Soy de los que temen que la Tercera Guerra Mundial sea una revuelta desesperada de los pueblos, cansados de explotación, ineficacia, injusticia y corrupción, contra sus propios gobiernos. El presidente francés, Nicolás Sarkozy, cuyo mejor activo político es la intuición, ya ha advertido que el futuro próximo puede traer revueltas populares.
La actual crisis, que no es cíclica sino terminal de un sistema que no funciona porque ya no genera confianza y porque es injusto, podrido y antidemocrático, coloca a la Humanidad frente a un escenario que se parece mucho a los terrores descritos por el Apocalipsis, en el que la desconfianza, el miedo y las revueltas populares de los marginados y los hambrientos se combinarán con el resurgir del totalitarismo y la inmersión en la pobreza de muchos pueblos acostumbrados a la opulencia y ál derroche.
Un grupo de dirigentes destacados del mundo se reunirá el próximo 15 de noviembre en Washington para buscar y aplicar soluciones a la actual crisis demoledora y frenar los desastres que se avecinan. Pero el problema de esa "cumbre" es que nace castrada y que no puede solucionar un problema que han creado los mismos políticos que se reunen para solucionarlo.
Alienados, arrogantes, opulentos, nada demócratas, temerariamente divorciados de los ciudadanos y cargados de ineficacia y fracaso, los políticos profesionales que han conducido el mundo hasta la peor crisis de la era moderna no pueden ser los mismos que la solucionen.
Esta generación de políticos, cuyo mayor pecado es haber asesinado, de espaldas al pueblo, la democracia, para sustituirla por una oligocracia de partidos políticos, arrojando al ciudadano al exilio, no ha sabido solucionar ni uno sólo de los grandes problemas de la Humanidad, a pesar de haber acumulado más poder para el Estado que en ninguna otra época, incluyendo el Egipto teocrático de los faraones. Todo ese poder casi absoluto, inflado por dinero abundante, armas letales, ejércitos de servidores, leyes que le benefician, servicios de inteligencia, medios de comunicación controlados y tecnología punta, no les ha servido para que el mundo que gobiernan sea más justo, menos violento, menos desigual o menos inseguro, ni para erradicar la miseria, el hambre, la guerra, la injusticia y la indecente indefensión de los pobres frente a los poderosos.
Afirman que el sistema financiero se ha descontrolado, pero no asumen que ellos mismos son los principales culpables del desastre porque tenían la obligación de supervisar las fiananzas a través de los bancos centrales y de los organismos reguladores del mercado y nunca lo hicieron.
Aunque lo saben, no admiten que la crisis que está poniendo de rodillas al mundo es de confianza y que ellos, por haber traicionado las expectativas y porque los ciudadanos ya no les creen, son los máximos responsables del caos y de la desolación que está atravesando el planeta.
Lo único que harán en día 15 de noviembre en Washington es lo único que saben hacer: incrementar los impuestos y inyectar más dinero en el sistema, el dinero actual y el de las dos próximas generaciones, que nacerán endeudadas y trabajarán para pagar las cargas comprometidas por nuestra calamitosa estirpe de políticos fracasados e ineptos.
El drama para los humanos es que nuestros líderes no serán capaces de acordar las soluciones reales que el mundo necesita: inyectar ética en el sistema, en lugar de dinero, devolver al ciudadano el protagonismo que le han arrebatado, recuperar la democracia que, clandestinamente, han asesinado y sustituido por una oligocracia, acabar con el hambre y garantizar la igualdad y la protección de los débiles. Tampoco serán capaces de reformar una política que está corrompida hasta el tuétano, donde los líderes ya no son ejemplares, carecen de control ciudadano y no sirven ya al bien común sino a los propios intereses y a los de sus partidos.
Seria absurdo soñar que los que se reunan en Washington supriman los sueldos abusivos multimillonarios que cobran millones de ineptos, o que erradiquen la mentira de la política, o que dejen de controlar a los medios de comunicación para que no sean críticos ni cumplan la misión de fiscalizar el poder. Pero, sobre todo, no podrán devolver la confianza perdida a una sociedad que se fía menos de los políticos que de los banqueros, que, según las encuestas, considera a la policía y a los partidos políticos como las instituciones más corruptas, y que, narcotizada por el poder, ni siquiera es consciente de su esclavitud.
Ni siquiera serán capaces de hacer lo que la dignidad y la decencia aconseja: dimitir en masa y abrir las puertas de la política mundial para que penetre el aire fresco que el mundo necesita para liberarse de la podredumbre que ha generado esta saga de políticos profesionales sin capacidad de liderazgo, sin la mínima dosis ética exigible al poder y sin el nivel intelectual suficiente para conducir la nave colectiva.
