien veces más graves y urgentes, como que se acabe con la amenaza independentista, se bajen los impuestos, se asegure el cobro de las pensiones o se castigue con severidad a los corruptos. Otro caso sangrante es el voto en contra en el Congreso, ayer, día 28 de junio, del PSOE, Podemos y sus amigos nacionalistas a la tarjeta sanitaria única para toda España, un documento que garantizaría el tratamiento e cada español en todos los hospitales del país y el acceso a sus alergias y datos médicos imprescindibles, en caso de accidente, en cualquier espacio sanitario de España. Pero hay otros cientos de ejemplos de daños directos causados por los políticos a los ciudadanos, una interminable e indignante lista de arbitrariedades, marginaciones, injusticias y abusos de poder.
Los ciudadanos españoles, además de estar obligados a sufrir las injusticias, las deficiencias y los estragos que les ocasionan sus políticos no pueden ejercer el derecho que les otorga la democracia de influir y hacer valer ante sus representantes la voluntad popular. Los políticos, ante el clamor popular, se sienten tan seguros y blindados por jueces, policías y periodistas comprados que ni se inmutan y terminan riéndose de esa voluntad popular que la democracia define como “sagrada”.
Los españoles quieren adelgazar el Estado y reducir drásticamente el número de políticos inútiles que cobran del erario, pero los políticos se ríen de ese deseo. El pueblo quiere también que los corruptos no salgan de la cárcel hasta que no devuelvan lo robado, que el gobierno reduzca el poder de las autonomías y recupere transferencias como las de educación, salud y policía, que la ley electoral se cambie para que todos los votos valgan lo mismo y que la constitución sea respetada por todos, incluso por los políticos, sus principales violadores, pero todas esas reivindicaciones son despreciadas por los gobernantes, generando en el pueblo un desprecio fundado.
De todas esas demandas, justas y democráticas, los políticos españoles se ríen, haciendose merecedores de un eslogan como el siguiente:
!!! Sea patriota y desprecie a los políticos !!!
Francisco Rubiales
Aquel miserable llamamiento estimuló crímenes como el del arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero, asesinado a tiros mientras oficiaba la misa.
El clima de rechazo a los políticos en España no ha adquirido todavía la misma envergadura que aquella brutal y asesina intolerancia salvadoreña, pero crece peligrosamente, hasta el punto de que un día no muy lejano las redes sociales y las calles y plazas de España podrían aparecer inundadas de llamamientos contra los políticos y su permanente desprecio a la ciudadanía.
Es una protesta que viene creciendo en silencio durante décadas de injusticia y abuso de poder, cultivada desde la frustración y la indignación por millones de españoles convencidos de que la actuación de los políticos es el mayor problema del país. De hecho, es lícito sostener que casi la totalidad de los males de España, desde la injusticia, el abuso de poder y la corrupción hasta el independentismo que propaga odio, sin olvidar el despilfarro, el endeudamiento y el océano de bajezas que anidan en los partidos políticos y las instituciones públicas, se deben a la nefasta labor de los políticos, culpables de la decadencia y actual postración de España.
Recuerdo como un día, hace cuatro años, pronunciando una conferencia en la universidad Pablo de Olavide de Sevilla sobre la política española, reté al público presente a que pensara y mencionara un solo drama o problema español que no fuera culpa, directa o indirectamente, de los políticos. Nadie se atrevió a mencionar uno solo, ni siquiera “la muerte”, que es el drama en el que los políticos tienen menos culpa, por ser un acontecimiento natural, aunque no pocos suicidios y enfermedades graves son provocados también por sus crueldades, abusos e injusticias.
No cabe duda de que los políticos españoles se merecen cada día más que el pueblo les señale y acuse. Un par de ejemplos recientes para demostrarlo: el actual gobierno ha priorizado asuntos como desenterrar a Franco, cuando al pueblo le preocupan más otros temas cien veces más graves y urgentes, como que se acabe con la amenaza independentista, se bajen los impuestos, se asegure el cobro de las pensiones o se castigue con severidad a los corruptos. Otro caso sangrante es el voto en contra en el Congreso, ayer, día 28 de junio, del PSOE, Podemos y sus amigos nacionalistas a la tarjeta sanitaria única para toda España, un documento que garantizaría el tratamiento e cada español en todos los hospitales del país y el acceso a sus alergias y datos médicos imprescindibles, en caso de accidente, en cualquier espacio sanitario de España. Pero hay otros cientos de ejemplos de daños directos causados por los políticos a los ciudadanos, una interminable e indignante lista de arbitrariedades, marginaciones, injusticias y abusos de poder.
Los ciudadanos españoles, además de estar obligados a sufrir las injusticias, las deficiencias y los estragos que les ocasionan sus políticos no pueden ejercer el derecho que les otorga la democracia de influir y hacer valer ante sus representantes la voluntad popular. Los políticos, ante el clamor popular, se sienten tan seguros y blindados por jueces, policías y periodistas comprados que ni se inmutan y terminan riéndose de esa voluntad popular que la democracia define como “sagrada”.
Los españoles quieren adelgazar el Estado y reducir drásticamente el número de políticos inútiles que cobran del erario, pero los políticos se ríen de ese deseo. El pueblo quiere también que los corruptos no salgan de la cárcel hasta que no devuelvan lo robado, que el gobierno reduzca el poder de las autonomías y recupere transferencias como las de educación, salud y policía, que la ley electoral se cambie para que todos los votos valgan lo mismo y que la constitución sea respetada por todos, incluso por los políticos, sus principales violadores, pero todas esas reivindicaciones son despreciadas por los gobernantes, generando en el pueblo un desprecio fundado.
De todas esas demandas, justas y democráticas, los políticos españoles se ríen, haciendose merecedores de un eslogan como el siguiente:
!!! Sea patriota y desprecie a los políticos !!!
Francisco Rubiales