No se puede plantear ad aeternum (y menos en el s. XXI) “España como problema” con un negacionismo hipercrítico y bloqueante, que no nos lleva a ningún sitio, salvo a repetir errores del pasado
La España invisible tiene y debe hacerse visible. No puede permanecer callada de forma fantasmagórica y dominada
Mi profesor de Filosofía de la Ciencia nos solía decir que desconfiáramos de sistemas dualistas o dicotonómicos, las tríadas funcionaban mejor para la comprensión de las situaciones, los problemas y sus soluciones. De ahí que sea reticente ante posturas simplistas y reduccionistas; pero mucho más ante posturas radicales, vengan de donde vengan.
Así, viendo la deriva delirante que está tomando la inquietante protopolítica española (lo que vivimos es perversión de la Política o una apariencia grotesca de la misma) se hace urgente retomar la idea siempre sensata de la Tercera España, en la que millones de españoles nos podemos sentir identificados, sobre todo los casi 8,5 millones de abstencionistas. Me refiero a la España de Ortega, Zubiri, Julían Marías, Madariaga, etc., la que nunca se identificó con la confrontación guerracivilista, la que imaginaron Chaves Nogales, Castillejo y Campoamor, la que creía y cree en el progreso en sentido fuerte, en la integración y la contemporaneidad, en la crítica constructiva, en la innovación e investigación, en la libertad, en la democracia liberal, en nuestro lugar en el mundo.
No se puede plantear ad aeternum (y menos en el s. XXI) “España como problema” con un negacionismo hipercrítico y bloqueante, que no nos lleva a ningún sitio, salvo a repetir errores del pasado. Ese enrocamiento en la autodestrucción colectiva es algo que repele. Es anti-intuitivo, además de poco inteligente, y nos lleva al primivitismo, a crisis continuas, al estancamiento y a la parálisis. Eso no es ser progresista. Eso es ser retrógrado. En algún momento tendremos que emerger como sujeto político colectivo para reconciliarnos con nosotros mismos por nosotros, por los que nos precedieron, pero sobre todo por nuestro futuro. De ahí la exigencia imperiosa de España como proyecto común, bien definido y positivo, frente a políticos que solo miren por sus fines partidistas y personales y decirles que no lo vamos a permitir. Que es trabajo es largo y tortuoso, por supuesto; pero merece el esfuerzo de todos.
Por ello, es urgente considerar y repensar a dónde nos está llevando la situación actual de justificaciones de actos violentos, de contradicciones e inconsistencias, de poner al límite el Estado de Derecho, de hostilidades, violencia e inseguridad, de desequilibrios y desigualdades entre españoles –ya territorial ya legal-, de inestabilidad, de intrusismo e injerencias como las que hemos vivido con Soros o Macron, de confrontación, de desvalorización de los Poderes del Estado y desprestigio peligroso de sus instituciones, de propaganda y manipulación continua, de hundimiento de los valores democráticos, de enquistar los prejuicios programados, de maniqueísmo, etc.
La España invisible tiene y debe hacerse visible. No puede permanecer callada de forma fantasmagórica y dominada. Ponderar si merece la pena la acción política desde la sociedad civil apartidista es ya cuestión de cada persona; empero hay que intentarlo. Romper el nudo gordiano del enfrentamiento atávico y castrante es la clave y salir del armario político, un compromiso social.
Vds. se preguntarán en qué consiste la Tercera España o la España Invisible. Veamos un resumen: la velada y vetada, refractaria al relato oficialista, la que tiene criterio propio, la huye de la confrontación del tremebundismo y del drama, la que cree en la Constitución y quiere mejorarla, anti-dogmática, progresista, dialogante, moderada, aconfesional y respetuosa con las creencias religiosas dentro de los Derechos Humanos, la que argumenta, analiza y actúa, mirando por el bien común. La resolutiva, sosegada, tolerante y razonable, la que no se va a dejar arrastrar ni manipular por los sectarios, ventajistas ni radicales. La que no es amante de lo ajeno y no admite ni blanquea a los corruptos; no prohíbe, educa; la que no impone, convence; la que quiere unión, no dispersión, pero más libertad política, más riqueza y menos aparato estatal, con ciudadanos libres, independientes e iguales.
Una España anti-totalitaria, luchadora, eficiente, eficaz y exenta de estereotipos, trabajadora, independiente, moderna y dinámica. Harta de la politización de todas las parcelas vitales de cada español. Orgullosa de nuestras tierras, nuestros símbolos, nuestra historia, nuestra diversidad y pluralidad, defensora de nuestra cultura, de nuestra lengua común y de las periféricas. La que reforma, pero no destruye. La que ve nuestro potencial mundial en muchos sectores. La que no se mira en el pasado sino en el futuro y en la prosperidad.
Hay vasta literatura sobre el tema, pero lo que me hizo retomar la idea fue Las armas y las letras de Andrés Trapiello. No podemos dejar que una de las dos Españas nos hiele el corazón. No nos lo podemos permitir, una vez más ¿Eres parte de esa Tercera España?