La actual crisis, que no es cíclica sino terminal de un sistema que no funciona porque ya no genera confianza y porque es injusto, podrido y antidemocrático, coloca a la Humanidad frente a un escenario que se parece mucho a los terrores descritos por el Apocalipsis, en el que la desconfianza, el miedo y las revueltas populares de los marginados y los hambrientos se combinarán con el resurgir del totalitarismo y la inmersión en la pobreza de muchos pueblos acostumbrados a la opulencia y ál derroche.
Un grupo de dirigentes destacados del mundo se reunirá el próximo 15 de noviembre en Washington para buscar y aplicar soluciones a la actual crisis demoledora y frenar los desastres que se avecinan. Pero el problema de esa "cumbre" es que nace castrada y que no puede solucionar un problema que han creado los mismos políticos que se reunen para solucionarlo.
Alienados, arrogantes, opulentos, nada demócratas, temerariamente divorciados de los ciudadanos y cargados de ineficacia y fracaso, los políticos profesionales que han conducido el mundo hasta la peor crisis de la era moderna no pueden ser los mismos que la solucionen.
Esta generación de políticos, cuyo mayor pecado es haber asesinado, de espaldas al pueblo, la democracia, para sustituirla por una oligocracia de partidos políticos, arrojando al ciudadano al exilio, no ha sabido solucionar ni uno sólo de los grandes problemas de la Humanidad, a pesar de haber acumulado más poder para el Estado que en ninguna otra época, incluyendo el Egipto teocrático de los faraones. Todo ese poder casi absoluto, inflado por dinero abundante, armas letales, ejércitos de servidores, leyes que le benefician, servicios de inteligencia, medios de comunicación controlados y tecnología punta, no les ha servido para que el mundo que gobiernan sea más justo, menos violento, menos desigual o menos inseguro, ni para erradicar la miseria, el hambre, la guerra, la injusticia y la indecente indefensión de los pobres frente a los poderosos.
Afirman que el sistema financiero se ha descontrolado, pero no asumen que ellos mismos son los principales culpables del desastre porque tenían la obligación de supervisar las fiananzas a través de los bancos centrales y de los organismos reguladores del mercado y nunca lo hicieron.
Aunque lo saben, no admiten que la crisis que está poniendo de rodillas al mundo es de confianza y que ellos, por haber traicionado las expectativas y porque los ciudadanos ya no les creen, son los máximos responsables del caos y de la desolación que está atravesando el planeta.
Lo único que harán en día 15 de noviembre en Washington es lo único que saben hacer: incrementar los impuestos y inyectar más dinero en el sistema, el dinero actual y el de las dos próximas generaciones, que nacerán endeudadas y trabajarán para pagar las cargas comprometidas por nuestra calamitosa estirpe de políticos fracasados e ineptos.
El drama para los humanos es que nuestros líderes no serán capaces de acordar las soluciones reales que el mundo necesita: inyectar ética en el sistema, en lugar de dinero, devolver al ciudadano el protagonismo que le han arrebatado, recuperar la democracia que, clandestinamente, han asesinado y sustituido por una oligocracia, acabar con el hambre y garantizar la igualdad y la protección de los débiles. Tampoco serán capaces de reformar una política que está corrompida hasta el tuétano, donde los líderes ya no son ejemplares, carecen de control ciudadano y no sirven ya al bien común sino a los propios intereses y a los de sus partidos.
Seria absurdo soñar que los que se reunan en Washington supriman los sueldos abusivos multimillonarios que cobran millones de ineptos, o que erradiquen la mentira de la política, o que dejen de controlar a los medios de comunicación para que no sean críticos ni cumplan la misión de fiscalizar el poder. Pero, sobre todo, no podrán devolver la confianza perdida a una sociedad que se fía menos de los políticos que de los banqueros, que, según las encuestas, considera a la policía y a los partidos políticos como las instituciones más corruptas, y que, narcotizada por el poder, ni siquiera es consciente de su esclavitud.
Ni siquiera serán capaces de hacer lo que la dignidad y la decencia aconseja: dimitir en masa y abrir las puertas de la política mundial para que penetre el aire fresco que el mundo necesita para liberarse de la podredumbre que ha generado esta saga de políticos profesionales sin capacidad de liderazgo, sin la mínima dosis ética exigible al poder y sin el nivel intelectual suficiente para conducir la nave colectiva.