Sánchez no quiere perder ni ser derrotado. Su personalidad, narcisista, soberbia y obstinada, se lo impide y, ante la derrota, se convierte en una fiera herida, peligrosa y antidemocrática. Sánchez, en caída libre, es más peligroso que un misil.
En lugar de corregir su rumbo, al percibir el rechazo y la sombra de la derrota, Sánchez ha reaccionado con la arrogancia y la soberbia de un demente, acaparando más poder, hablando de conspiraciones en su contra y tomando, de manera impúdica y antidemocrática, el control de recursos electorales claves, como son la empresa INDRA y el INE.
Las reacciones de Sánchez ante el declive de su partido son histéricas y demenciales: más gasto público, más clientelismo, más compra de voluntades, nuevas caras en el sanchismo, que son precisamente las más rechazadas por el pueblo, como la de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, elevada a Vicesecretaria General del partido.
A Sánchez se le critica por su despilfarro, pero él lo acentúa, como lo demuestra el hecho de que ha utilizado decenas de veces aviones, helicópteros y coches en pocos días, para visitar los incendios, trayectos que podía haber realizado perfectamente en coche. También ha incrementado el gasto en publicidad, clave para silenciar a muchos medios de comunicación y convertirlos en altavoces de la bajeza del poder.
El despilfarro de Sánchez se está disparando y escandaliza a sus propios colaboradores, Hasta el ex ministro Jordi Sevilla le ha pedido que lo frene.
Lo más inquietante de la personalidad política de Sánchez es que él no cree en las ideas, ni los proyectos, ni las reformas, sino únicamente en el clientelismo. Él cree que para ganar las próximas elecciones solo hay un camino: usar el dinero público para subvencionar grupos que después, a cambio, votarán al sanchismo. Bajo esa filosofía dispara el gasto, aumenta los impuestos y despliega una política económica nefasta que asfixia a los empresarios, arruina las clases medias y dispara la inflación que es el peor enemigo del momento.
Sánchez es un irresponsable al que, por desgracia, nadie pone freno. Su partido esta plagado de cobardes abducidos y las instituciones españoles están llenas de miedo y son incapaces de plantar cara al sátrapa.
El dominio que ejerce Sánchez sobre España es superior al que ejercían monarcas absolutos como Carlos V, Felipe II o Fernando VII. Nadie se atreve a frenar al sátrapa. El panorama es desolador.
Francisco Rubiales
En lugar de corregir su rumbo, al percibir el rechazo y la sombra de la derrota, Sánchez ha reaccionado con la arrogancia y la soberbia de un demente, acaparando más poder, hablando de conspiraciones en su contra y tomando, de manera impúdica y antidemocrática, el control de recursos electorales claves, como son la empresa INDRA y el INE.
Las reacciones de Sánchez ante el declive de su partido son histéricas y demenciales: más gasto público, más clientelismo, más compra de voluntades, nuevas caras en el sanchismo, que son precisamente las más rechazadas por el pueblo, como la de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, elevada a Vicesecretaria General del partido.
A Sánchez se le critica por su despilfarro, pero él lo acentúa, como lo demuestra el hecho de que ha utilizado decenas de veces aviones, helicópteros y coches en pocos días, para visitar los incendios, trayectos que podía haber realizado perfectamente en coche. También ha incrementado el gasto en publicidad, clave para silenciar a muchos medios de comunicación y convertirlos en altavoces de la bajeza del poder.
El despilfarro de Sánchez se está disparando y escandaliza a sus propios colaboradores, Hasta el ex ministro Jordi Sevilla le ha pedido que lo frene.
Lo más inquietante de la personalidad política de Sánchez es que él no cree en las ideas, ni los proyectos, ni las reformas, sino únicamente en el clientelismo. Él cree que para ganar las próximas elecciones solo hay un camino: usar el dinero público para subvencionar grupos que después, a cambio, votarán al sanchismo. Bajo esa filosofía dispara el gasto, aumenta los impuestos y despliega una política económica nefasta que asfixia a los empresarios, arruina las clases medias y dispara la inflación que es el peor enemigo del momento.
Sánchez es un irresponsable al que, por desgracia, nadie pone freno. Su partido esta plagado de cobardes abducidos y las instituciones españoles están llenas de miedo y son incapaces de plantar cara al sátrapa.
El dominio que ejerce Sánchez sobre España es superior al que ejercían monarcas absolutos como Carlos V, Felipe II o Fernando VII. Nadie se atreve a frenar al sátrapa. El panorama es desolador.
Francisco Rubiales