Cornelia Cinna/Mar Gijón
La España invisible tiene y debe hacerse visible. No puede permanecer callada de forma fantasmagórica y dominada
Mi profesor de Filosofía de la Ciencia nos solía decir que desconfiáramos de sistemas dualistas o dicotonómicos, las tríadas funcionaban mejor para la comprensión de las situaciones, los problemas y sus soluciones. De ahí que sea reticente ante posturas simplistas y reduccionistas; pero mucho más ante posturas radicales, vengan de donde vengan.
Así, viendo la deriva delirante que está tomando la inquietante protopolítica española (lo que vivimos es perversión de la Política o una apariencia grotesca de la misma) se hace urgente retomar la idea siempre sensata de la Tercera España, en la que millones de españoles nos podemos sentir identificados, sobre todo los casi 8,5 millones de abstencionistas. Me refiero a la España de Ortega, Zubiri, Julían Marías, Madariaga, etc., la que nunca se identificó con la confrontación guerracivilista, la que imaginaron Chaves Nogales, Castillejo y Campoamor, la que creía y cree en el progreso en sentido fuerte, en la integración y la contemporaneidad, en la crítica constructiva, en la innovación e investigación, en la libertad, en la democracia liberal, en nuestro lugar en el mundo.
No se puede plantear ad aeternum (y menos en el s. XXI) “España como problema” con un negacionismo hipercrítico y bloqueante, que no nos lleva a ningún sitio, salvo a repetir errores del pasado. Ese enrocamiento en la autodestrucción colectiva es algo que repele. Es anti-intuitivo, además de poco inteligente, y nos lleva al primivitismo, a crisis continuas, al estancamiento y a la parálisis. Eso no es ser progresista. Eso es ser retrógrado. En algún momento tendremos que emerger como sujeto político colectivo para reconciliarnos con nosotros mismos por nosotros, por los que nos precedieron, pero sobre todo por nuestro futuro. De ahí la exigencia imperiosa de España como proyecto común, bien definido y positivo, frente a políticos que solo miren por sus fines partidistas y personales y decirles que no lo vamos a permitir. Que es trabajo es largo y tortuoso, por supuesto; pero merece el esfuerzo de todos.
Por ello, es urgente considerar y repensar a dónde nos está llevando la situación actual de justificaciones de actos violentos, de contradicciones e inconsistencias, de poner al límite el Estado de Derecho, de hostilidades, violencia e inseguridad, de desequilibrios y desigualdades entre españoles –ya territorial ya legal-, de inestabilidad, de intrusismo e injerencias como las que hemos vivido con Soros o Macron, de confrontación, de desvalorización de los Poderes del Estado y desprestigio peligroso de sus instituciones, de propaganda y manipulación continua, de hundimiento de los valores democráticos, de enquistar los prejuicios programados, de maniqueísmo, etc.
La España invisible tiene y debe hacerse visible. No puede permanecer callada de forma fantasmagórica y dominada. Ponderar si merece la pena la acción política desde la sociedad civil apartidista es ya cuestión de cada persona; empero hay que intentarlo. Romper el nudo gordiano del enfrentamiento atávico y castrante es la clave y salir del armario político, un compromiso social.
Vds. se preguntarán en qué consiste la Tercera España o la España Invisible. Veamos un resumen: la velada y vetada, refractaria al relato oficialista, la que tiene criterio propio, la huye de la confrontación del tremebundismo y del drama, la que cree en la Constitución y quiere mejorarla, anti-dogmática, progresista, dialogante, moderada, aconfesional y respetuosa con las creencias religiosas dentro de los Derechos Humanos, la que argumenta, analiza y actúa, mirando por el bien común. La resolutiva, sosegada, tolerante y razonable, la que no se va a dejar arrastrar ni manipular por los sectarios, ventajistas ni radicales. La que no es amante de lo ajeno y no admite ni blanquea a los corruptos; no prohíbe, educa; la que no impone, convence; la que quiere unión, no dispersión, pero más libertad política, más riqueza y menos aparato estatal, con ciudadanos libres, independientes e iguales.
Una España anti-totalitaria, luchadora, eficiente, eficaz y exenta de estereotipos, trabajadora, independiente, moderna y dinámica. Harta de la politización de todas las parcelas vitales de cada español. Orgullosa de nuestras tierras, nuestros símbolos, nuestra historia, nuestra diversidad y pluralidad, defensora de nuestra cultura, de nuestra lengua común y de las periféricas. La que reforma, pero no destruye. La que ve nuestro potencial mundial en muchos sectores. La que no se mira en el pasado sino en el futuro y en la prosperidad.
Hay vasta literatura sobre el tema, pero lo que me hizo retomar la idea fue Las armas y las letras de Andrés Trapiello. No podemos dejar que una de las dos Españas nos hiele el corazón. No nos lo podemos permitir, una vez más ¿Eres parte de esa Tercera España?
Cornelia Cinna/Mar Gijón