El presidente del gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, desaprovechó ayer, sábado 30 de diciembre de 2006, su mejor oportunidad política para ganarse la adhesión de millones de españoles y salir victorioso, con un apoyo mayoritario, en las próximas elecciones generales.
Si hubiera sabido interpretar y encarnar los sentimientos de su pueblo, si se hubiera mostrado tan indignado como se sentian los españoles a los que dice representar, si al menos hubiera exigido a ETA la entrega inmediata del comando asesino que rompió la tregua, si hubiera roto con claridad toda negociación con quienes siguen asesinando a inocentes y se hubiera mostrado sereno, digno y fuerte ente el degenerado terrorismo vasco, se habría metido a España en el bolsillo y logrado un liderazgo sobre la sociedad que, probablemente, ya nunca podrá conseguir en el futuro.
Pero, en lugar de mostrarse sólido y de encarnar los sentimientos de un pueblo frustrado e indignado ante la vileza etarra, Zapatero persistió con su estrategia de rendición y mantuvo su antidemocrática estrategia de confundir a la opinión pública con medias verdades y mentiras disfrazadas.
Zapatero protagonizó ayer el mayor fracaso de su gobierno al ser incapaz de ofrecer seguridad y confianza a una sociedad que le demandaba precisamente eso y que recibió a cambio, de su gobierno, más debilidad, confusión e indecisión.
Zapatero, al interrumpir sin romper las negociaciones con los asesinos, cuando las ruinas de Barajas estaban todavía humeantes y se buscaban los cadáveres de los dos inmigrantes asesinados por ETA, no fue capaz de inyectar seguridad en la sociedad, ni de reaccionar con la dignidad debida ante la indecencia de un terrorismo que responde con bombas y muertes y una humillante batería de concesiones gubernamentales, entre las que sobresalen dos de un inmenso valor: la presentación de los asesinos en el Parlamento Europeo y la presión a los jueces desde el Ejecutivo para que sean "benévolos" con los criminales etarras.
A Zapatero no sólo le faltó ayer la dignidad debida como representante democrático de los españoles, sino también la lucidez política necesaria para recuperar el liderazgo moral de España, aprovechando una ocasión histórica y única.
Si Zapatero hubiera sido ayer todo lo contundente que los españoles deseaban, si se hubiera mostrado ante ETA digno y sólido, si les hubiera exigido lo que siempre debió exigirles: que pidan perdón, que entreguen las armas y que, además, entreguen al comando criminal que actuó ayer, Zapatero no sólo se habría situado en el camino justo para ganar las próximas elecciones, sino que, además, habría recuperado la fe y la confianza de una sociedad española que hoy se siente asqueada ante la falsedad de la política, frustrada ante la permanente división e ineficacia de los políticos y muy decepcionada ante la ineptitud del liderazgo democrático.
Si hubiera sabido interpretar y encarnar los sentimientos de su pueblo, si se hubiera mostrado tan indignado como se sentian los españoles a los que dice representar, si al menos hubiera exigido a ETA la entrega inmediata del comando asesino que rompió la tregua, si hubiera roto con claridad toda negociación con quienes siguen asesinando a inocentes y se hubiera mostrado sereno, digno y fuerte ente el degenerado terrorismo vasco, se habría metido a España en el bolsillo y logrado un liderazgo sobre la sociedad que, probablemente, ya nunca podrá conseguir en el futuro.
Pero, en lugar de mostrarse sólido y de encarnar los sentimientos de un pueblo frustrado e indignado ante la vileza etarra, Zapatero persistió con su estrategia de rendición y mantuvo su antidemocrática estrategia de confundir a la opinión pública con medias verdades y mentiras disfrazadas.
Zapatero protagonizó ayer el mayor fracaso de su gobierno al ser incapaz de ofrecer seguridad y confianza a una sociedad que le demandaba precisamente eso y que recibió a cambio, de su gobierno, más debilidad, confusión e indecisión.
Zapatero, al interrumpir sin romper las negociaciones con los asesinos, cuando las ruinas de Barajas estaban todavía humeantes y se buscaban los cadáveres de los dos inmigrantes asesinados por ETA, no fue capaz de inyectar seguridad en la sociedad, ni de reaccionar con la dignidad debida ante la indecencia de un terrorismo que responde con bombas y muertes y una humillante batería de concesiones gubernamentales, entre las que sobresalen dos de un inmenso valor: la presentación de los asesinos en el Parlamento Europeo y la presión a los jueces desde el Ejecutivo para que sean "benévolos" con los criminales etarras.
A Zapatero no sólo le faltó ayer la dignidad debida como representante democrático de los españoles, sino también la lucidez política necesaria para recuperar el liderazgo moral de España, aprovechando una ocasión histórica y única.
Si Zapatero hubiera sido ayer todo lo contundente que los españoles deseaban, si se hubiera mostrado ante ETA digno y sólido, si les hubiera exigido lo que siempre debió exigirles: que pidan perdón, que entreguen las armas y que, además, entreguen al comando criminal que actuó ayer, Zapatero no sólo se habría situado en el camino justo para ganar las próximas elecciones, sino que, además, habría recuperado la fe y la confianza de una sociedad española que hoy se siente asqueada ante la falsedad de la política, frustrada ante la permanente división e ineficacia de los políticos y muy decepcionada ante la ineptitud del liderazgo democrático.